Inglaterra ha hecho contribuciones excepcionales al mundo. No solamente el idioma inglés sino que las revoluciones agrícolas e industriales se originaron allá, al igual que grandes invenciones mecánicas como el tren, la turbina de gas, el propulsor a chorro de aviones y el automóvil. Produjeron el mercantilismo, el libre comercio, fueron cuna del capitalismo y del liberalismo económico. Además, su historia particular dió origen a la monarquía parlamentaria, mucho mejor que la monarquía absoluta (como la que funciona en la mayoría de los paises árabes) y no podemos dejar atrás a grandes manifestaciones de la cultura popular como los Beatles y los Rolling Stones.
No podemos dejar el drama de los monarcas y sus relacionados, nunca hubo tanto telenovela de primera clase como la que rodeo a la Princesa Diana desde su boda hasta su muerte (y más allá). Pero los ingleses también fueron los grandes imperialistas del tiempo moderno, gobernando sobre el imperio más grande conocido en los cuatro puntos cardinales del mundo. Ellos crearon y perdieron a lo que es hoy la gran nación del norte, los Estados Unidos de América; conquistaron, colonizaron y perdieron a la que era la nación más compleja y cosmopolita del mundo, la India; y de la misma manera los cartógrafos ingleses en sus oscuros sótanos de Londres inventaron naciones y partieron paises, creando grandes conflictos y guerras modernas (Pakistan-India-Kashmir, Israel-Palestina, Nigeria-Biafra, Chipre, China-Hong Kong).
Científicos británicos formularon lo que hoy es Viagra y no habría época moderna sin un científico como Sir Isaac Newton cuyos procesos mecánicos e ideas filosóficas dieron paso a la revolución industrial y a grandes pasos en la comprensión del universo y su funcionamiento. Inglaterra nos dió gran teatro y grandes autores, principal entre ellos a Shakespeare y aunque la cocina inglesa es probablemente una de las peores del mundo ellos sabiamente empezaron la famosa y valorada tradición del té.
Pero más que todas las cosas, el menos conocido pero el más fundamental de sus contribuciones lo ha sido el origen y rol de la Carta Magna, el documento firmado el 15 de junio del 1215 entre el Rey Juan y sus Barones feudales, comprometiéndose al supremo compromiso del “debido Proceso” bajo la ley, por el cual ninguna persona estaba por encima de la ley, ni siquiera el rey. Este “debido proceso” formó las bases de la Constitución de los Estados Unidos, sentando un ejemplo poderoso en todo el mundo, incluyendo el nuestro ya que Duarte y otros fundamentaron nuestra primera Constitución y el esquema de gobierno de nuestra nueva república sobre principios selectos de la Constitución Norteamericana.
Pero hay algo trágico en esa historia. Justo después de esa firma histórica de la Carta Magna vinieron los reinos de Enrique III y de Eduardo I bajos los cuales la “alta traición”, o sea, la deslealtad criminal en contra del gobierno por uno de sus ciudadanos, era condenada con una pena que consistía en el ahorcamiento, la castración, la destripación y el descuartizamiento. O sea, una persona condenada por alta traición primero era llevada a la horca (ahorcamiento) y justo antes de morir la bajaban del lazo y la colocaban amarrada sobre una escalera para que todos lo vieran. Totalmente desnudo le cortaban el pene y los testítulos (castración), luego, mientras la persona todavía estaba viva, le abrían la panza y le sacaban las entrañas (destripación) para que el condenado viera sus propias tripas y, si tenía suerte, le sacaban igualmente el corazón. Finalmente cortaban lo que quedaba en cuatro partes (descuartizamiento) y las colocaban en varias partes de la ciudad para que la gente lo viera. (Izq. tomada de Wikipedia http://en.wikipedia.org/wiki/Hanged,_drawn_and_quartered).
¿Cómo era posible que gente tan civilizada hiciera semejante atrocidad? Bueno, los ingleses no eran tan civilizados en ese entonces pero lo que hay que comprender más que cualquier otra cosa es que los gobiernos y sus líderes son capaces de cometer cualquier desfachatez o abuso, cualquier atropello o exceso, cualquier ilegalidad o arbitrariedad, en el nombre de la seguridad nacional o de los intereses partidiarios. Eso se traduce tanto al nivel nacional como municipal. Cualquier persona que se niegue a reconocer la autoridad y acciones del “monarca” sea Leonel Fernández, Hipólito Mejía o José Alexis Martínez va a ser ahorcado, castrado, destripado y descuartizado, simbólica o literalmente (por así decirlo).
Como estamos en un año eleccionario los ciudadanos de conciencia, a los que nos preocupa el insensato endiozamiento de los monarcas modernos por boca y acciones de pistoleros a sueldos que han vendido su alma al mejor postor, debemos vivir con ojos abiertos pero también listos a defender el principio del “debido proceso”, del imperio supremo valor de las leyes aún cuando el mismo gobierno (nacional o municipal) sea el principal violador de las mismas.
Si no estamos dispuestos a expresarnos, a protestar, a demandar, a denunciar y a proponer mejoras entonces a Dios que reparta suerte.