He descubierto que soy single. No soltera, ni mucho menos solterona a mis recién cumplidos 33, sino single, que queda mucho más cool que decir que vivo sola. Ahora resulta que, tras toda una historia de miles de años en los que el objetivo de todos los seres humanos parecía ser casarse y formar una familia, la gente ha encontrado otra opción y los empresarios se han dado cuenta. Somos un nuevo sector a investigar. Somos un nuevo mercado a explotar. Ya pronto pondrán bandejas con un solo filete, o venderán los yogures de uno en uno, o te dejarán coger las patatas a granel en los supermercados en lugar de obligarte a comprar mallas de cuatro kilos. Somos singles. Vivimos solos, no tenemos cargas familiares y, en teoría, disfrutamos de mayor poder adquisitivo (será quien no tenga una hipoteca de piso de libre mercado, digo yo). Ser single ya no es un estadio entre parejas, sino una forma de vida definitiva. No estamos en pareja porque no nos da la gana, no porque tengamos verrugas en la cara o porque nos dejara el último novio. Somos singles por elección y vocación, no por obligación.
Se calcula que en los próximos años la población de singles se va a duplicar. En algunos puntos de Europa ya alcanza el 30 por ciento. En España ya han empezado a hacer ferias de singles, que no son lugares para conocer gente sino propuestas que lanzar a este grupo de personas. Poco a poco, empieza a ver en nosotros el filón que siempre hemos sido.
Cuidadín, sociedades modernas: llega la invasión de los singles. ¡Por fin tetra-briks de medio litro!
Diario
Noviembre sigue su curso, y pronto acabará. Mi competición personal, que empezó con el NaNoWriMo el día uno, continuará en diciembre. Estoy muy lejos de las cincuenta mil palabras, y ni falta que me hace. Mi objetivo es otro; mi objetivo es sentarme frene al ordenador y escribir lo más cercano a mil palabras al día que pueda darme mi agotado cerebro al final de la jornada. Unos días son quinientas, otros dos mil quinientas; otros días, como ayer, ni lo intento. Algunos días estoy muy contenta con lo que he escrito, otros no tanto. En líneas generales, creo que he acertado con el tema y que puedo haber encontrado una voz que encaja conmigo. Eso en los días buenos, claro, porque cuando una no está a lo que tiene que estar, lo que sale en pantalla es un churro de feria (hmm, qué ricos). Pero el objetivo no es que salga un primer borrador perfecto, sino que salga algo con lo que pueda trabajar más tarde. Aún no he visto barbaridades incorregibles -aún- y he encontrado un montón de aspectos que se pueden mejorar (y lo mejor es que sé cómo), pero no me voy a poner a ello antes de poner el punto y final (provisional) porque si no, sé que nunca acabaré.
Conozco a mucha gente que escribe. Hoy en día, parece que todo el mundo tiene un libro en la mesita de noche, como dice Doris Lessing. Eso es lo que me hace pensar que escribir no es tan especial, que cualquiera puede hacerlo. Mal o bien, es algo que todo el que me rodea es capaz de hacer. ¿Quién me dice a mí que yo soy especial? ¿Con qué ínfulas puedo ir por la vida diciendo que soy aspirante a escritora, cuando quien más o quien menos tiene un diario más o menos novelado? Son ese tipo de cosas las que hacen que me plantee que probablemente esté perdiendo el tiempo. Es lo que me hace pensar que para qué esforzarme, cuando debe haber millones ahí fuera que escriben mucho mejor que yo.
Pero aunque quiera dejarlo, no puedo. Es mi forma de desahogarme. Me entretiene más que cualquier Gran Hermano o entrevista a Julián Muñoz. Me digo, "voy a escribir sólo para mí, no importa que nadie lo lea jamás", pero sé que es mentira y que necesito la aprobación de otros. Así que empiezo de nuevo una novela, o un cuento que quizás vaya a un concurso en el que nadie lo lea, o escribo en esta pantalla en la que tenéis a bien fisgar de cuando en cuando... Y luego vuelvo a caer, y mis dudas vuelven a resurgir, y vuelve a aparecer alguien más joven, más hábil, más guapo, mejor dotado y, sobre todo, mejor escritor de lo que yo soy o seré jamás...
Conozco a mucha gente que escribe. Hoy en día, parece que todo el mundo tiene un libro en la mesita de noche, como dice Doris Lessing. Eso es lo que me hace pensar que escribir no es tan especial, que cualquiera puede hacerlo. Mal o bien, es algo que todo el que me rodea es capaz de hacer. ¿Quién me dice a mí que yo soy especial? ¿Con qué ínfulas puedo ir por la vida diciendo que soy aspirante a escritora, cuando quien más o quien menos tiene un diario más o menos novelado? Son ese tipo de cosas las que hacen que me plantee que probablemente esté perdiendo el tiempo. Es lo que me hace pensar que para qué esforzarme, cuando debe haber millones ahí fuera que escriben mucho mejor que yo.
Pero aunque quiera dejarlo, no puedo. Es mi forma de desahogarme. Me entretiene más que cualquier Gran Hermano o entrevista a Julián Muñoz. Me digo, "voy a escribir sólo para mí, no importa que nadie lo lea jamás", pero sé que es mentira y que necesito la aprobación de otros. Así que empiezo de nuevo una novela, o un cuento que quizás vaya a un concurso en el que nadie lo lea, o escribo en esta pantalla en la que tenéis a bien fisgar de cuando en cuando... Y luego vuelvo a caer, y mis dudas vuelven a resurgir, y vuelve a aparecer alguien más joven, más hábil, más guapo, mejor dotado y, sobre todo, mejor escritor de lo que yo soy o seré jamás...
Dejar reposar unos meses antes de consumir
El viernes que viene tengo fiesta (sí, venga, ahora empezad con lo de que los profesores vivimos de vicio, bla, bla, bla, pero es el primer día de fiesta desde que empecé el curso, así que no está mal). Como es el día del maestro, es uno de esos días en los que todo el mundo trabaja menos tú; todo está abierto, todas las oficinas funcionan a pleno rendimiento, y puedes aprovechar para hacer el papeleo que normalmente delegas en tu padre jubilado. Un día estupendo para hacer recados, vaya.
Yo voy a aprovechar para entregar en el ayuntamiento los cuentos que quiero que participen en un concurso local. Este fin de semana, por tanto, lo estoy dedicando a buscar en mi extensa carpeta de cuentos escritos y nunca más leídos algo que tenga arreglo y pueda entregar dentro de seis días. Cuál no habrá sido mi sorpresa cuando me he encontrado con un par de cosas que, no sólo no necesitan arreglos visibles (los miraré con lupa esta tarde, pero nada grita ¡arréglame!), sino que me han hecho descojonarme cuando los he releído (esa era la intención del texto, no penséis que me he reído de algo que pretendía ser un drama).
En su momento, ambos escritos me parecieron salados, pero sin más. Los dejé aparcados porque tenía la sensación de que les faltaba algo, de que no eran perfectos. Ya tienen un año. El ordenador ha debido cambiarlos, o quizás yo sea otra persona, porque ahora me parecen estupendos, y los que me leéis a menudo sabéis lo activo que es mi Monstruo y lo difícil que me resulta estar a gusto con algo que yo he escrito. Al ser textos cómicos, no creo que ganen ningún concurso (tengo la teoría de que a los jurados les va lo trascendental, lo morboso, lo doloroso), pero yo estoy segura de que son dos de las mejores piezas que he escrito nunca. Curiosamente, nunca las he mandado a concurso.
Siempre he leído que lo mejor cuando alguien termina de escribir un texto es dejarlo macerar. Cuando lo vuelves a leer, desde la distancia que da el tiempo, te das cuenta de los defectos y virtudes del texto desde la lejanía de alguien que ha olvidado todos sus entresijos. Es como dar algo a leer a otra persona, que termina encontrando cosas en las que tú ni siquiera te habías fijado, que no sabías ni que estaban ahí. Como cuando los pintores se alejan unos pasos de sus cuadros para ver el efecto total de ese detalle que acaban de pintar. Como dejar subir la masa del pan después de echarle la levadura. La escritura también "sube". Es imposible juzgar algo que acabas de terminar.
Lo que me lleva a la última conclusión. La mayor virtud de un escritor: la paciencia. Paciencia para escribir el primer borrador palabra por palabra, paciencia para dejarlo crecer, paciencia para arreglarlo y volverlo a arreglar, paciencia (y una piel muy dura) para recibir las críticas que siempre tardan en llegar, paciencia para que la gente que por fin te lee (si te lee alguien) opine.
Así que, si me lo permitís, voy a ir corriendo a mi rincón a ser paciente y a hilar una palabra con otra, para poder esperar más tarde.
Yo voy a aprovechar para entregar en el ayuntamiento los cuentos que quiero que participen en un concurso local. Este fin de semana, por tanto, lo estoy dedicando a buscar en mi extensa carpeta de cuentos escritos y nunca más leídos algo que tenga arreglo y pueda entregar dentro de seis días. Cuál no habrá sido mi sorpresa cuando me he encontrado con un par de cosas que, no sólo no necesitan arreglos visibles (los miraré con lupa esta tarde, pero nada grita ¡arréglame!), sino que me han hecho descojonarme cuando los he releído (esa era la intención del texto, no penséis que me he reído de algo que pretendía ser un drama).
En su momento, ambos escritos me parecieron salados, pero sin más. Los dejé aparcados porque tenía la sensación de que les faltaba algo, de que no eran perfectos. Ya tienen un año. El ordenador ha debido cambiarlos, o quizás yo sea otra persona, porque ahora me parecen estupendos, y los que me leéis a menudo sabéis lo activo que es mi Monstruo y lo difícil que me resulta estar a gusto con algo que yo he escrito. Al ser textos cómicos, no creo que ganen ningún concurso (tengo la teoría de que a los jurados les va lo trascendental, lo morboso, lo doloroso), pero yo estoy segura de que son dos de las mejores piezas que he escrito nunca. Curiosamente, nunca las he mandado a concurso.
Siempre he leído que lo mejor cuando alguien termina de escribir un texto es dejarlo macerar. Cuando lo vuelves a leer, desde la distancia que da el tiempo, te das cuenta de los defectos y virtudes del texto desde la lejanía de alguien que ha olvidado todos sus entresijos. Es como dar algo a leer a otra persona, que termina encontrando cosas en las que tú ni siquiera te habías fijado, que no sabías ni que estaban ahí. Como cuando los pintores se alejan unos pasos de sus cuadros para ver el efecto total de ese detalle que acaban de pintar. Como dejar subir la masa del pan después de echarle la levadura. La escritura también "sube". Es imposible juzgar algo que acabas de terminar.
Lo que me lleva a la última conclusión. La mayor virtud de un escritor: la paciencia. Paciencia para escribir el primer borrador palabra por palabra, paciencia para dejarlo crecer, paciencia para arreglarlo y volverlo a arreglar, paciencia (y una piel muy dura) para recibir las críticas que siempre tardan en llegar, paciencia para que la gente que por fin te lee (si te lee alguien) opine.
Así que, si me lo permitís, voy a ir corriendo a mi rincón a ser paciente y a hilar una palabra con otra, para poder esperar más tarde.
Un poquito por favor. Por favor.
Conversación en el patio. Llovizna. Los niños no molestan demasiado.
Profesor A: Jo, estoy hecho polvo. A la madre de un amigo mío le han diagnosticado un cáncer y está muy mal.
Profesora B: Ay, pobre, ya lo siento.
Yo: Sí, se pasa mal, pero tranquilo, que hay tratamiento. A mi padre le diagnosticaron un cáncer en mayo, pero ahí está, aguantando.
Profesora B: Uy, pues a mí la semana pasada me dijeron que un vecino mío tenía cáncer. Qué susto, maja, no tienes ni idea de la impresión que te llevas.
No. Qué va. Ni la más mínima, vaya.
Profesor A: Jo, estoy hecho polvo. A la madre de un amigo mío le han diagnosticado un cáncer y está muy mal.
Profesora B: Ay, pobre, ya lo siento.
Yo: Sí, se pasa mal, pero tranquilo, que hay tratamiento. A mi padre le diagnosticaron un cáncer en mayo, pero ahí está, aguantando.
Profesora B: Uy, pues a mí la semana pasada me dijeron que un vecino mío tenía cáncer. Qué susto, maja, no tienes ni idea de la impresión que te llevas.
No. Qué va. Ni la más mínima, vaya.
Lo dejo
Lo dejo. Me voy. Abandono. Ya no puedo más.
No, no me refiero al blog, ni a la escritura. Me refiero al dibujo.
Me apunté a dibujo porque creía que iba a tener muchas horas libres y necesitaba algo que activara mi parte creativa. Aproveché que vivo al lado de la Escuela de Artes y Oficios para empezar de cero, con su curso más básico. Allí nos enseñaron a medir distancias, a proporcionar un dibujo, a captar algo vivo y real sobre el papel. Nos enseñaron a hacer copias de la naturaleza, con muy pocas referencias a cuadros ajenos. Y aun cuando nos pedían copiar un cuadro ajeno, éramos nosotros los que elegíamos el tema y la profa nos invitaba a hacer nuestra propia versión de él, aun a riesgo de que saliera un churro. Me lo pasaba pipa. Descubrí que nunca iba a ser famosa con el dibujo, pero que era lo suficientemente buena para tenerlo como hobby. Aunque el estudio exigiera más horas que las que le otorgaba, yo nunca sacrificaba dibujo. Me encantaba. No faltaba un solo día.
Este año hemos empezado el curso con tinta china y acuarela, probablemente las técnicas más difíciles que hay. Desde el primer día nos advirtió que no iba a haber dibujo, que todo iba a ser pintura; nos dio un esquema de un cuadro ajeno -ni siquiera nos dejó hacer nuestra propia versión del original- y nos invitó a que rellenáramos los huecos. Su teoría decía que la acuarela es una de las técnicas que menos habilidad requiere, un arte menor, una tontería, vaya. Yo no había hecho acuarela en mi vida y odiaba la tinta china a muerte. El primer dibujo fue un paisaje marino. Horror. Sus instrucciones se limitaban a "haz que no se noten las pinceladas", pero no te decía cómo, o "aquí te ha quedado muy soso, dale más vida". ¿Qué es dar más vida? ¿Le pinto unas maracas? "Este color no es igual que el del original". Es que nunca he mezclado colores. "Así no se coge el pincel". ¡Pues dime cómo! ¡Enséñame!
Si a esto le sumamos el hecho de que las asignaturas de segundo de carrera son más difíciles que las de primero y que este año tengo la presión añadida de una clase con un altísimo nivel, se entiende que no quiera derrochar el tiempo en algo que no me llena. Al menos yo quiero verlo así. Quiero entender este plante a todo como una priorización, no como un abandono. Estoy poniendo mis estudios y la escritura por delante de un hobby que ya no me aportaba nada. Estoy rescatando seis horas a la semana para mí. Seguiré haciendo retratos de Alan Rickman cuando tenga tiempo, aunque cada vez serán peores (y eso que nunca fueron buenos), pero lo haré porque me guste, no por obligación. Me queda la rabia de rendirme, y de haberlo dejado en un momento de bajón -de verdad, qué mal se me da la acuarela-, pero yo sé que no me voy por ser mala en ello, sino por estar física y mentalmente agotada. Que el sábado casi me quedo dormida sobre el plato de bacalao, hombre.
Hala, ya dejo de llorar. Otro día os cuento la odisea de ser administradora de la comunidad y tener goteras entre vecinos que no se llevan bien. Genial, vaya. Maravilloso. Fantástico.
No, no me refiero al blog, ni a la escritura. Me refiero al dibujo.
Me apunté a dibujo porque creía que iba a tener muchas horas libres y necesitaba algo que activara mi parte creativa. Aproveché que vivo al lado de la Escuela de Artes y Oficios para empezar de cero, con su curso más básico. Allí nos enseñaron a medir distancias, a proporcionar un dibujo, a captar algo vivo y real sobre el papel. Nos enseñaron a hacer copias de la naturaleza, con muy pocas referencias a cuadros ajenos. Y aun cuando nos pedían copiar un cuadro ajeno, éramos nosotros los que elegíamos el tema y la profa nos invitaba a hacer nuestra propia versión de él, aun a riesgo de que saliera un churro. Me lo pasaba pipa. Descubrí que nunca iba a ser famosa con el dibujo, pero que era lo suficientemente buena para tenerlo como hobby. Aunque el estudio exigiera más horas que las que le otorgaba, yo nunca sacrificaba dibujo. Me encantaba. No faltaba un solo día.
Este año hemos empezado el curso con tinta china y acuarela, probablemente las técnicas más difíciles que hay. Desde el primer día nos advirtió que no iba a haber dibujo, que todo iba a ser pintura; nos dio un esquema de un cuadro ajeno -ni siquiera nos dejó hacer nuestra propia versión del original- y nos invitó a que rellenáramos los huecos. Su teoría decía que la acuarela es una de las técnicas que menos habilidad requiere, un arte menor, una tontería, vaya. Yo no había hecho acuarela en mi vida y odiaba la tinta china a muerte. El primer dibujo fue un paisaje marino. Horror. Sus instrucciones se limitaban a "haz que no se noten las pinceladas", pero no te decía cómo, o "aquí te ha quedado muy soso, dale más vida". ¿Qué es dar más vida? ¿Le pinto unas maracas? "Este color no es igual que el del original". Es que nunca he mezclado colores. "Así no se coge el pincel". ¡Pues dime cómo! ¡Enséñame!
Si a esto le sumamos el hecho de que las asignaturas de segundo de carrera son más difíciles que las de primero y que este año tengo la presión añadida de una clase con un altísimo nivel, se entiende que no quiera derrochar el tiempo en algo que no me llena. Al menos yo quiero verlo así. Quiero entender este plante a todo como una priorización, no como un abandono. Estoy poniendo mis estudios y la escritura por delante de un hobby que ya no me aportaba nada. Estoy rescatando seis horas a la semana para mí. Seguiré haciendo retratos de Alan Rickman cuando tenga tiempo, aunque cada vez serán peores (y eso que nunca fueron buenos), pero lo haré porque me guste, no por obligación. Me queda la rabia de rendirme, y de haberlo dejado en un momento de bajón -de verdad, qué mal se me da la acuarela-, pero yo sé que no me voy por ser mala en ello, sino por estar física y mentalmente agotada. Que el sábado casi me quedo dormida sobre el plato de bacalao, hombre.
Hala, ya dejo de llorar. Otro día os cuento la odisea de ser administradora de la comunidad y tener goteras entre vecinos que no se llevan bien. Genial, vaya. Maravilloso. Fantástico.
Y dios creo el mundo.
Hoy hace 33 años que existe el mundo. Al menos para mí, claro. Y, como decía una tira de Mafalda, si existía antes, ¿para qué?
Cuando vivía en Estados Unidos, siempre aprovechaba que el día doce era fiesta nacional (el día de los veteranos) para cogerme el día de mi cumpleaños fiesta y hacer unos hermosos puentes. Tomé por costumbre irme a Las Vegas a celebrar mi cumpleaños; no iba sola, claro, vaya celebración de las narices, yo y mi caballo, sino que se apuntaba un número variable de amigos de allí. Cenábamos en el Paris, Paris, nos íbamos a bailar al Caesar's Palace o nos pasábamos las horas muertas jugando al black jack en las mesas de cinco dólares del Flamingo. Lo hice tres o cuatro años seguidos. Me lo pasaba en grande.
Ahora no puedo pedirme el día de mi cumpleaños libre porque el sistema de sustitutos no funciona como allí (allí teníamos diez días al año, acumulables, para lo que necesitáramos, que podíamos coger prácticamente cuando quisiéramos; eso sí, si se te acababan esos diez días y te tenían que operar de apendicitis, te quedabas sin paga). Hoy he ido a trabajar con chuches para los críos y un pastel para los profesores; he comido chuchitos en casa de mis padres y he abierto el regalo que mi hermano me ha dejado antes de salir para Sevilla a las cinco de la mañana. Tengo el móvil pegadito a mí porque suena cada poco. He recibido emails de mis antiguas alumnas y tengo una bolsa llena de tarjetas de felicitación escritas por mis actuales monstruos.
No voy a caer en el tópico y decir que no cambiaría esto por Las Vegas porque me lo pasaba muy bien allí, igual que me lo paso aquí. Simplemente, son etapas distintas que nos tocan vivir en momentos diferentes, ni mejor ni peor, solo distintas. Sería ridículo echar de menos Las Vegas, igual que era ridículo desear estar en casa cuando vivía en California. Hay que alegrarse de tener lo que se tiene y, sobre todo, de haber tenido lo que se ha tenido. Hay que saborear cada minuto, porque si nos pasamos la vida mirando a lo que fue, nunca tendremos la sensación de estar viviendo lo que nos merecemos.
Hoy es mi cumpleaños. Y me encanta.
Cuando vivía en Estados Unidos, siempre aprovechaba que el día doce era fiesta nacional (el día de los veteranos) para cogerme el día de mi cumpleaños fiesta y hacer unos hermosos puentes. Tomé por costumbre irme a Las Vegas a celebrar mi cumpleaños; no iba sola, claro, vaya celebración de las narices, yo y mi caballo, sino que se apuntaba un número variable de amigos de allí. Cenábamos en el Paris, Paris, nos íbamos a bailar al Caesar's Palace o nos pasábamos las horas muertas jugando al black jack en las mesas de cinco dólares del Flamingo. Lo hice tres o cuatro años seguidos. Me lo pasaba en grande.
Ahora no puedo pedirme el día de mi cumpleaños libre porque el sistema de sustitutos no funciona como allí (allí teníamos diez días al año, acumulables, para lo que necesitáramos, que podíamos coger prácticamente cuando quisiéramos; eso sí, si se te acababan esos diez días y te tenían que operar de apendicitis, te quedabas sin paga). Hoy he ido a trabajar con chuches para los críos y un pastel para los profesores; he comido chuchitos en casa de mis padres y he abierto el regalo que mi hermano me ha dejado antes de salir para Sevilla a las cinco de la mañana. Tengo el móvil pegadito a mí porque suena cada poco. He recibido emails de mis antiguas alumnas y tengo una bolsa llena de tarjetas de felicitación escritas por mis actuales monstruos.
No voy a caer en el tópico y decir que no cambiaría esto por Las Vegas porque me lo pasaba muy bien allí, igual que me lo paso aquí. Simplemente, son etapas distintas que nos tocan vivir en momentos diferentes, ni mejor ni peor, solo distintas. Sería ridículo echar de menos Las Vegas, igual que era ridículo desear estar en casa cuando vivía en California. Hay que alegrarse de tener lo que se tiene y, sobre todo, de haber tenido lo que se ha tenido. Hay que saborear cada minuto, porque si nos pasamos la vida mirando a lo que fue, nunca tendremos la sensación de estar viviendo lo que nos merecemos.
Hoy es mi cumpleaños. Y me encanta.
Regalos
Metas
Estos últimos meses (quizás debería decir el último año) he estado aprendiendo a ponerme metas. Antes creía que sabía hacerlo, que era lo más fácil del mundo, pero no hace mucho tiempo me di cuenta de que no tenía ni idea. Yo podía decir algo así como "quiero ser escritora", y después sentarme a imaginar cómo debe ser eso de ser escritora, sólo los lados positivos, claro, y sólo el punto de vista de los super ventas. Me veía como una Stephen King, firmando autógrafos nada más salir de casa. Pero no me ponía a escribir, a hacer algo por conseguir esa meta.
Ahora mis metas son en sí mismas pequeños pasos para alcanzar una meta más grande. Ya no pienso "quiero ser escritora", sino que pienso "quiero escribir". Así dicho parece lo más fácil del mundo, pero luego llega la vida, como dijo una alumna mía el año pasado, y todo se tuerce. Hay que trabajar. Hay que estudiar (porque otra de mis metas es ser licenciada, o de ahí para arriba). Hay que dibujar (porque tanto ejercitar el lado lógico del cerebro no es bueno). Y luego, si sobra tiempo y el sueño y el cansancio lo permiten, hay que escribir. Porque sí, hay que escribir. Si me he puesto esa meta, tengo que cumplirla. Se acabó lo de pensar en "me gustaría..." y luego cambiar de opinión a la semana siguiente. Una meta es una promesa que me hago a mí misma, y esas son las que no hay que romper.
El segundo paso, o segunda meta, será la revisión de eso que he escrito, que sé que va a ser mucho más difícil que el primer paso porque no sé hacerlo. Pero la revisión es fundamental, es lo que da forma al escrito, lo que le da sentido. Tengo que hacerlo. Es otra meta. Y para llegar a ella, tengo que estudiar cómo se hace. Buscar en internet, en libros, preguntar... Tengo que lograr pulir mi diamante en bruto. Tengo que formarme como escritora.
El siguiente paso, o la siguiente meta: dejar que alguien lo lea. Eso ya me convertiría, de por sí, en escritora. Nunca he dejado que alguien lea algo largo mío, más que nada porque nunca me ha gustado nada de lo que he escrito. Pero cuando esté pulido, barnizado y abrillantado, tengo que dar el salto, darle un mamporro al Monstruo y sacar la copia en papel del ordenador. O mandarla por correo a alguien de confianza. O poner extractos en el blog (con lo peligroso que es eso). Pero, de alguna manera, necesito saber que gusta.
Y después de pulido, leído y vuelto a pulir, sacarlo a que le dé el aire. Buscar a alguien que lo quiera publicar.
Y empezar a recoger cartas de rechazo.
Os parecerá una locura, pero sueño con el día en que reciba la primera carta de rechazo. Eso significará que todas mis anteriores metas se han cumplido, que estoy en el último paso, que ya no depende de mí. Eso significará que, a efectos morales, seré escritora. Y esa, esa y no otra, es la meta que representa la suma de todas las otras metas. La suma de todas mis luchas. Y si encima alguna vez publico algo, ya será la leche. Pero con la carta de rechazo me conformo.
Mientras llega la carta, por supuesto, habrá que seguir escribiendo. Que es lo que a una la hace escritora.
Estoy aprendiendo a ir paso a paso. Todavía estoy en la primera etapa, y la estoy disfrutando como una enana, porque sé que es la más fácil. El calvario vendrá después. Lo difícil viene luego.
Pero mi meta está clara. Y los pasos que he de dar para llegar a ella, también.
Por fin.
Ahora mis metas son en sí mismas pequeños pasos para alcanzar una meta más grande. Ya no pienso "quiero ser escritora", sino que pienso "quiero escribir". Así dicho parece lo más fácil del mundo, pero luego llega la vida, como dijo una alumna mía el año pasado, y todo se tuerce. Hay que trabajar. Hay que estudiar (porque otra de mis metas es ser licenciada, o de ahí para arriba). Hay que dibujar (porque tanto ejercitar el lado lógico del cerebro no es bueno). Y luego, si sobra tiempo y el sueño y el cansancio lo permiten, hay que escribir. Porque sí, hay que escribir. Si me he puesto esa meta, tengo que cumplirla. Se acabó lo de pensar en "me gustaría..." y luego cambiar de opinión a la semana siguiente. Una meta es una promesa que me hago a mí misma, y esas son las que no hay que romper.
El segundo paso, o segunda meta, será la revisión de eso que he escrito, que sé que va a ser mucho más difícil que el primer paso porque no sé hacerlo. Pero la revisión es fundamental, es lo que da forma al escrito, lo que le da sentido. Tengo que hacerlo. Es otra meta. Y para llegar a ella, tengo que estudiar cómo se hace. Buscar en internet, en libros, preguntar... Tengo que lograr pulir mi diamante en bruto. Tengo que formarme como escritora.
El siguiente paso, o la siguiente meta: dejar que alguien lo lea. Eso ya me convertiría, de por sí, en escritora. Nunca he dejado que alguien lea algo largo mío, más que nada porque nunca me ha gustado nada de lo que he escrito. Pero cuando esté pulido, barnizado y abrillantado, tengo que dar el salto, darle un mamporro al Monstruo y sacar la copia en papel del ordenador. O mandarla por correo a alguien de confianza. O poner extractos en el blog (con lo peligroso que es eso). Pero, de alguna manera, necesito saber que gusta.
Y después de pulido, leído y vuelto a pulir, sacarlo a que le dé el aire. Buscar a alguien que lo quiera publicar.
Y empezar a recoger cartas de rechazo.
Os parecerá una locura, pero sueño con el día en que reciba la primera carta de rechazo. Eso significará que todas mis anteriores metas se han cumplido, que estoy en el último paso, que ya no depende de mí. Eso significará que, a efectos morales, seré escritora. Y esa, esa y no otra, es la meta que representa la suma de todas las otras metas. La suma de todas mis luchas. Y si encima alguna vez publico algo, ya será la leche. Pero con la carta de rechazo me conformo.
Mientras llega la carta, por supuesto, habrá que seguir escribiendo. Que es lo que a una la hace escritora.
Estoy aprendiendo a ir paso a paso. Todavía estoy en la primera etapa, y la estoy disfrutando como una enana, porque sé que es la más fácil. El calvario vendrá después. Lo difícil viene luego.
Pero mi meta está clara. Y los pasos que he de dar para llegar a ella, también.
Por fin.
NaNoWriMo, again
Pues sí, ya llegó noviembre, ya llegó el frío, y por supuesto llegó el NaNoWriMo (usease, el National November Writing Month, o noviembre, mes nacional de la escritura). Algún loco hay por ahí (y no miro a nadie, así que el que se sienta aludido por algo será) que se ha propuesto, como todos los años, escribir cincuenta mil palabras en un solo mes para ganar una apuesta que se ha hecho consigo mismo y de lo que no va a sacar ni un euro. Pero ojo, cincuenta mil palabras con sentido, con orden y concierto, que cuenten una historia, no como las que escribiría, por poner un ejemplo, Jiménez Los Santos (¿será hoy su santo?, y el de toda su familia, supongo, por eso de Todos los Santos), que podría escribir cincuenta mil veces el mismo insulto y se quedaría tan ancho. No. Repito, tiene que tener sentido.
Yo lo intenté una vez. Por supuesto, yo por aquel entonces era una kamikaze que lo hacía todo a lo bestia, y me lancé a escribir sin tener una idea clara de lo que quería hacer. A las diez mil palabras, y viendo que no iba a acabar con cincuenta mil ni de coña, me rendí. Además, sigo convencida de que los que ponían en la web que escribían cinco mil palabras al día mentían por los poros, para fardar. Yo, si llegaba a las dos mil, me sentía triunfante. Me pasó un día; no dormí de la emoción (o del café que me tomé para celebrarlo). No volvió a suceder (ni lo de tomarme un café a las ocho de la tarde, ni lo de las dos mil palabras).
Este año no lo voy a intentar. Tengo una idea que me ronda la cabeza, pero estamos como en aquel infame año 2005, cuando sabía cómo iba a empezar la novela pero no lo que iba a pasar hasta el final (que tampoco estaba muy atado). Ahora mismo tengo una premisa, tres personajes y muchas ideas en la cabeza, pero ¿es suficiente? Creo que podría aguantar tres o cuatro capítulos con lo que tengo hasta ahora. Sé el final, que ya es más de lo que sabía en 2005 (con la otra novela, claro, de esta no sabía nada todavía, prácticamente acabamos de conocernos, ni siquiera sé cómo se llama); sé el nombre de dos personajes y sé que va a ser de humor, porque me apetece probar algo nuevo. Me apetece hacerme reír, mejor dicho, porque lo estoy necesitando. Pero ni siquiera sé si estará contada en presente o en pasado, o en primera o tercera persona. Son decisiones que hay que tomar antes de lanzarse al vacío, y hoy ya es uno de noviembre. Y tengo cinco asignaturas que estudiar, y trabajo a jornada completa, y tengo una niña de educación especial que me exige cierta investigación sobre su caso, con lo que le puedo dedicar a la novela, con suerte, un par de mañanas y alguna noche de insomnio, pero no mucho más. No, no puedo participar en el NaNoWriMo. Ahora no. ¿Pero y si...? Que no, que no.
¿Cuándo se le ocurrirá a algún castellanoparlante hacer un NaNoWriMo a la española, o sea, un MeNoEsNa (mes de noviembre de la escritura nacional)? ¿Cuándo una de esas fantásticas páginas que "regalan" los del NaNo en castellano, para que gente que de hecho habla tu idioma pueda leer lo que estás escribiendo y darte su opinión? Lanzo la petición para el/la que se anime, que necesitamos un poco de creatividad en cristiano en la red. No todos los bestsellers van a estar escritos en inglés, digo yo. Lo único que, conociéndonos, igual un NaNo a la española bajaba el límite a 20 000, o proponía botellón para celebrar llegar a la meta... Peligrosillo, madre.
(¿Y si me marco yo mis propias bases y me conformo con diez mil palabras este mes y un principio bien pulidito para echarme yo misma unas risas en momentos de bajón? No sé, no sé... Qué coño. ¿Qué mejor cosa que hacer un sábado por la tarde con un frío que pela en la calle? A escribir se ha dicho.)
Yo lo intenté una vez. Por supuesto, yo por aquel entonces era una kamikaze que lo hacía todo a lo bestia, y me lancé a escribir sin tener una idea clara de lo que quería hacer. A las diez mil palabras, y viendo que no iba a acabar con cincuenta mil ni de coña, me rendí. Además, sigo convencida de que los que ponían en la web que escribían cinco mil palabras al día mentían por los poros, para fardar. Yo, si llegaba a las dos mil, me sentía triunfante. Me pasó un día; no dormí de la emoción (o del café que me tomé para celebrarlo). No volvió a suceder (ni lo de tomarme un café a las ocho de la tarde, ni lo de las dos mil palabras).
Este año no lo voy a intentar. Tengo una idea que me ronda la cabeza, pero estamos como en aquel infame año 2005, cuando sabía cómo iba a empezar la novela pero no lo que iba a pasar hasta el final (que tampoco estaba muy atado). Ahora mismo tengo una premisa, tres personajes y muchas ideas en la cabeza, pero ¿es suficiente? Creo que podría aguantar tres o cuatro capítulos con lo que tengo hasta ahora. Sé el final, que ya es más de lo que sabía en 2005 (con la otra novela, claro, de esta no sabía nada todavía, prácticamente acabamos de conocernos, ni siquiera sé cómo se llama); sé el nombre de dos personajes y sé que va a ser de humor, porque me apetece probar algo nuevo. Me apetece hacerme reír, mejor dicho, porque lo estoy necesitando. Pero ni siquiera sé si estará contada en presente o en pasado, o en primera o tercera persona. Son decisiones que hay que tomar antes de lanzarse al vacío, y hoy ya es uno de noviembre. Y tengo cinco asignaturas que estudiar, y trabajo a jornada completa, y tengo una niña de educación especial que me exige cierta investigación sobre su caso, con lo que le puedo dedicar a la novela, con suerte, un par de mañanas y alguna noche de insomnio, pero no mucho más. No, no puedo participar en el NaNoWriMo. Ahora no. ¿Pero y si...? Que no, que no.
¿Cuándo se le ocurrirá a algún castellanoparlante hacer un NaNoWriMo a la española, o sea, un MeNoEsNa (mes de noviembre de la escritura nacional)? ¿Cuándo una de esas fantásticas páginas que "regalan" los del NaNo en castellano, para que gente que de hecho habla tu idioma pueda leer lo que estás escribiendo y darte su opinión? Lanzo la petición para el/la que se anime, que necesitamos un poco de creatividad en cristiano en la red. No todos los bestsellers van a estar escritos en inglés, digo yo. Lo único que, conociéndonos, igual un NaNo a la española bajaba el límite a 20 000, o proponía botellón para celebrar llegar a la meta... Peligrosillo, madre.
(¿Y si me marco yo mis propias bases y me conformo con diez mil palabras este mes y un principio bien pulidito para echarme yo misma unas risas en momentos de bajón? No sé, no sé... Qué coño. ¿Qué mejor cosa que hacer un sábado por la tarde con un frío que pela en la calle? A escribir se ha dicho.)
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