Tras la cita en Chicote, abordamos los últimos capítulos, sin atrevernos a calificar Riña de gatos como novela de intriga, costumbrista,
tragicomedia, o de misterio. Como en el cierre de cualquier acontecimiento (evento,
para estar al día), considero, conveniente -en un alarde de atrevimiento- elaborar
el panegírico correspondiente, sin dejar de apuntar una opinión crítica, si
hubiera lugar.
En anteriores
entradas nos significamos sobre la profusión de comentarios políticos,
abundancia de alusiones pictóricas, definición social de personajes, además de
una “presentación folletinesca e irónica, caricaturizando la sociedad del 36”.
La caricatura
folletinesca utilizada aporta -absteniéndose de razonamientos para no significarse en demasía- una cierta intrascendencia a la complicada
situación social, consecuencia de la
conspiración de los más poderosos contra la legalidad soberana de una, no muy
firme república.
Sin apartarse de
Tiziano, Velázquez y los diferentes personajes políticos, Eduardo Mendoza, gira
bajo mi punto de vista hacia un final romántico-sensiblero. Veamos:
Toñina con su bebé lactante,
poco agraciado y hambriento, se arriesga ante la orgullosa Paquita para salvar al protagonista, amante, de ambas por muy diferentes razones, por cierto, haciendo un
alarde de personalidad y filosofía de calle que para sí quisiera la marquesa de Cornellá.
Abrumada por la
magnitud de su pecado que el padre Rodrigo no quiere absolver pero consiente pregonar,
la marquesa confiesa su desliz a la adolescente Lili sin saber que
comparten -sentimentalmente en el caso de esta- un mismo príncipe azul.
Guillermo del Valle
herido de muerte por policías inútiles en un tiroteo absurdo se recupera
milagrosamente tras la visita de su madre y por lo que al final se sabe, el
sacrificio de su hermana.
Anthony, al que ya
habíamos definido como ingenuo acude a una extraña cita en la explanada del
pescado (frecuentada por algún que otro gato) donde se encuentra con un
peculiar pelotón de ejecución con desenlace rocambolesco.
Marujín, la
duquesa, intercede ante su compañero de correrías en su localidad natal: (Priego, Córdoba) Niceto Alcalá Zamora, a la
sazón presidente de la República, para salvar la honra de su hija mayor ante el acoso de tenorios de vía estrecha.
¿Qué más puede
faltar? Sólo la destrucción del cuerpo del delito, que ocurre de modo fortuito.
Un cambio
cervantino con raíces en El celoso extremeño, pone broche monástico-salmantino a la historia tejida en un Madrid convulso.
Me niego a dramatizar. No se si ahora el cielo y yo estamos en paz, pero al menos yo se cual es mi camino. (Paquita del Valle)
Deliberadamente en
los párrafos: Guillermo del Valle, Anthony, Marujín y ¿Que más…? he omitido el
desenlace por no adelantarme al interés
del lector.
Imágenes: Superior, claustro de monasterio de Las Dueñas (Salamanca)
Inferior, retrato de la madre Jerónima de la Fuente (Velázquez)