I
Mientras alguien distinto
de mí me mira con indiferencia
desde mis ojos —tal vez el viento que barría
las dunas o los haces del faro—, alguien cuya
presencia me hace libre y que no reconozco
porque aún no es el tiempo de nombrar lo invisible
ni de amarlo,
__________las barcas, las gaviotas, las rocas
(que rompen en las olas y avanzan imparables
hacia el centro de sí), todo vuelve sin prisas para darle
otra forma al olvido, no para rescatar
el cuerpo que era entonces —y que llamaba, ingenuamente, luz—,
sino para salvar el cuerpo que ahora soy
—éste que llamo cuerpo sin más, tan vez también ingenuamente—
de ese alguien que me mira con triste indiferencia
desde mis ojos.
II
He olvidado el olor que exhalaba tu piel cuando salías
del agua o de mis besos. Sin embargo,
recuerdo cada estrella que contemplamos juntos
y el recorrido de la luna —desde que aparecía detrás de los acantilados
hasta que, roja, el mar nos la ocultaba —que en noches como aquéllas
nos convertía en ejes, en el punto central del universo
visible. Pues los astros y las cosas
nos besaban, y tú —¿o ya no eras tú?— vivías más
en esos besos que en los tuyos.
III
¿Qué es lo que queda de uno
cuando sale a buscarse en las estrellas?
¿Era yo el que vagaba por la noche en busca de un sentido
que explicara lo más pequeño y lo más grande,
o era yo aquél que estaba en la playa besándote,
sin preguntarme nada excepto cuándo y por qué dejaría
de olerte y respirarte? ¿O era yo lo que tú
escribías que era —con conchas y maderas y el talón de tu pie—
sobre la arena húmeda? Amor
y soledad, ¿no son lo mismo?
Mis noches siguen persiguiendo un cuerpo
de estrella, luminoso y lejano si se le mira en la distancia,
mas calcinante si se vive en su centro: soledad
y amor, lo que me invita a mirar desde arriba lo que soy
y aquello que me fuerza a ser mientras me arranca
los ojos con violencia. Y, sin embargo, sé
que lo que soy no estaba
en mis manos repletas ni en mis manos vacías,
sino en esa nostalgia que tampoco es nostalgia
que tenían las unas de las otras.
IV
El tiempo me miraba desde el caparazón de los cangrejos
y los lirios con algo de tristeza.
También desde su cuerpo bronceado y sus piernas pulidas por el agua,
o desde la palabra amor, o desde -¿no es lo mismo?-
los castillos de arena que el viento construía.
A veces, creo, estuvo a punto de dejarme
abandonado en la locura -que es un lugar vacío
de tiempo-, pero siempre venía a rescatarme el movimiento
súbito del cangrejo o la quietud que hallaba en el mecerse
continuo de los lirios. Supe entonces
que no se distinguía en nada la acción de acariciarla
de la acción de pisar
un erizo: el tiempo
convierte las caricias en espinas
e ilumina la vida por medio del dolor.
Jesus Aguado (De “Libro dehomenajes”)
Jesús Aguado nació casi en Sevilla en 1961 y es autor, entre otros, de los siguientes libros: Los amores imposibles (Hiperión, 1990), Libro de homenajes (Hiperión, 1993), El fugitivoLos poemas de Vikram Babu (Hiperión, 2000), Lo que dices de míHeridas (Renacimiento, 2004), La astucia del vacío. Cuadernos de Benarés: 1987-2004 (Ediciones Narila, 2005). Entre sus ediciones destacan: Antología de poesía devocional de la India (Índica-Etnos, Varanasi, India, 1998), Antología de poemas de las tribus de la India (maRemoto, 2003) y El vecino inquietante. Segunda antología de poesía devocional de la India (4 estaciones, 2004), No pasa nada. Los poetas beats y Oriente (El Bardo, 2007).