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domingo, 21 de junio de 2015

El precio



LA NAVE abandonó el cañón en el patio de nuestra casa. Parecía antiguo y medía unos dos metros de longitud. Mamá, papá y el abuelo se pusieron a discutir sobre si era francés o alemán, si lo habrían usado en Waterloo, o si valdría lo suficiente como para liquidar la hipoteca. A mi tía, en cambio, se le había dado por colocarle margaritas en la boca. Yo no podía entender cómo no se enfocaban en lo que era realmente importante: ¡la nave alienígena! Harto de tanta discusión bizantina me retiré a ver la tele. Recién a la noche volví al patio. Mi tía permanecía junto al cañón pero ataviada con un traje ceñido y un casco. Se alegró de verme y me pidió que la ayudara. Me dijo que siempre había soñado con ser una mujer bala y que había llegado el momento de concretar su sueño. Razoné que aquello suponía demasiados riesgos, pero me entusiasmaba la idea. Al punto que, casi a la medianoche, disparé el cañón. Mi tía cortaba dichosamente el perfil de la luna cuando la nave alienígena la abdujo. No obstante, lo más extraordinario es que nadie en mi familia, excepto yo, la recuerda.
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El presente texto ha recibido una mención en la segunda propuesta anual del IV Certamen de relato corto para mesilla de noche que organiza el sitio Esta noche te cuento.
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jueves, 25 de abril de 2013

Oportunidades



COMO resulté ser idéntico a un magnate, me secuestraron por error. No obstante, la familia pagó el rescate sin chistar y me recibieron con los brazos abiertos tras la liberación. Pensé que aquel hombre tal vez había fallecido en un accidente y nadie lo sabía. Ambos hechos, concluí, habían coincidido fortuitamente. Me apena decir que rogué para que su cuerpo jamás apareciera. Pero la conciencia pudo conmigo, y una noche, tras hacer el amor, le confesé a la esposa que yo no era quién ella creía. Sonrió y me dijo:
―Lo que vos ignorás, es que ya no soportábamos al original.
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domingo, 2 de septiembre de 2012

El cuerpo del delito



CREÍAMOS que nuestro plan era perfecto cuando secuestramos al fantasma. Nunca previmos que nos iban a exigir una prueba de vida.
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domingo, 18 de septiembre de 2011

A los pies de mi cama



UN DESCONOCIDO comenzó a sentarse todas las noches a los pies de mi cama. Al principio creí que era un fantasma, pero los menudos restos de tierra que dejaba sobre la colcha, aludían a otro origen... Tardé una semana en juntar valor para hablarle. Como él era tímido, demoró otra en responder. Dijo que no sabía nada de sí mismo ni cómo llegaba cada noche hasta mí, pero que le placía verme dormir. Le dije que tendríamos que buscarle un nombre, y le elegí el de Virgilio, como mi papá. Tanto me acostumbré a su presencia que pronto se me hizo imposible conciliar el sueño sin el velo de su mirada.
Un día, tonta de mí, le comenté a mi mejor amiga lo de Virgilio. Ella se lo dijo a su mamá, y ésta, a la mía. Mamá ignoró los terrones que desmenuzaba en mis manos, y sin peros me llevó al siquiatra. El tipo trató de meterme en la cabeza que sufría de alucinaciones edípicas y no sé qué otras yerbas. Ante su fracaso, apeló a otro método: «Mirá piba, ¿sabés qué? Virgilio, sí existe, pero lo secuestré y lo recluí bajo siete llaves. Así que no vas a verlo nunca más, ¿entendiste?». Estuve semanas sin dormir, ni siquiera los sedantes que el alienista me aplicaba con fruición surtían efecto.
Una noche, mientras lloraba, Virgilio volvió a sentarse a los pies de mi cama.
―Repudio la violencia pero temía por vos ―dijo, y descubrí sus manos manchadas de sangre.

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lunes, 22 de agosto de 2011

La prueba


SECUESTRAMOS a la muñeca de Rosita. Como rescate le exigimos sus ahorros, la colección de caracoles patagónicos y, me acotó Marquitos, una de sus bombachas. La cretina nos dijo que estaba dispuesta a pagar pero nos exigía pruebas.
De inmediato remití a mi cómplice hasta la casa del árbol, advirtiéndole que no se le fuese la mano con la mutilación.
Mientras lo esperaba, Rosita ―con la muñeca― y su mamá pasaron junto a mí.
―¿Qué hizo este...? ―alcancé a murmurar, cuando vi como la muñeca me arrojaba, por encima del hombro de Rosita, un dedo.
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