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viernes, 27 de abril de 2018

Aniversario



—DOS ancas de rana, una hoja de muérdago, los bigotes de un gato, lluvia de abril —iba diciendo el brujo mientras colocaba los ingredientes en el pequeño caldero—. Y por último —dijo levantando el tono de voz—, un mechón de pelo de Laura.
Entonces, del caldero se levantó una densa humareda. Cuando se hubo disipado, una figura, enorme y majestuosa, quedó expuesta. Era un león. Decepcionado, el hombre tomó el libro de magia y la hoja en que había transcripto el hechizo. La bestia se indignó ante tamaña indiferencia.
—Voy a comerte —le dijo.
—Soy puro huesos —le respondió el brujo, y comenzó a cotejar—: dos ancas de rana…, una hoja de muérdago…
La cola del león iba de aquí para allá.
—Esto es un atropello; antes lo dije en broma, pero ahora lo digo en serio: ¡voy a comerte!
—Bueno, sí; arriba de la mesa está la sal: ¡soy medio desabrido de noche! —y siguió cotejando—: Los bigotes de un gato…, lluvia de abril…
El león rugió, tomó la sal y se acercó al hombre.
—Vos lo quisiste —dijo, y lo saló abundantemente.
—… un mechón de pelo de la amada y… ¡ah, gracias! —exclamó el brujo mientras recogía con una mano un poco de la sal que le estaba nevando.
El león alzó sus portentosas garras, pero antes de que las dejara caer, el brujo arrojó la sal en el caldero. Una densa humareda volvió a inundar la habitación. Cuando se hubo disipado, el brujo dijo:
—¡Exactamente lo que Laura quería! —Y dejando el libro y la hoja sobre la mesa, recogió del suelo el enorme león rampante de peluche.
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martes, 4 de junio de 2013

Suzie



LOS GATOS de Kaeronel son invisibles a los ojos de los perros. Resulta impagable ver cómo le toman el pelo a los más terribles e inicuos canes. Por eso, cuando concluyó mi trabajo en Kaeronel, y pese a la prohibición de sacar a los gatos del país, no pude renunciar a Suzie. Ignoraba que su invisibilidad se invierte fuera de Kaeronel; es decir, con el tiempo se vuelven invisibles a los ojos humanos y visibles a los de los perros. Día tras día, contemplé amargamente como Suzie ganaba esa trasparencia que uno supone sólo propia de los fantasmas. El día que finalmente desapareció, me recuerdo, frente al espejo, acariciando el fingido aire entre mis brazos. Para colmo con la invisibilidad vino el cambio de carácter. De silenciosa como un ángel pasó a alborotadora profesional. Conciliar el sueño se volvió una hazaña. Una noche, extrañado de no oírla, salí en su búsqueda. Hallé a un perro gruñéndole al vacío. Luego sobrevino un maullido, unas dentelladas, el silencio. Y, tras la oscuridad de un hilo de sangre, el regalo de verme por última vez en sus ojos.
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viernes, 12 de abril de 2013

Camino a Cheshire



EL SOL era tan ardiente que desembarcamos para guarecernos bajo la sombra de un almiar. Allí, las tres repetimos nuestra vieja frase: “Cuéntenos una historia”. Pero muy pronto aquella me pareció distinta. Tenía algo especial. Lo confirmaba la amplia sonrisa que el señor Carroll lucía suspendida sobre su hombro.
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Nota: Como una suerte de juego intertextual, la primera parte del presente micro está construida a partir de retazos de un texto en el que Alice Liddell (la Alicia de este lado del espejo) rememora el nacimiento de las famosas aventuras:
«Muchos de los cuentos del Sr. Dodgson nos fueron contados en nuestras excursiones por el río, cerca de Oxford. Me parece que el principio de “Alicia” nos fue relatado en una tarde de verano en la que el sol era tan ardiente, que habíamos desembarcado en unas praderas situadas corriente abajo del río y habíamos abandonado el bote para refugiarnos a la sombra de un almiar recientemente formado. Allí, las tres repetimos nuestra vieja frase: cuéntenos una historia, y así comenzó su relato, siempre delicioso».
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lunes, 8 de octubre de 2012

Lo que más me preocupa



UN RUIDO SINGULAR me interrumpió la lectura del periódico. «Ese debe ser Míster Tibbs haciendo otra de las suyas», pensé, y, al instante, el susodicho entró volando mediante un mecanismo a hélice adosado sobre su lomo. Un par de botellas de licor, la araña del techo y el jarrón chino que me obsequió Isabel fueron víctimas de su recorrido antes de que se estrellase contra mi cabeza. Al volver en mí lo senté en su sillón favorito y, arrugando el entrecejo, le dije: «Tenemos que hablar». Así supe que sus peligrosos artilugios los sacaba de un libro. Al principio se negó a enseñármelo, pero la amenaza de dejarlo sin leche por un mes surtió efecto. Leí en voz alta su título «Invenciones para mejorar la vida de los gatos» y comprobé sorprendido que todas sus páginas estaban en blanco.
—Lo escribió mi abuelo hace una pila de años —exclamó con una sonrisa de oreja a oreja—. Como ustedes los humanos no son de fiar, y ya lo enuncia el dicho «gato prevenido vale por dos», al viejo se le ocurrió usar una tinta solo visible a los ojos de mis congéneres.
Lo más extraño fue que, cuando comenzaba a referirle el asunto a Isabel, ella me interrumpió:
―Querido, dejá de preocuparte: he pispiado el libro en secreto y ninguno de los artefactos pasa de ser un mero juguete inofensivo.
La verdad que ahora no es eso lo que me preocupa.

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domingo, 7 de noviembre de 2010

Rosaflor

Eggi


LOS GATOS NO SON DE FIAR. Tomemos, a modo de ejemplo, el caso de Rosaflor: cuando Edith, que además de su dueña es mi esposa, le acaricia el lomo, entre ronroneos parece gozarlo intensamente. “¿Quiere un poco de leche la nenita de mamá?”, le dice mi señora, y marcha presta a la cocina. De inmediato, la gata se arrellana a mi lado y espeta: “¡Vaya con la vieja estúpida, no sé cómo la soportamos!”. Le pido que modere su vocabulario pero resulta inútil: sigue despotricando hasta que la vieja, perdón, mi mujer regresa con la leche. Entonces la gata también torna a su máscara. Le he dicho a Edith miles de veces que Rosaflor habla pestes a sus espaldas. “¿Qué te creés que soy, una tonta?... Lo que pasa es que vos siempre le tuviste mala espina…; ni siquiera te importó cuando los chicos se fueron, y ahora querés llenarme la cabeza, ¡no tenés corazón!...” No he vuelto a insistirle, ya estoy grande para andar malgastando saliva. Sin embargo, me preocupo por ella; sobre todo desde que, tras hallar a Rosaflor leyendo una novela de Agatha Christie, llegó una encomienda con venenos. Hace días que la gata pregunta por el cartero. Creo que sospecha mi intrusión. Para colmo, la otra noche la oí rezongar entre sueños: “¡Vaya con el viejo estúpido y traidor!”. Por si las dudas, desde entonces antes de dormir aseguro las puertas y ventanas de nuestra habitación, nunca apago todas las luces, sólo consumo envasados, y trato de que Edith haga lo mismo.

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