No solamente por los estrechos vínculos de sus orígenes, sino también porque "el pueblo del Crucificado" le pareció siempre "el crucificado entre los pueblos" desarrolló un verdadero apostolado en beneficio de sus correligionarios, y dedicó grandes esfuerzos a la solución del problema principal con que se enfrentaban los judíos de su época: la búsqueda de una patria.
Se adhirió, al principio, a la solución sionista, y fue delegado en los siete congresos del movimiento. Sin embargo, llegado a repetidas divergencias con la política oficial del sionismo, después del sexto congreso fundó con otros la J. T. O. ("Jewis Territorial Organization"), a la que consagró sus mejores energías; el resultado práctico, empero, no correspondió a las esperanzas.
Además de pensador y apóstol, Zangwill fue también, y quizá por encima de todo, un artista. Indudablemente, algunas de sus obras, en particular los dramas, como The Melting Pot (1908), y varios textos de los años posteriores, como The War of the World (1916) y The Voice of Jerusalem (1920), son, más que nada, escritos de propaganda y de afirmación. Existe, sin embargo, una abundante producción de nuestro autor ajena a cualquier intención extraliteraria y sometida únicamente a la suprema ley de la poesía, aunque en ningún caso deja netamente su carácter hebraico. No se equivocan quienes le consideran creador, en lengua inglesa, de la literatura judía moderna.
El autor ve la expresión más auténtica del hebraísmo en el ghetto, custodio de la tradición ortodoxa. En textos como Los hijos del ghetto (1892), Ghetto Tragedies (1893 y 1899), The King of Schnorrers (1894), y Ghetto Comedies (1907) revive en si los aspectos trágicos y cómicos de los barrios judíos, o, mejor, los tragicómicos, caracterizados por el humor corrosivo de la raza. No estaría en lo cierto, sin embargo, quien redujera a Zangwill a la condición de pintor -siquiera muy logrado- del ghetto. Sus héroes, en realidad, parecen interesarle mucho más cuando salen de su ambiente racial y se aproximan a las culturas occidentales.
En ello tuvo su origen la obra Dreamers of the Ghetto (1898), donde precisamente se debaten las divergencias entre ghetto y cultura. Los quince héroes pretenden conciliar el Dios de los padres con las soluciones dadas por las distintas civilizaciones al problema de la divinidad. Sus sueños, no obstante, no se realizan: los quince son y se sienten fracasados; el último de ellos, en quien se resumen todos, no logra sobrevivir a la desilusión. Esa tortura real la sufrió el mismo Zangwill, que fue también, hasta cierto punto, un soñador del ghetto. Pero el autor estaba mejor armado que sus héroes contra todos los desengaños. Precisamente por su tendencia a la utopía halló consuelo al fracaso de sus ilusiones al considerar a éstas en sí mismas.
Posiblemente ninguno de los personajes de Zangwill nos ayuda tanto a comprenderle como el hijo del ghetto -el anciano Hyams - que, cuando, ya solo en el mundo, consigue ver el Jordán por tanto tiempo soñado, descubre que la Jerusalén caótica donde las sinagogas se perdían entre minaretes y cúpulas es la franca antítesis de la de sus sueños, y, sin embargo, no se da por vencido, y cada viernes, sin preocuparse de las burlas de quienes le contemplan, toca las piedras del Muro de las Lamentaciones.
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