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miércoles, 9 de julio de 2014

Compañía



CUANDO LLEGUÉ al centro del laberinto, el Minotauro me aguardaba parado junto a un tablero de ajedrez. Me invitó a tomar asiento y me preguntó si prefería jugar con blancas o con negras. «Blancas», le dije, y, mientras acomodábamos las piezas, me informó que si yo ganaba la partida me dejaría ir sin problemas, pero que si el ganador resultaba ser él, ya podía imaginarme las consecuencias. Asentí con la cabeza e inicié el juego con peón cuatro rey. El Minotauro respondió con peón tres dama… Al cabo de un par de horas, matizadas por la charla amena y culta de la bestia, acordamos tablas. Seguidamente me dijo: «Mañana volveremos a intentarlo».
Desde entonces las partidas y los días se han tornado innumerables, y aunque dada la práctica ya me siento mucho más que un aficionado, es evidente que jamás podré ganarle al Minotauro. Tan evidente como el hecho de que a él jamás lo ha movido la intención de ganarme.
La soledad, sobra decirlo, suele tener estas cosas.
Safe Creative #1406291327335

El presente texto, conjuntamente con los de María, Ginette y Arantza, ha resultado ganador del mes de junio próximo pasado en el IV Certamen de relato corto para mesilla de noche que lleva adelante el sitio Esta noche te cuento.
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martes, 2 de julio de 2013

Maragia



DICEN LAS VIEJAS QUE, antes de morir, el mago dispuso que arrojasen su cuerpo al mar, pero la esposa como venganza por tantos años de adulterios lo dejó varado en tierra.
Desde entonces, agregan las viejas, aquellos que reúnen el coraje para quedarse al lado de la tumba del prestidigitador hasta entrada la noche, se convierten en testigos de cómo el mar —desde las simas de las sombras— hace suyo al cementerio y lo puebla de delfines, hipocampos, tritones y un sinnúmero de criaturas abisales que danzan alrededor del féretro.
Tan intensa resulta esta visión, concluyen las viejas, que si el valiente de turno se olvida de aplaudir antes de que den las once, hora en que el mago siempre terminaba sus funciones, amanecerá irremediablemente ahogado en las lejanas costas de vaya uno a saber qué mar.
Safe Creative #1306255325905

Con este texto participé del Vendaval de Microrrelatos 2013.
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miércoles, 16 de enero de 2013

Antes del campeonato mundial de pajaritas



NOS conocimos en el hotel. Me reveló que gracias a numerosos años de perfeccionamiento era capaz de hacer un ave Fénix. Como no vio asombro en mí, sacó una hoja y, mediante precisos y estudiados pliegues, respaldó sus palabras. «No está mal», le iba a decir más por cortesía que otra cosa, cuando el ave, sin intervención alguna de su parte, ardió en coloridas y fulgurantes llamas. Luego, como era de esperarse, renació de sus cenizas. Sentí que me apartaban impunemente de mi sueño.
―¿Y lo suyo? ―dijo con cierto desdén en la mirada.
―¿Me concede una hoja? ―respondí.
Y tras precisos y estudiados pliegues, le solicité al tigre que me devolviera la ilusión.
Safe Creative #1111120501885
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jueves, 31 de mayo de 2012

La sirenita



LA SIRENITA, de largos cabellos que le llegan casi hasta la punta de la cola, juega con las cuentas de sus collares mientras observa al niño. Parado junto al castillo de arena a medio terminar, este le devuelve la mirada con la boca llena de silencio y el corazón sin riendas. De improviso, la sirenita le señala la caracola —en la que minutos antes el pequeño descargara todo el viento de sus pulmones— y le tiende las manos con las palmas hacia el cielo. Él comprende y le cede la caracola. Ella ríe y vuelve al mar. Cuando finalmente la pierde de vista, el chico se tumba sobre la arena y solloza. Entonces una niña, de largos cabellos que le llegan casi hasta los pies, le pregunta si puede ayudarlo a terminar el castillo.
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Safe Creative #1205311728967
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lunes, 7 de mayo de 2012

Extravíos del respetable



TRAS el sapo aullador que interpretaba “La donna è mobile”, aparecieron un antílope tricorne al galope de sus seis patas, el último dragón liliputiense de las islas Fiyi arrojando a diestra y siniestra fogonazos de arcoíris y un querubín de pomposas alas negras que, entre cabriolas y risotadas, se esfumó en una nube con aroma a pachulí. La silbatina y los improperios no se hicieron esperar, y el artista, ante el temor de que la cosa pasara a mayores, debió ser escoltado hasta las afueras de la ciudad.
Si hay algo insoportable para ciertos públicos es que un mago no saque, como Dios manda, un conejo de la galera.
Safe Creative #1205031577364
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lunes, 2 de enero de 2012

Splash



LLEVABA días perdido en el desierto cuando descubrió a la sirena sobre el promontorio. Sabía que se trataba de una ilusión, pero no pudo resistir el caminar hacia ella.
—Tengo sed —dijo la ninfa.
—No puedo darte mi agua. Tú eres sólo un espejismo —respondió él.
—Si no lo haces, jamás volveré a ver a mis padres.
El hombre, tras advertir la nostalgia y el rumor de olas diminutas en los ojos del prodigio, le ofreció la cantimplora con su última ración de vida.
La sirena bebió calmosamente, luego dijo:
—Más de cien hombres pasaron por aquí antes que tú, pero eres el primero que ha compartido su agua con un espejismo. Al hacerlo, se ha roto la maldición que me aprisionaba. —Y mientras saltaba del promontorio, agregó—: A diferencia de ellos, mereces vivir.
El chapuzón de la sirena, cuyo canto ese día se escuchó desde el lejano mar en todo el desierto, lo salpicó con el agua fresca y pura del oasis recién nacido.
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miércoles, 19 de octubre de 2011

Montería



TRAS SOLTAR A LOS PERROS, el baqueano me informa sobre la liebre flautista. Dice que su música encanta a los cazadores. «Nadie que la haya escuchado ha vuelto a la civilización», sentencia, y, mientras advierto lo singular de sus orejas, saca una flauta.
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viernes, 10 de junio de 2011

El infiltrado

Ciruelo Cabral, Sunset dragon



CORRÍA EL RUMOR de que un dragón se ocultaba en la Corte bajo forma humana. Era la única explicación racional a los cadáveres medio comidos y chamuscados que empezaron a aparecer en el castillo. Los ministros le sugirieron al rey la comparecencia del ilustre hechicero Batelius a fin de dar con el infiltrado. Una vez en la Corte, Batelius congregó a todos en la sala principal y dijo: «Majestad, aunque los dragones son especialistas en el arte de la transformación, esta aguja tiene la propiedad de devolverlos a su forma original». Uno a uno, nobles, soldados y siervos, se expusieron al pinchazo verificador sin consecuencias. Al cabo, el hechicero dijo: «Sólo faltáis vos, Majestad…». Entonces el rey despertó, se dirigió hasta un ventanal y desplegó sus alas. Confiaba en llegar a la casa de Batelius antes que sus enviados.


Seán Ó Conaill, Breves historias de dragones y hechiceros

(Dublín, 1893)


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Arte © Ciruelo Cabral

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sábado, 22 de enero de 2011

El Fulgor de Apolo

Jacek Yerka 01



IMANOL CASTRO recorría pequeñas comarcas en su carromato ofreciendo los dones de sus brebajes para la tos, la fiebre o el ardor estomacal; para el mal de amores o de ojos; incluso, para hacer crecer el pelo al más infame de los calvos. Y cuando se topaba con un aldeano más tonto de lo usual sacaba a relucir el «Fulgor de Apolo». Entonces, tras sumergir un objeto en el líquido, y ante la mirada atónita del incauto, lo extraía convertido en oro. En verdad se trataba de pintura dorada de secado ultrarrápido lo suficientemente brillante como para despertar la codicia del cándido de turno. Entre éstos hubo un tal Orestes que quedó tan sujeto al engaño, que el bueno de Imanol no le timó también lo puesto para evitarse su desnudez.


Con la tranquilidad que dan los años, el falso alquimista solía tornar por los pueblos embaucados. Al llegar al de Orestes, descubrió un castillo lozano e inmenso. En él moraba el mismísimo Orestes, quien lo recibió con los brazos abiertos y sumamente agradecido. Rendido a sus ojos, Imanol le pidió que le devolviera el «Fulgor de Apolo»: arguyó que había perdido la fórmula y que lo requería para fabricar más. Orestes accedió, pero sólo si aquél lo compraba en las mismas condiciones en que antaño él lo había hecho. Aferrado a la vasija aún medio llena, Imanol se marchó sólo con lo puesto, incapaz de notar como el castillo volvía al libro mágico del travieso gnomo Orestes.


Safe Creative #1101228311585

Arte © Jacek Yerka

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lunes, 27 de septiembre de 2010

De caballeros, dragones y elefantes en un tintero

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No hay dos sin tres, suele decirse, y nunca mejor que en esta ocasión porque la Editorial Dunken me acaba de hacer llegar un ejemplar del libro “Los vuelos del tintero”, donde un texto de mi autoría logra por tercera vez saltar al papel (las dos anteriores fueron “Manos que cuentan” y “Cuentos alígeros”). Del libro en cuestión participan 88 autores de todo el país con textos de hasta dos carillas de extensión; alternándose en el mismo microrrelatos, cuentos breves y otras formas ficcionales propias de la corta distancia. Vayan desde aquí mis felicitaciones para la editorial por llevar adelante esta iniciativa.


Pero basta de cháchara y vamos a los bifes. A continuación el microcuento (o fábula o microrrelato) que hace equilibrios entre las páginas del susodicho.



De caballeros y dragones


—ASDRAZIL, dime ¿dónde puedo hallar un dragón para contrastar mi valía? —demandó el caballero, tras meses de infructuosa búsqueda.


—He de informarle, Señor, que, gracias a gente como vos, no quedan dragones en este reino. No obstante, sé que al norte, en las inhóspitas tierras de Sibarg, donde pocos se atreven, se oculta el último y más sabio de su especie —dijo el mago, con indolente voz.


De inmediato, el caballero partió en su búsqueda; ocasión que Asdrazil aprovechó para despojarse —conjuro mediante— de su apariencia humana, y volar, despreocupadamente, hacia el sur.



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