LA
SIRENITA, de largos cabellos que le llegan casi hasta la punta de la cola,
juega con las cuentas de sus collares mientras observa al niño. Parado junto al
castillo de arena a medio terminar, este le devuelve la mirada con la boca
llena de silencio y el corazón sin riendas. De improviso, la sirenita le señala
la caracola —en la que minutos antes el pequeño descargara todo el viento de
sus pulmones— y le tiende las manos con las palmas hacia el cielo. Él comprende
y le cede la caracola. Ella ríe y vuelve al mar. Cuando finalmente la pierde de
vista, el chico se tumba sobre la arena y solloza. Entonces una niña, de largos
cabellos que le llegan casi hasta los pies, le pregunta si puede ayudarlo a
terminar el castillo.
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