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25 de julio de 2013

Mucha teta y poca testa

Leonardo de Guillermo Aguirre.

"El objetivo último de una novela es contar una historia" dice el autor en una entrevista, y así nos va. Ya le han comido el culo unos cuantos en sus reseñas. Como doctor de a pie que soy he de decir que el ano en cuestión está lleno de almorranas, antes de emitir lengüetazos comprobad el orificio. Yo pensaba que eso de contar historias era más de taxistas, panaderos... y que la literatura, concebida como arte, la única que puede responder satisfactoriamente a dicha denominación, requiere de ciertos recursos literarios y un mínimo de contenido. Si una novela es válida siempre que cuente una historia, cualquier texto valdría para ser publicado y me temo que no es así. Si nos pusiéramos duros y sólo aceptáramos como literatura lo que tiene rasgos artísticos, este libro no sería literatura. Porque escribir un texto monótono que simplemente cuente una historia (chico conoce a chica, se van a vivir juntos, chico pone cuernos, chica descubre, etc.)... bueno es que eso no es ni una historia, es que es hacer un sofrito con el mismo aceite y los mismos ingredientes que han usado 200 antes que tú. Adentrémonos. Usa muchas referencias (Freud, Shakespeare, mitología, etc.) sin que aporten gran cosa al texto, como si éstas aumentaran la autoridad del narrador o su sabiduría. Atiborra el texto de paréntesis y guiones aclaratorios sin sentido ("pesquisas posteriores -o anteriores-"), que ni siquiera se sabe por qué alterna entre unos y otros, los cuales no funcionan como recurso literario sino como obstáculo del ritmo. El protagonista rechaza la política para más tarde hablar de ella, lo que refleja un personaje inconsistente. Construye imágenes infantiles ("me sentí como un agente de la CIA que ha sido puesto al descubierto"), que encima la frase suena mal. Una de las cosas que más tirria me da es que usa expresiones extranjeras de las que se ponen en cursiva ("une extravagance physique", "sotto voce", "ma faute à moi") sin ningún motivo, por el simple hecho de exhibirse, para parecer un intelectual de pies a cabeza. Sinceramente, la prosa destila tanta arrogancia, quiere ser tan grande, hay tanta pose en las palabras y quiere rizar tanto el rizo (todo esto al lado de un argumento monótono y un contenido invisible), que me parece que es uno de los libros más pedantes que ha pasado por mis manos, y aclaro por si acaso: es pedante porque el contenido no acompaña a las piruetas de la prosa, lo que hace que ésta resulte efectista y superficial. También rezuma cierto ombliguismo, ya que el protagonista narra con las orejeras puestas y no ve más allá de sí mismo, como si todo estuviera enfocado hacia el narrador, y en consecuencia, se advierten las ganas del autor de lucirse a través de dicho personaje, lo que se podría llamar "prosa egocéntrica". Bueno, y lo de la teta... ¿un símbolo de qué?... Mejor lo dejamos.