King City, California

Aquí os dejo un par de foticos del lugar que me acogió durante siete años, King City, en el condado de Monterey, California (no confundir con Monterrey, Méjico). Obviamente, no son muy modernas, pero las he elegido porque quería que viérais lo mismo que debió ver Steinbeck cuando escribió "Al este del Edén". Si habéis visto la película, habéis visto King City (James Dean se baja en la estación de tren del pueblo; curioso, hoy en día King City no tiene estación) y si habéis leído el libro (qué obra de arte, madre), habréis sentido el calor del valle de Salinas en la piel, y la inmensidad de las sierras que bordean el pueblo, y la sequedad de la tierra en los pies...
Espero poner fotos un poco más modernas a mi vuelta. Entre tanto, disfrutad de estas.

Esto es lo que Steinbeck veía cuando escribió su novela.



El instituto, de 1910, que aún se usa; declarado monumento histórico (creo que es el edificio más antiguo del pueblo, angelicos.

Que te vaya bonito



Se nos marcha. Después de años de estar "amenazando" con irse a la NBA, por fin llegó el día. Luis Scola, capitán de capitanes, campeón olímpico, gran persona y mejor jugador, se nos marcha a Houston. Snif. Ya no te veremos hacer filigranas en Vitoria, ni repartir leña a pivots que te sacan una cabeza.
Adiós, Luis. Y que te vaya bonito.

¡Guapo!


¡Pero qué guapo es mi monstruo, madre!
(Entrada debida al sentimiento de culpa por dejarle dos semanas al cuidado parcial de terceras personas. Pobre bicho, qué solo va a estar.)

Y la semana que viene...

A ver quién adivina dónde me voy la semana que viene...


(Gracias, Rhytmduel, por el tutorial)

Pecado mortal

-Padre, quiero confesarme. Creo que he pecado.
-¿Crees? Hija, pecar es como estar embarazada o pitar un penalti, se peca o no se peca. A ver, ¿qué has hecho?
-He leído a James Salter.
-Salter, Salter,… Sí, me suena. Pero no está en la lista de libros prohibidos, ¿no? Hasta donde yo sé, es un gran escritor.
-Ay, padre, que no me ha dejado usted acabar. He leído a James Salter… y no me ha gustado.
-¿Cómo que no…? Pero hija, eso es imposible, a todo el mundo le gusta Salter.
-A mí no. Y eso tiene que ser pecado, ¿no? He tenido que incumplir algún mandamiento.
-Ninguno de los diez mandamientos dice nada de amar a Salter por encima de todas las cosas, hija.
-Pues si usted lo dice será verdad. Yo soy atea, así que ni idea.
-Si eres atea, ¿por qué has venido a confesar algo que ni siquiera es pecado?
-Que sí que lo es, padre, que yo lo sé. Todo el mundo pone a Salter por las nubes, su gran dominio de la palabra, su agudeza a la hora de utilizar las expresiones justas, las imágenes perfectas, las descripciones exactas…
-Y tú no opinas lo mismo.
-No, si en eso estoy de acuerdo, pero es que…
-¿En qué quedamos? ¿Te ha gustado o no te ha gustado?
-Me han gustado sus descripciones, sí, y estoy de acuerdo en que nadie dice tanto en tan poco espacio, recrea unas imágenes tan vívidas que parece que tengas al personaje frente a ti, pero…
-¿Pero?
-Pues que me ha dejado tal como estaba cuando cogí el libro. No me he identificado con ningún personaje, no me ha hecho suspirar al final de cada historia, no he sentido nada especial con sus relatos. Y con la mitad de ellos me he perdido, padre.
-¿Cómo te puedes perder con un libro? ¿Es que te ha obligado a pecar? A pecar de verdad, digo.
-No, padre, no, que me he perdido, que no sabía de lo que me estaba hablando. Cambiaba de un punto de vista a otro sin explicaciones, mezclaba tiempos, hablaba al mismo tiempo de algo que estaba ocurriendo en el momento y de algo que había ocurrido años antes… Padre, que me he tenido que leer párrafos enteros dos veces para enterarme de lo que estaba leyendo. Que eso no me había pasado nunca.
-Bueno, hija, no creo que sea para tanto. Igual era demasiado para ti, deberías empezar leyendo cosas más sencillitas…
-Pero me leí Anna Karenina a los trece años, padre, y lo entendí. Con quince ya me había leído todas las obras universales que les regalaron a mis padres como regalo de bodas, y a los dieciocho podía recitar párrafos enteros de La Regenta y Crimen y Castigo. ¿Será que con los años me he vuelto un poco tonta? ¿Un poco vaga? Tanto Harry Potter y códigos secretos no pueden ser buenos…
-¡Cómo! ¿Has leído Harry Potter? ¿Y el Código DaVinci?
-Sí, padre, como todo el mundo.
-¡Pues eso sí que es pecado! ¿O no has visto como queman los estadounidenses los libros del puñetero mago ese?
-¿Usted puede decir puñetero?
-¡Yo puedo decir lo que quiera, que tengo línea directa con Dios para confesarme! Hala, reza tres ave marías y cuatro padre nuestros como penitencia.
-¿Por no gustarme Salter?
-No, por venir a dar el coñazo y hacer que la cola de la confesión llegue hasta la puerta de la iglesia.
-¿Padre?
-Qué, hija.
-Es que… Yo soy atea. ¿Le importa si hago la penitencia poniéndome a régimen?
-Haz lo que quieras, hija. Ve con Dios.
-Vale, padre, pero si no le importa, mejor me voy a la piscina

Amigas

Ana y Silvia se conocieron siendo apenas bebés y pasaron toda su vida juntas. Para ser dos personas que habían crecido como hermanas, no podían ser más distintas: Ana ansiaba saber, mientras que Silvia se alteraba con cada nuevo conocimiento, como si el cambio de sus esquemas mentales fuera demasiado traumático. Cuando una empezó la universidad, la otra hizo un módulo de FP, por hacer algo. Cuando Ana se sentía nerviosa, inquieta, asustada, leía un libro o se iba a dar un paseo; cuando Silvia no se encontraba bien, se iba de copas o de compras. Y, aún así, siempre encontraban un hueco en sus agendas para tomar un café. Se contaban las pequeñeces de su día. Se reían la una de la otra. Eran amigas.
Ana tuvo varios novios que terminó dejando porque al final le resultaban insulsos y poco interesantes. Cada vez que rompía con uno, se apuntaba a un curso nuevo o empezaba una carrera. Silvia tuvo tantas historias de amor que era imposible seguirle la cuenta. Se casó tres veces, sin tener hijos, que dan mucha guerra, y cada vez que un marido la abandonaba –como hacían todos sus maridos, novios, amantes-, se iba de vacaciones, o se emborrachaba, o se compraba un vestuario de temporada nuevo. Ana intentó convencerla de que se apuntara a clases de dibujo con ella. Silvia insistió en que a las dos les vendría bien irse de copas.
Cuando murieron, con una semana de diferencia, a los setenta y dos años, Ana dejó tras de sí cinco carreras, un doctorado, una docena de libros publicados y una biblioteca que competía con la municipal, a los fondos de la cual donó la suya. Silvia dejó un armario del tamaño de un piso pequeño lleno de ropa que cayó en manos de los menos afortunados de la ciudad. Fue la única vez que los pobres del lugar pudieron llevar blusas de Dolce & Gabana. Los usuarios de la biblioteca municipal apreciaron a Kafka.

Fuerte y Fuerto

Fuerte y Fuerto (los nombres han sido cambiados para proteger la identidad de los menores) son dos gemelos de sexto que podrían figurar en la enciclopedia como ejemplos de "bullies" un poco tontitos. Les sacan una cabeza a sus compañeros -cabeza física, se entiende, porque en inteligencia no es que anden muy sobrados- y su cintura tiene también un par de metros más de diámetro que la de cualquier chaval de su edad. En clase no dan ni golpe y a lo único que se dedican es a vacilar a la profesora y torear a sus compañeros. Menos mal que son pocos en clase y ninguno les aguanta.
La última semana de curso les comenté que íbamos a trabajar canciones que a ellos les gustaran. Podían traerlas ellos -con las letras- o decirme a mí cuál les gustaba y ya las conseguiría yo "de alguna manera". Todos levantaron la mano, incluso Fuerte y Fuerto (sorprendente, porque ellos siempre gritan su respuesta sin importarles si alguien les escucha o no). Yo les dejé para el final. Me imaginaba el tipo de música que me iban a pedir: Metallica, Incubus, Red Hot Chili Peppers... El resto de la clase pidio Shakira, High School Musical, Jesse Macartney... Los clásicos, vaya. No pude ignorarles más.
-A ver, ¿cuál queréis vosotros?
-Yo "To the beat of my heart", de Hillary Duff.
-¡Hala, qué maricón, te gusta Hillary Duff! Yo quiero la banda sonora de Hanna Montana, la de Disney Channel.
Valiente porquería de "bullies".
(Huelga decir que tuve que aguantarme la risa hasta que salí).

Feliz 4 de julio a todos


Hoy hace justo un año que volví de USA. Curiosamente, una de las dos mejores decisiones que he tomado en mi vida. La otra fue irme a vivir allí.
Feliz cuatro de julio a todos (y todas). Y recordad: odiad a su gobierno, no a su gente.

Mañana de domingo


Me acerco a la ventana con el café en la mano. El gato, como siempre, salta al radiador y reclama mi atención con un par de maullidos que, seguro, han despertado a algún vecino. Le acaricio mientras observo los edificios de enfrente. La torre de la iglesia sobresale sobre los tejados de las casas; soy atea convencida, pero me gusta esa imagen, tiene algo de protector aunque sepa que sólo está hecha de piedra y cemento. Otra paradoja que añadir a mi personalidad.
Son las ocho de la mañana de un domingo. Las calles están desiertas y el silencio es acogedor. No tengo nada que hacer hoy, nada que me haya obligado a levantarme tan temprano un día en el que ni siquiera puedo ir de compras, pero me daba cargo de conciencia quedarme en la cama con semejante día ahí fuera. No tengo que hacer nada. Sólo lo que yo quiera.
El cristal de la ventana está sucio. Lo lavaré cuando salga un día nublado, que será pronto (al fin y al cabo, esto es Vitoria, y aquí el buen tiempo dura menos que la alegría en casa del pobre); no puedo desaprovechar un cielo tan azul. Dejo la taza vacía en la fregadera, cojo a Sauron en brazos y le acaricio mientras sonrío a la calle vacía. Es domingo. Es verano. Sauron ronronea de placer.
Yo también lo haría, si fuera gata.