El presente texto, conjuntamente con los de María, Ginette y Arantza, ha resultado ganador del mes de junio próximo pasado en el IV Certamen de relato corto para mesilla de noche que lleva adelante el sitio Esta noche te cuento.
miércoles, 9 de julio de 2014
Compañía
El presente texto, conjuntamente con los de María, Ginette y Arantza, ha resultado ganador del mes de junio próximo pasado en el IV Certamen de relato corto para mesilla de noche que lleva adelante el sitio Esta noche te cuento.
martes, 2 de julio de 2013
Maragia
miércoles, 16 de enero de 2013
Antes del campeonato mundial de pajaritas
jueves, 31 de mayo de 2012
La sirenita
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lunes, 7 de mayo de 2012
Extravíos del respetable
lunes, 2 de enero de 2012
Splash
miércoles, 19 de octubre de 2011
Montería
viernes, 10 de junio de 2011
El infiltrado
CORRÍA EL RUMOR de que un dragón se ocultaba en la Corte bajo forma humana. Era la única explicación racional a los cadáveres medio comidos y chamuscados que empezaron a aparecer en el castillo. Los ministros le sugirieron al rey la comparecencia del ilustre hechicero Batelius a fin de dar con el infiltrado. Una vez en la Corte, Batelius congregó a todos en la sala principal y dijo: «Majestad, aunque los dragones son especialistas en el arte de la transformación, esta aguja tiene la propiedad de devolverlos a su forma original». Uno a uno, nobles, soldados y siervos, se expusieron al pinchazo verificador sin consecuencias. Al cabo, el hechicero dijo: «Sólo faltáis vos, Majestad…». Entonces el rey despertó, se dirigió hasta un ventanal y desplegó sus alas. Confiaba en llegar a la casa de Batelius antes que sus enviados.
Seán Ó Conaill, Breves historias de dragones y hechiceros
(Dublín, 1893)
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sábado, 22 de enero de 2011
El Fulgor de Apolo
IMANOL CASTRO recorría pequeñas comarcas en su carromato ofreciendo los dones de sus brebajes para la tos, la fiebre o el ardor estomacal; para el mal de amores o de ojos; incluso, para hacer crecer el pelo al más infame de los calvos. Y cuando se topaba con un aldeano más tonto de lo usual sacaba a relucir el «Fulgor de Apolo». Entonces, tras sumergir un objeto en el líquido, y ante la mirada atónita del incauto, lo extraía convertido en oro. En verdad se trataba de pintura dorada de secado ultrarrápido lo suficientemente brillante como para despertar la codicia del cándido de turno. Entre éstos hubo un tal Orestes que quedó tan sujeto al engaño, que el bueno de Imanol no le timó también lo puesto para evitarse su desnudez.
Con la tranquilidad que dan los años, el falso alquimista solía tornar por los pueblos embaucados. Al llegar al de Orestes, descubrió un castillo lozano e inmenso. En él moraba el mismísimo Orestes, quien lo recibió con los brazos abiertos y sumamente agradecido. Rendido a sus ojos, Imanol le pidió que le devolviera el «Fulgor de Apolo»: arguyó que había perdido la fórmula y que lo requería para fabricar más. Orestes accedió, pero sólo si aquél lo compraba en las mismas condiciones en que antaño él lo había hecho. Aferrado a la vasija aún medio llena, Imanol se marchó sólo con lo puesto, incapaz de notar como el castillo volvía al libro mágico del travieso gnomo Orestes.
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lunes, 27 de septiembre de 2010
De caballeros, dragones y elefantes en un tintero
No hay dos sin tres, suele decirse, y nunca mejor que en esta ocasión porque la Editorial Dunken me acaba de hacer llegar un ejemplar del libro “Los vuelos del tintero”, donde un texto de mi autoría logra por tercera vez saltar al papel (las dos anteriores fueron “Manos que cuentan” y “Cuentos alígeros”). Del libro en cuestión participan 88 autores de todo el país con textos de hasta dos carillas de extensión; alternándose en el mismo microrrelatos, cuentos breves y otras formas ficcionales propias de la corta distancia. Vayan desde aquí mis felicitaciones para la editorial por llevar adelante esta iniciativa.
Pero basta de cháchara y vamos a los bifes. A continuación el microcuento (o fábula o microrrelato) que hace equilibrios entre las páginas del susodicho.
De caballeros y dragones
—ASDRAZIL, dime ¿dónde puedo hallar un dragón para contrastar mi valía? —demandó el caballero, tras meses de infructuosa búsqueda.
—He de informarle, Señor, que, gracias a gente como vos, no quedan dragones en este reino. No obstante, sé que al norte, en las inhóspitas tierras de Sibarg, donde pocos se atreven, se oculta el último y más sabio de su especie —dijo el mago, con indolente voz.
De inmediato, el caballero partió en su búsqueda; ocasión que Asdrazil aprovechó para despojarse —conjuro mediante— de su apariencia humana, y volar, despreocupadamente, hacia el sur.