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viernes, 29 de septiembre de 2017

Revelación



EN EL ANDÉN tomé asiento al lado de un hombre con una maleta. Hacía calor y el tren venía con demora. De repente, el hombre dejó la maleta sobre el banco y me pidió que se la guardase durante un instante. Asentí. Cinco minutos después, llegó el tren. Me puse de pie, caminé hasta la escalerilla del convoy y volví sobre mis pasos, varias veces. Por último, abordé el tren maleta en mano. Abandonarla hubiera sido una descortesía de mi parte; pero ahora me hallaba ante el problema de qué hacer para regresársela.  Entonces oí un «¡Cuac, cuac!» que provenía de su interior. Y luego otro y otro. Disimuladamente miré a los demás pasajeros, pero nadie parecía haberse percatado del asunto, pese a que los «¡Cuac, cuac!» iban in crescendo. Acto seguido, abrí la maleta y la voz cesó. Dentro había una muda de ropa, un cepillo de dientes y un patito de goma. Tomé al patito y lo apreté, pero no emitió ningún sonido. Acalorado, me aflojé la corbata y abrí la ventanilla. El patito me miró, dijo «¡Cuac, Cuac!», y salió volando. Tras cerrar la maleta, me hundí en mi asiento. Poco después el hombre de la maleta se sentó a mi lado.
—¡Gracias por guardármela! —dijo.
Iba a comentarle sobre mi indiscreción, cuando sacó el patito de goma de un bolsillo y lo volvió a la maleta. Al observar mi cara, dijo:
—No se preocupe, si no la hubiese abierto, nunca lo hubiera podido encontrar.
Coincidimos; y pensé en preguntarle cómo había abordado el tren, pero un último «¡Cuac, cuac!», para mi sorpresa, me reveló el misterio.
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martes, 3 de enero de 2017

Litoral



En el número 262 de la revista «Litoral» (aquélla que naciera en tiempos de la generación del 27), dedicado a los trenes, ha aparecido publicado mi microrrelato «En la estación». La revista, que más que revista es un libro, hace un recorrido por la presencia del tren en el arte y la literatura. En palabras del director:
«Uno de los movimientos artísticos que surgieron en los años veinte propulsado por cineastas y documentalistas soviéticos fue el excentricismo y en su excéntrico manifiesto exclamaban: “Proponemos el estudio de las locomotoras… ¡Enseñaremos a querer la máquina!”.
Casi un siglo después esta revista con noventa años cumplidos se manifiesta de la misma manera, proponiendo un estudio de los ferrocarriles en el arte y la literatura, entendiendo que es la mejor manera de enseñar a querer la máquina…»
Agradezco a los editores de «Litoral» el haberme invitado a abordar (en la sección «Trenes fantásticos», página 206) el presente número. 


En la estación
A LAS TRES DE LA MAÑANA, una mujer salió del armario y me preguntó si faltaba mucho para que pasara el tren. Me quedé mudo, y ante mi descortesía, se metió de nuevo en el armario. No pude más que levantarme y abrir la puerta del mueble, correr para un lado y para otro las perchas, buscar en vano. A la madrugada siguiente, a la misma hora, la mujer reapareció y me hizo idéntica pregunta. En esta ocasión, tras observarla detenidamente —era pelirroja, de ojos grises, y tenía un lunar en el pómulo izquierdo—, atiné a decirle que no sabía, y volvió a marcharse. A la noche siguiente mudé el pijama por mi mejor traje y un ramo de flores. Puntualmente, la extraña salió del armario y formuló su acostumbrada consulta. Le reiteré que lo ignoraba, pero enseguida añadí que si yo fuera un tren, y ella aguardara mi paso, ni volando las vías lograrían retrasarme, y le entregué el ramo de rosas carmesí; entonces adornó su cabello con una de las flores y comenzamos a charlar. Durante varias semanas se continuaron nuestros encuentros al pie del armario: unas veces bailábamos; otras, organizábamos pícnics nocturnos; siempre reíamos. Una madrugada, imprevistamente, me reveló que su boleto vencía esa misma noche y que ya no volveríamos a vernos. Cabizbaja, me preguntó si la echaría de menos. Sonreí. Cuando la puerta del armario se cerró a nuestras espaldas aún alcanzamos a oír el silbato del tren en la lejanía.
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