Me mira desde un lugar donde sabe que no pueda verla, ha encontrado su lugar en el mundo y es un lugar con ventanas con visillos que ocultan sus ojos azules como la estratosfera, sé que a veces me llamaría y me preguntaría cosas, cosas que no entiende que yo no entienda. Pero eso, no es más que otro pozo de los deseos en el que no lanzar sus monedas.
No sé qué le hace coger el teléfono y llamarme, su voz es como un vino dulce que sabes que va a hacer que te duela la cabeza dentro de unas horas cuando se te haya pasado el mareo. No sé si me he hecho más duro pero esta vez el corazón no me da un vuelco, en cuanto ve su número en la pantalla del móvil lo reconoce a pesar de haberlo borrado. Algo dentro de mí se va lejos y cierra la puerta al salir. A veces soy así, un hombre capaz de disociarse y alejarse de todo aquello que sabe que no va a acabar bien.
Descuelgo con cuidado, no sé por qué llama ni creo que lo sepa cuando haya acabado de hablar con ella, tengo la sensación de que diga lo que diga ya no puede hacerme daño porque yo ya estoy en otras cosas, y pienso en todo lo ocurrido durante estos años, en la patente y el agua, en todas las cosas en las que tuve que volcarme para olvidarla y en todos los futuros que planeé para sentirme digno de que volviera. Pero ahora queda la obra hecha, las primeras metas conseguidas, el reconocimiento de los que ven una oportunidad para cambiar el mundo en esa quimera que he fabricado con mis manos. Cuando me decía que sólo eran tonterías, que lo que tenía que hacer era buscarme un trabajo, yo veía esto que empieza ahora... no sé transmitir sueños, no sé si los sueños son capaces de transmitirse.
Me pregunta que cómo estoy y le digo que bien y hago lo mismo, me dice que también bien, que las cosas transcurrieron de forma diferente a como ella pensaba, pero que debe conformarse con esta vida a medias que le ha tocado vivir. No sé qué piensa que es una vida entera, porque a mi modo de ver tiene todo lo que deseaba, todo lo que para ella tenía un significado.
Al final los dos conseguimos lo que queríamos y para ello debimos hacerlo cada uno por su lado. Juntos nunca hubiéramos tenido esa oportunidad.
De pronto me suelta "pienso mucho en ti" y eso me confunde... yo pienso en ella a diario, no hay nada que no la tenga como referencia, desde lo que como hasta qué diría si supiera cada cosa que hago. Y entonces recuerdo que una vez me dije a mí mismo que la iba a querer siempre, pero no lo dije como si fuera una promesa sino como la constatación de un hecho irremediable y del que no podría sustraerme nunca. Sé que lo de pensar en mí es cierto como también sé que es cierto que volvería a hacer lo que hizo en su día, que no se arrepiente nada de lo que pasó, después de tanto tiempo también ha reescrito la historia y ha sido indulgente con ella y sus circunstancias y me ha declarado culpable de deserción. Como si pedirme las llaves, obligarme a que me fuera porque había quedado con el otro, borrarme del facebook, y no cogerme las llamadas hubieran sido una decisión mía. Que a pesar de todo yo debía estar ahí.
"Claro que piensas en mí, imbécil" pienso, y digo algo que no se le parece, pasó hace unos días y no lo recuerdo, sólo tengo la sensación de que dije que yo también pensaba en ella pero que con el tiempo y todo la basura que han dispersado sus amistades, he aprendido a no querer saber nada ni de ella ni de su entorno. No le digo que espero que algún día a ella los rumores la traten como me trató a mí su cobardía, pero lo pienso... y no me gusta en qué me he convertido, no me gusta haberme vuelto un animal herido de por vida, siempre a la defensiva, huyendo y mordiendo, lejos de la manada o de una guarida en la que sentirme seguro.
Me dice que podríamos vernos y yo le digo que no juego con mujeres casadas a quedar con viejos amantes, sólo a tomar un café para romper el hielo y acabar con la sensación de que las cosas podían haber sido distintas o enredados entre las sábanas de una habitación sin alma... porque si se diera el caso volvería a ocurrir lo mismo: yo volvería a enamorarme de ella y ella volvería a huir de nuevo, porque yo no soy eso estable que le espera en casa, con catorce pagas y treinta días por año trabajado, yo sólo soy las palabras que conmueven y la franqueza ante todo, el bicho desgarrando todo lo que encuentra a su paso cuando se desbocan los cuerpos, lo que es fácil dejar antes de que se convierta en una adicción a lo imprevisto.
Y colgamos con la sensación de derrota, con la piel muerta a muchos kilómetros de distancia, entre tristes y aliviados, con la única compañía del sonido que hace el universo cuando gira sobre sí mismo.
Vuelve a sonar el teléfono y es ella de nuevo.
No sé qué hacer, si descolgar o dejar que se muera esa canción que era tan nuestra que tuve que bajarme el politono para que se desgastara por insistencia.
Descuelgo. Sé que hago mal pero descuelgo.
VARSOVIA
Hace 2 horas