domingo, 14 de julio de 2013
¿Qué pasa realmente?
lunes, 16 de abril de 2012
Sobre la Brevedad
domingo, 26 de febrero de 2012
El talento de un padre
miércoles, 7 de diciembre de 2011
Los coleccionistas de vidrio, de Aurora Ruá
viernes, 23 de septiembre de 2011
Sobre los signos de puntuación: El testamento
domingo, 1 de mayo de 2011
Dos cuentos, dos recomendaciones
sábado, 12 de marzo de 2011
Algunas definiciones demoniacas
Del «Diccionario demoniaco de la edición»
De Leroy Gutiérrez
Autor. 1. Persona en extremo generosa que lo único que desea en la vida es compartir sus experiencias y conocimientos con sus semejantes. No le interesan ni la fama ni la fortuna. 2. Individuo que se dedica a escribir textos, aunque siempre piensa que escribe libros. 3. Aquel que considera que su libro, el que le editara a regañadientes un editor, no está siendo distribuido eficientemente, promocionado enérgicamente, comprado cuantiosamente y, por supuesto, leído fervorosamente. 4. Fase adulta de la evolución de un escritor. 5. Trastorno psicológico consistente en pensar que todo lo que se escribe debe ser publicado y leído.
Corrector. 1. Persona que sufre de una monomanía (obsesión-compulsión) relacionada con la sintaxis, la gramática y la ortografía. 2. Individuo que padece de un apetito morboso por el estilo y los textos bien escritos. 3. Profesional que vaga por las editoriales ofreciendo sus servicios, que nadie entiende, y que le pagan en especias, a veces libros, a veces café.
~de estilo. Persona que sólo habla de ser más conciso, preciso y claro.
~de pruebas. Individuo que se empeña en que un texto puede estar libre de erratas.
Editor. 1. El que le hace la vida imposible al autor. 2. Persona sin talento para la escritura que envidia a todos los autores y que hace todo lo posible por arruinar el trabajo de estos. Si no consigue impedir la publicación del libro, evitará que el libro sea promocionado, distribuido y, por supuesto, comprado. 3. Persona que se dedica a editar. 4. Persona que se dedica a evadir propuestas editoriales indecentes por malas e inviables. 5. Individuo que ha desarrollado una adicción por la nicotina y la cafeína (y por el alcohol etílico). Aunque se autodenomina fumador y bebedor social.
Fe de erratas. 1. Confesión pública que hace un editor de los errores cometidos en la edición y publicación de un libro para tratar de granjearse la simpatía de los lectores. 2. Documento mediante el cual un editor delata a un corrector. 3. Último intento que realiza la editorial para evitar que el lector, si se da cuenta a tiempo, devuelva el libro que compró a la librería. 4. Certificación de la mala edición de un libro.
Librero. 1. Editor que se cansó de los autores. 2. Autor que nunca encontró editor. 3. Lector obsesivo que no sabe cómo justificar ante su esposa su incontrolable deseo por comprar libros que nunca alcanzará a leer. 4. Profesional que piensa que los escritores no hacen lo que deben, que los editores no saben lo que hacen y que los lectores no saben lo que quieren.
Foto © Valeria Strunnikova, The gold values of culture...
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domingo, 14 de febrero de 2010
Anímese: cuente una historia
Entre recortes viejos rescato —casi íntegramente— este artículo aparecido hace unos años en un matutino porteño.
Espero les resulte tan sugestivo como a mí.
Anímese: cuente una historia
Por Graciela Montes
¿QUIERE HACER ALGO IMPREVISTO y ganarse una cuota de libertad? Cuéntese un cuento. Un cuento que a usted le contaron alguna vez, que recuerda tal vez imperfectamente. Un cuento nuevo, que improvisa mientras cuenta. Un relato de la memoria. Lo que leyó en un libro. Una película. Lo que le sucedió esta mañana mientras salía de casa. Alguna historia para contar hay siempre. Y no tema, siempre va a haber alguien que quiera escucharla, también hay hambre de historias.
Es cierto que últimamente es poco lo que contamos. Nos falta la confianza, o la ocasión, o el deseo. Los que cuentan son siempre otros, a nosotros parece tocarnos el papel de espectadores lejanos. Pero usted no haga caso, cuente.
[…]
Tómese tiempo. Pida cuentos también, como hace un niño. Aprenda de él. Sólo un niño, en su radiante prepotencia de niño, sabe pedir un cuento. Dramáticamente, como cosa de vida o muerte, sin pudor ni mezquindades. Piense que el niño sabe bien de qué se trata, aunque usted lo haya olvidado.
Cuente, porque contando usted estará horadando los muros de la prisión, ganando espacio. Contar es un acto de libertad muy apreciable.
[…]
Antes parecía más sencillo, menos arduo. El que había viajado, el que había leído, el que había vivido podía contar. Tenía para contar, traía historias en el morral, y tenía confianza en poder contarlas. Hoy no entendemos muy bien cómo hay que hacer acopio. Ni cuáles son las historias que vale la pena conservar. Tanto más valiente entonces el que cuente. Y el que pida que le cuenten y pare la oreja y se disponga a la espera.
Cuente, vuelva a contar. Piense que, cuando usted cuenta, el tiempo está a sus pies. El tiempo, el gran ogro general, lo obedece. Usted está ahí —una persona entre muchas— y de pronto empieza a contar. La escena es seguramente trivial, una escena cotidiana, porque usted está de sobremesa, o viajando en tren, o esperando en la vereda. Pero usted empieza a contar y, de pronto, se abre una fisura en la escena. El tiempo de todos los días, el tiempo “natural” digamos (el tiempo dentro del cual su narrar acontece, con su decorado tan conocido) se abre y deja paso a “otro tiempo”, su propio tiempo artesanal, el que usted está fabricando palabra a palabra con su relato.
Aparentemente no ha sucedido nada y, sin embargo, la suya ha sido una pirueta extraordinaria. Usted ha dado un salto, se ha montado sobre las palabras y tomado las riendas. Se mantiene en equilibrio, tensa la cuerda. Si lo hace más o menos bien, el que escucha penderá de usted, usted será el dueño del cuento y del tiempo por un rato.
El poder de la palabra
Piense que se trata de un poder muy apreciable, no habría que desperdiciarlo. Con ese poder especulaba Scherezada para demorar la sentencia del rey Schariar. Sabía, como buena narradora que era, que nada malo le sucedería mientras pudiera seguir contando y comprometiendo a su público en el cuento, puesto que ahí, adentro del cuento, eran otras las reglas. De cuento en cuento el alfanje se mantendría en vilo, de cuento en cuento se podría seguir viviendo.
Claro que tal vez su relato no alcance para hechizar a nadie, puede ser una pequeña anécdota, algo muy breve. De todas formas, mientras dure, usted mantendrá lo fatal a raya.
[…]
Contar, volver a contar no es un gesto menor, afloja las soldaduras, introduce una cuña en lo establecido. Parte de lo que la escuela tendría que ofrecer hoy es la ocasión de contar. No pienso en grandes historias fantásticas, en relatos prestigiosos, no sólo en eso sino, mucho antes, en el relato mínimo. Una ocasión de contar. Una pequeña brecha. Que le den a uno la palabra y le insuflen confianza en poder contar.
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Arte © Campaña de lectura de la librería checa Anagram: «Las palabras crean mundos».
domingo, 31 de enero de 2010
MicroSirenas
(31/05/12): La sirenita
(06/09/12): Sueño de una noche de verano