Tras
casi un mes de encierro al final del túnel de mil quinientos metros, escaso de
luz, sobrado de polvo de carbón y con el solo consuelo de los dibujos de sus
hijos y las notas de ánimo que desde la bocamina de “La Victoria” les llevaban
con la comida de cada día, Candi y once picadores
más salen al exterior entre aplausos de compañeros activos y jubilados, mujeres
y niños que haciendo turnos noche y día les han apoyado desde el exterior.
Visi
y Candi, él con un punto de silicosis, llevaban ya un tiempo pensándolo. Con
las «cuatro perras» que les dieron al cerrar el pozo, ligeros de equipaje y
cargados de dudas dejan atrás postigos cerrados comercio escaso una plaza
grande y baldía y la iglesia que en la mañana de invierno parece un buque
gigantesco y varado, para atravesar España de oeste a este. En la niebla, las
vías parecían tener su origen en la tapia del paseo donde se conocieron: “nos
vamos, no hay futuro, el pueblo se muere”.
Los
primeros años comían y dormían en su tienda de ultramarinos “Productos de la
tierra” –el nombre lo puso Visi– morcilla, queso, cecina, garbanzos, judías…,
más tarde, cuando las cosas iban mejor hojaldres y vinos “de la tierra”, de su
tierra; lo foráneo convivía con éxito con lo indígena. La pareja que solo vivía
para su negocio no se dio la oportunidad de entender lo que era la burbuja
inmobiliaria en la Europa del euro y tras un tiempo de alquiler «para hacer un
duro» se aventuró en un piso que quedo libre en el barrio. Saben poco, más bien
nada, de Theresa May, Donald Trump, el Brexit o el Parlamento Europeo, pero
conocen bien a Desi, el sin techo que duerme bajo cartones en el rellano de
Obras Públicas y paga con sonrisa bondadosa las puntas de jamón, pan sobrante y
alguna que otra fruta que se desliza en el hatillo que forma parte de
su anatomía.
Visi
y Candi viven últimamente en un sin vivir. Tradujeron el rótulo de la
tienda, las listas de precios y encargaron una nueva remesa de
papel de envolver, para adaptarse a la normativa de comunicación visual del
ayuntamiento. Ni por esas –o por esas– las ventas han dejado de menguar, dicen
que con el autogobierno llegará la abundancia, pero ellos no lo ven,
parece como si “los productos de la tierra”, de pronto, estuvieran
contraindicados para la salud: ¿”les habremos hecho algo”? Candi, emboscado en el silencio la alcoba, apretando
los puños guarda con urgencia en el bolsillo una carta del banco para que no la vea ella, pasará el
lunes, tienen que entender, no han dejado nunca de cumplir: “Lamentamos comunicarle que el
recibo de la hipoteca correspondiente al mes en curso no ha podido hacerse
efectivo por falta de fondos, rogamos provisión a la mayor brevedad”.
Visi
y Candi, que son muy suyos, no entienden el esfuerzo de los gobiernos para
instaurar el Estado de Bienestar, tampoco saben nada de la balanza comercial,
de reivindicaciones, ni conocen más lucha interna que la de conseguir abrir su
tienda de barrio cada día, cerrada hoy por manifestación. Tal vez solo les quede
a modo de recurso del pataleo hacer una Declaración Unilateral de Impotencia.