INTENTÓ
pasar entre ellos, pero los hombres formaban una auténtica muralla de espaldas
alrededor del accidente. Disgustado, se trepó a una de las espaldas, pero el
tipo se lo sacudió de encima, como si se tratara de un muñeco. «¡Será mejor que
no lo vea!», le previno alguien. La advertencia, lejos de desanimarlo, lo
empujó a arremeter contra el baluarte. «¡Váyase!», le ordenó una voz, y otras
muchas voces se hicieron eco de la orden. Pero no se amedrentó. Se distanció
unos pasos, tomó vuelo y alcanzó a saltar por encima de la multitud.
Lamentablemente, el aterrizaje no fue bueno. Se había roto las piernas y el
dolor le nublaba la vista. «Creo que voy a desmayarme», dijo, cuando oyó una
seguidilla de frases. «¡Será mejor que no lo vea!», «¡Váyase!», «¡Váyase!». De
pronto, pareció comprender, y suplicó que dejaran pasar al tipo del otro lado
de la muralla. Los hombres se miraron y asintieron con una sonrisita. Una de
las espaldas le abrió un hueco justo para verse a sí mismo a punto de saltar.
Con paso firme, penetró en el círculo, pero no había nadie dentro. Suspiró. «Pensé
que…», comenzaba a decir, pero advirtió cómo el círculo se volvía a cerrar y,
aun luego de refregarse los ojos y sacudir la cabeza, pudo comprobar que
todos y cada uno de aquellos hombres repetían su rostro.
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