Apareces como de repente, como dice la canción de Miguel Ríos "dame una cita vamos al parque entra en mi vida..."
Me gustan tus formas. O mientes muy bien, o ya eres un hombre, se nota por tu educación, al primer minuto. Noto que eres francés, tendré un sexto sentido para eso.
En ese sentido tienes razón, no todos son como tú.
Me gusta como conduces. Más chulo que un ocho al volante, buena sensación.
¿Sabes? He conocido a cuatro hombres, y ninguno me ha tratado en una noche entera como lo has hecho tú en los primeros cinco minutos.
Tu voz. La tengo grabada en el cerebro, y de ahí no sale. Te oigo contestar a mis preguntas, y sigo oyendo las tuyas...
Me gusta esa barba rojiza, y tu altura, y quizá eres algo delgado para mi gusto, pero oye, es que te veo andar y jo... estás muy bien, chavalote.
Estás resentido con la vida... pero ¿y quién no lo está, pequeño?
Me gustó que confesáramos nuestros pequeños secretos nada más conocernos. Nada de errores, nada de confusiones. Tú tienes lo que tienes, y yo soy lo que soy, una habladora compulsiva que ni siquiera sabe guardar sus propios secretos, así que escupo todo lo que siento, lo que quiero, y lo que deseo tener. Sabes que no me iré a la cama contigo... no hoy.
Pero te acuestas delante de mí, y me coges un pie, y empiezas a acariciarlo fuerte, dices que te gusta hacerlo, y por lo que compruebo, no me cabe duda de que así es.
Te quejas de que ese sofá es demasiado incómodo, y sin embargo, yo me siento en la gloria, y de momento es por el sofá y no por ti.
De repente sueltas mi pie, y dejas de estar delante de mí, y estás encima, ¡te tengo encima!, pero no actúas como creí que lo harías. Me acaricias la cara, y ahí, en ese momento recuerdo la canción que sonaba en tu coche justo en el momento en el que me he subido a él... es curioso, pero no estoy nerviosa, ni tengo miedo, solo sé que estamos juntos, y que me siento bien, estoy a gusto, y ahora mismo, el sofá sí me resulta incómodo porque quiero que me lleves a la cama, solo sexo. No me acaricies, ni siquiera me beses, fóllame porque me gustas, fóllame porque me apetece que lo hagas, pero no esperes que me fume en tu habitación mi cigarro de "después de", lo haré en la cocina, o en el salón o me asomaré a la ventana, pero sé que no querré fumarlo contigo.
He pasado una noche a tu lado. No solo me fumé el cigarro contigo, sino que compartimos los cigarros, compartimos la ginebra, y compartimos confidencias.
Me estás empezando a encantar... y no quiero más serpientes como lo serás tú, como lo han sido todos.
Me gusta como lías los cigarros con tus manos, me gustan tus manos y después de estar varias horas fumando y bebiendo empiezas a producir en mí cierta ternura. Soy tonta. TONTA. No aprendo. Seguro que es otra estrategia de esas que los chicos sabéis utilizar tan bien. Dar pena, poner cara de niños buenos, sacar nuestro lado "maternal" para tenernos a vuestro servicio. Conmigo ya no cuela ese rollo, chavalote.
Nos vamos a dormir y al día siguiente me sorprendes llevándome a la playa a almorzar, y presentándome a un amigo tuyo. Aquí flipo, me descolocas. Eso no lo hacen todos.
Haces planes contando conmigo "podríamos ir un día a pescar", "podríamos ir a patinar", "vendremos más veces"... Yo no dejo de decir que soy tonta, TONTA, porque noto que mi corazón empieza a latir de una forma distinta... ¿más rápido? Noto en mi estómago algo raro ¿mariposas? "¡¡Joder no, no quiero!!! No me hagas esto, puta cabeza loca, deja que esté calmada un tiempo, deja que pueda vivir cosas que nunca he vivido".
-¿Podría pescar a Tequila?- escucho de tu boca, mientras estoy absorta en mis pensamientos.
- Ahhh, noooo... a Tequila le falta mucho tiempo para que alguien pueda pescarla-digo yo, sabiendo que miento, sabiendo que sería muy fácil que tú pudieras pescarme, sabiendo que me están temblando las piernas, sabiendo que voy a ser yo esta vez la que, cuando tenga oportunidad, me pondré encima de ti.
Volvemos a ese sofá, y dormimos juntos. Noto que me acaricias el pelo, y, aún estando dormida, me llenas de ternura. Noto que me miras a pesar de que tengo mis ojos cerrados. Te levantas de mi lado y veo de reojo como empiezas a hacer cosas. Noto que se me cae la manta de los pies y noto que vienes y me tapas. Tengo frío, pero quiero probar algo, así que esta vez, tiro yo la manta adrede, y te oigo reír, y noto que vuelves a taparme. Te sientas en un taburete y me miras. Noto tu mirada clavada en mí.
Cuando abro los ojos, han pasado tres horas, y me ofreces quedarme a cenar. Obviamente, digo que sí.
Y es entonces cuando tú te acuestas en el sofá, intercambiamos posiciones, y de repente, me doy cuenta de que estoy acariciándote la cabeza. No me lo has pedido, ni siquiera sé si te gusta, pero me sorprendo a mí misma haciendo algo que no he hecho nunca. No soy de esas "acariciadoras" por voluntad propia... pero te lo estoy haciendo a ti. "Puto cerebro. Deja de dar órdenes a mi mano para que toque su cabeza". Pero no me escucha. Te sigo tocando, te despierto con un beso...
Tu piel huele tan bien, y tus labios tienen esa temperatura tan perfecta, que me siento morir.
Y ahora ya sé que estoy metida en un lío, en algo que no quieres que pase, pero que ha pasado...