Los coleccionistas de
vidrio
Ilustraciones:
Paula Alenda
Páginas:
94
Año:
marzo 2011
Colección:
La bicicleta amarilla
Me ha gustado —y mucho— leer Los coleccionistas de vidrio. Como se lo
expresé a la autora, se lo hace con el mismo placer que se bebe un vaso de agua
fresca. La prosa fluye limpia, amena, sin quiebres... Una delicia.
El libro se divide en cuatro capítulos,
en el primero, La casa azul, Aurora nos
presenta a los protagonistas: Andrés,
un niño que perdió a su madre al nacer y, pocos años después, a su padre y su
tío en un naufragio; quedando así a cargo de su abuelo. Éste es un viejo marinero que desde la muerte de sus dos
hijos no ha vuelto a aventurarse al mar. Ambos viven en la casa azul que
refiere el título del capítulo. El tercer protagonista es Joaquín, quien no lo pasa nada bien dado que su padre es un
borrachín.
Cierto
día, la maestra pregunta sobre el significado de la palabra coleccionismo, y, luego, sobre qué
colecciona cada uno. Al llegarle el turno a Joaquín, y decir éste que nada,
recibe una burla (podría coleccionar chapas y
posavasos de los bares) que lo hace salir corriendo, previo
ajuste con el bocazas, de la clase. Anoticiado
el abuelo de lo sucedido, urde un plan. Pero mejor que se los cuente la autora:
[...] —Podéis
explorar tras la tormenta —sugirió el abuelo—. Es el mejor momento, las olas
arrojan tesoros ocultos a la orilla, como éste.
Entonces sacó de
su bolsillo un objeto y lo colocó sobre la mesa. Era una piedra redondeada de
color rojo.
—¿Qué es? —preguntaron
al unísono.
—Vidrio de mar.
Los niños se
miraron con extrañeza y acariciaron la superficie pulida de la piedra.
—¿De dónde la
has sacado? Es precioso...
—Lo encontré
tras una tormenta, entre las piedras de la orilla. Son difíciles de encontrar,
no creáis... Alguna vez me he planteado ir a buscar más, coleccionarlas, pero
ya estoy mayor para andar yo solo por las rocas... Además, tampoco tengo la
vista que tenía... Podríais acompañarme algún día a buscar más.
—¿Hay vidrio
bajo el mar?
—Claro, vidrio
arrojado por los hombres a lo largo de miles de años. Cada uno de estos vidrios
tiene una historia sorprendente. Fíjate bien, parece una simple piedra, pero...
piensa por un momento qué objeto fue antes de convertirse en este fragmento.
¿Qué manos lo lanzaron al mar? ¿Cuánto tiempo ha viajado y qué distancia ha
recorrido? Cada uno de ellos guarda una historia extraordinaria. Éste, sin ir
más lejos, es parte de la copa del pirata Barbanegra... ¡No me digáis que no
conocéis la historia!
Los dos niños
negaron boquiabiertos. [...]
Entonces el abuelo les cuenta la
singular historia de La copa del pirata,
tras lo cual, y ante la curiosidad de los chicos por conocer cómo se enteró de
lo referido, el anciano les dice que es
como si (las piedras me) susurraran las
palabras al oído, sólo hay que saber escuchar. Luego, como no podía ser de
otra manera, el abuelo le regala la piedra roja a Joaquín para que comience su
colección.
El abuelo, por supuesto, es un cuentacuentos, y en cada capítulo les
regalará a los niños —y a nosotros—
la historia de las piedras que los niños vayan hallando. Por lo tanto, tenemos dos lecturas simultáneas: la de las
vicisitudes de los pequeños y la de los cuentos. La técnica de intercalar
historias dentro de una narración mayor tiene una larga y fructífera tradición
literaria que nos remonta a Scheherezada,
El Decamerón, Corazón de Edmundo de Amicis, etc. (con las
singularidades de cada caso). Pero como toda técnica a la que se utiliza sabiamente,
funciona para el lector como si fuera la primera vez.
Los capítulos siguientes (sobre los
cuales no voy a explayarme, espero que con el primero haya sido suficiente para
despertar vuestro apetito lector) son: La
Cala del Viento, Teresa y Los
coleccionistas de vidrio. Con sus respectivos cuentos: El farol de loto, La botella del náufrago y El escarabajo del faraón.
Sobre
los cuentos acotar que son un prodigio de imaginación. Me han gustado todos,
pero mis preferidos son La copa del
pirata y El farol de Loto. De este
último les dejo el comienzo:
Loto era la hija
más joven del emperador, la más bella, la más alegre y afectuosa. Era el tesoro
más preciado del monarca, y crecía entre mimos y constantes cuidados en lo más
recóndito del harén del palacio, ajena al mundo real que respiraba al otro lado de las murallas. [...]
Entre
las muchas páginas destacables del relato no puedo dejar de citar el encuentro —en
el capítulo 2—
de los amigos con la que será la cuarta protagonista, Teresa.
[...] La
inspeccionaron de arriba abajo, era un lugar mágico en el que el rumor del mar
se oía amortiguado, como cuando pones una caracola junto al oído.
—¿Crees que
alguna vez vuelven por aquí las sirenas? —preguntó Joaquín.
—No sé, aunque
el abuelo dice que todavía existen, yo no lo tengo muy claro.
Salieron por la
abertura del otro lado, que daba a otra bahía más amplia; entonces la vieron.
Apenas podían creerlo, sobre una roca, sentada tomando el sol con los ojos
cerrados, descansaba una sirena de largos cabellos dorados. Se quedaron
inmóviles como estatuas, con las bocas abiertas por la sorpresa, hasta que, de
pronto, ella percibió su presencia y se incorporó.
—Hola —les dijo—.
¿Qué estáis mirando?
No era una
sirena, era tan solo una niña a la que no conocían. [...]
El libro, además, viene bellamente
ilustrado por Paula Alenda. Un total
de nueve acuarelas recrean pasajes de la historia de Andrés y Joaquín o de los
cuentos. Las mismas son sobrias y delicadas.
En cuanto al libro como objeto en sí, se
ve que estamos ante una editorial responsable. La edición está muy cuidada, el
papel es de buena calidad y el tamaño y tipo de la letra altamente legible.
En suma, un libro que desde aquí
recomiendo para los peques (de 8 años en adelante se específica en la contratapa)
y para los no tan peques que gustan del dejarse llevar por la buena lectura sin
importar edades.
Mis más sinceras felicitaciones, Aurora.
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