Me encanta ver los dibujos que los niños y niñas hacen de sus familias, sobre todo los más pequeños. Siempre que tengo oportunidad les pido que me hagan uno en el que aparezcan ellos y ellas también, y luego les pido que me lo expliquen. La semana pasada, aprovechando que estaba dando la familia con los pitufines y pitufinas de cuatro años, les pedí un dibujo y pude ver con claridad el estado de su vida familiar.
Por ejemplo, Y. se olvidó de incluir a su madre y a su padre. Aunque solo hemos dado los miembros más cercanos de la familia, él me dibujó una retahíla de primos que llenaba la hoja y vino todo contento a enseñármela. Sé que es hijo único y sé que tienen problemas en casa; casi sin querer le pregunté dónde estaban mamá y papá, y me arrepentí enseguida: es su dibujo, él tiene el control absoluto, no tiene por qué moldearlo a lo que yo pido. Él cambió el gesto, volvió a su mesa y añadió a sus padres, uno a cada lado del dibujo, bien separados. Pero había más: sus figuras eran rojas cuando el resto eran negras, y al añadirlos había decidido añadir también bocas al resto, bocas rojas y muy serias. No hace falta ser psicóloga para entender por lo que está pasando este crío.
M. viene todos los días cogido de la mano de su hermana mayor, a quien yo creía que adoraba, pero al hacer el dibujo no la ha incluido porque dice que no cabe. C. tiene serios problemas para separarse de su madre cada vez que entra a clase y se pasa cinco minutos pidiéndole besos cuando vamos de camino al aula, pero en su dibujo ella aparece sola en el reverso del folio, bien alejada de sus padres y sus dos hermanos. Los niños y niñas que hacen a sus padres con la cara tachada me llaman más la atención que aquellos que no les incluyen. Hermanos y hermanas tienen posiciones muy significativas en el folio, cerca o lejos, grandes o pequeñas, bien definidas o no. Las profesoras, sobre todo las de infantil, suelen bromear diciendo que en la escuela una se entera de todo lo que pasa en casa, porque los críos lo cuentan todo. Fijarse en el dibujo de un niño o niña de cuatro años es casi como ver a la familia en acción por un agujero o una cámara indiscreta. Y a mí me gusta en la misma proporción que me da miedo.
2 comentarios:
Ese niño seguirá dibujando hasta que un día empiece a dibujar menos, hasta que poco a poco se le acerque la Secundaria y un día se vea ahí, sentando en otra silla junto a otros niños incapaz de contener su lengua, incesante, en palabras que hablan no siempre en el momento que debieran, o más bien, más que en los momentos debidos, que buscan, esos momentos incensantes, esa atención constante, de la profesora como ha tenido o buscado siempre la de sus padres. Y ese mismo niño se verá otro día sentado en otra silla, uno de esos Parent's Evenings rutinarios y espaciados en el tiempo a través de los terms; Se verá ahí delante de sus notas, del Spring term1 al 2, tratando de explicar delante de su madre por qué...
(Cuando a veces deberían ser ellas, ellos, los padres, los que explicaran primero...
(Y no a la profesora
*Parents'
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