Soliloquios—14
Por José R. Bourget Tactuk
Todos somos culpables hasta que se nos
sospeche inocentes
Cuando José Amable se paraba en la esquina del parque
no se limitaba a ver las hermosas piernas de las chicas y tirarle piropos,
también recogía y despachaba informaciones. Algunos lo llamábamos
“el radar” por su habilidad de recibir y transmitir chismes y realidades.
“Cada vez que alguien me dice algo,” me dijo él una
tarde mientras chupaba el palillo en su boca, “lo primero que pienso es que me
está diciendo una mentira, sobretodo si se trata de algo bueno.” La
lógica era única, “nadie es tan pendejo como para ponerse a hacer algo bueno
sin esperar nada a cambio,” lo cual sonaba a algo que hubiera dicho Aristóteles
o Juan Pablo Duarte. En fin, José Amable no caía en ganchos y por
eso todos lo veíamos—y lo criticábamos—por ser el almacén de verdades y de
mentiras más grande del pueblo.
La sospecha es una cualidad con la que nacemos todos
los dominicanos. Cuando un bebé dominicano nace y comienza a gritar
sus chillidos se traducen fácilmente. Cuando mira a la mama los
gritos dicen “a tí te conozco,” pero cuando viene el papá los gritazos parecen
decir “¿y quién carajo eres tú?” Desde recién nacidos somos
sospechosos y es por eso que le tenemos sospecha hasta al doctor que facilitó
el parto. “¿Y tú no crees que ese anda detrás de lo
suyo?” Esa es una frase común. Nadie hace nada bueno sin
interés, todos tenemos gato entre macuto y hasta el más serio o la más seria
tiene muchas confesiones que hacer ante tres velas prendidas y de rodillas.
Cada pueblo tiene veinte José Amables, por lo menos
uno en cada barrio, son los tipos dedicados a traer y a llevar, encargados de
asegurarse de que las sospechas nunca se acaben. Si fulano construye
algo “eso e’ dinero sucio, ya tú sabe’ de qué”, si sutana se va para la capital
de vacaciones “se la llevaron pa’ sacarle el muchacho”, si mengana pierde 20
libras de peso “eso e’ porque el marido le’ta dando golpe.”
Y pobre del santito recién converso de la iglesia
evangélica, “le doy una semana pa’ que vuelva de faldero.” Los José
Amables no tienen verguenza, no tienen respeto; pero, sin duda alguna, “cuando
el río suena es porque agua trae” y detrás de cada sospecha puede que haya algo
de verdad.
Por eso es que todos somos culpables de algo, hasta
que alguien sospeche que somos totalmente inocentes.