Habida cuenta que, aún apócrifo, el de Avellaneda también es Quijote -es
más, podría decirse que es otra versión de la Segunda parte- parece
prudente conceder al don Quijote cervantino la iniciativa a fin de establecer que
fue primero: el huevo o la gallina. Es decir quien tuvo antes acceso a la obra contraria. El tema es
interesante por cuanto desde el prólogo la contienda está servida: “Y así sale
al principio desta segunda parte de sus hazañas este, menos cacareado y
agressor de sus lectores (el Sabio Alisolan) que al que a su primera parte puso
Miguel de Ceruantes Saauedra” (Cide Hamete Benengeli).
A decir de los estudiosos Cervantes tenía la costumbre de comentar e
incluso leer las novelas que estaba escribiendo, de lo que resulta que tal
costumbre podía ser un hábito en los escritores y pudo conocer el manuscrito del
tal Avellaneda. Por idéntica razón, éste pudiera haber conocido al menos parte
de la Segunda parte auténtica. Pero… nos hemos planteado en esta ocasión
la lectura salvado ya el laberinto de la autoría a modo de fantasía, en torno a
la prioridad de autores y protagonistas.
Supongamos que Cervantes fuera informado por don Quijote de la Segunda
parte de Avellaneda en el momento de escribir el capítulo LIX de su Segunda
parte. Supongamos que tras esta información, Cervantes se limitase, como
hizo don Quijote, a hojear el libro entregado por don Jerónimo, y sin más
análisis continuara escribiendo su libro. Siguiendo el hilo de esta fantasía,
si así fuera tal vez hubiera dado solo
noticia de las insidiosas palabras del prólogo o, tal vez de la falta de
artículos en la escritura, pero fue más allá afirmando, con indudable sentido
irónico, que: “se desvía de la verdad en lo más principal de la historia” dando
importancia al hecho menor de llamar Mari Gutiérrez a Teresa Panza (Cervantes lo había hecho ya en la primera parte del Quijote) y
calificando al libro del "autor moderno" de contenido “obsceno y torpe”. Para esta calificación es obvio que no sirve una lectura superficial.
De vuelta a la realidad es por tanto presumible que Cervantes con o sin la ayuda que en nuestra fantasía aportó don Quijote tuviera
antes un conocimiento de la obra de Avellaneda. Cervantes fue sin duda el lector
más singular que tuvo el tal Avellaneda y este fue con certeza, un admirador del
Quijote. Lo imitó y continuó al tiempo que premiaba a su autor con
resentimiento correspondido por
Cervantes con ironía y delicadeza pero no menor eficacia.
Emulando a don Miguel intentaremos durante el mes de octubre acercarnos
a su singularidad lectora.