A 5 años de su muerte, un fragmento de ¡Idiota! Te amo + Autorretratos de 1969 autoría de Hunter S. Thompson (18 Julio 1937 - 20 Febrero 2005). Y de fondo, para asomarse apenas a la hoguera, la música que lo inspiraba.
Dedicado a mi amigo Leonardo Parente, de espíritu gonzo y auténtico fan de H.S.T.
Norman Greenbaum - Spirit in the sky
Spirit in the sky
22 febrero 2010
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Gonzo, el documental
07 junio 2008
Para la realización de la película, Gibney contó, además, con la participación del periodista Tom Wolfe, el ex-presidente de EEUU entre 1976 y 1980 Jimmy Carter, el artista Ralph Steadman, la primera esposa de HST Sondi Wright, el periodista Jann Wenner de la revista Rolling Stone y el redactor de los discursos del ex-presidente Nixon, Pat Buchanan, entre otros.
Si podremos verla en Argentina es una incógnita que los distribuidores podrán responder.
[En esta entrada te mostramos
el trailer de la película]
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Gonzo, el trailer del documental
Este es el trailer del documental Gonzo: The life & work of Dr. Hunter S. Thompson de Alex Gibney que se estrena en EEUU el próximo 4 de julio.
Gonzo. Copyright © 2008 Magnolia Pictures
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Hunter, in the sky with diamonds
15 mayo 2008
Hunter S. Thompson (18 Julio 1937 - 20 Febrero 2005)
Y la contracultura, la desvergüenza, la provocación, la vida a tumba abierta, los fastuosos (buenos y malos) sesentas van dejando escapar sus plumas, sus voces, sus guitarras. Sexo, drogas, páginas en blanco, rock, jazz, el tiempo lo termina todo.
Un tiro en la cabeza y se acabó. No sé. Parece. No he indagado muy a fondo. Hunter S. Thompson deja esa vida que vivió a lo bestia. Miedo y Asco. Los diarios del Ron. Sudamérica. La américa subterránea del 68. Rolling Stone como biblia pagana. LSD como luz a seguir, como mundo paralelo. Periodismo gonzo (sin entenderlo, pero qué bien sonaba).
No descarto que lo mío sean simples tópicos. Nunca viví esas épocas. Las reviví años después, con la nostalgia del que quiere caminar cerca del precipicio, pero mirando desde la tranquilidad de la cama y una pequeña lámpara. Pero han alimentado muchos sueños. Aunque puntualmente fueran pesadillas.
Eso sí, a veces pienso que este río lleva demasiados cadáveres. Pero es que toda una época va soltando ya su lastre.
Glup, que no se hunda la barcaza, dios santo!
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¿De verdad crees que es así de fácil?
A lo largo de los años mucha gente me ha preguntado cómo era ser el asistente de Hunter Thompson. Sólo decían: "¿Cómo era eso?". Algunas veces eran especificaban algo más: "¿De verdad hizo todo eso de lo que escribió?", que es algo así como un rodeo para preguntar: "¿Estaba tan loco como parecía?". Ésa es fácil: la respuesta corta a casi cualquier pregunta sobre Hunter normalmente es sólo "Sí".
En una época en la que yo ganaba 18.000 dólares al año y me costaba pagar el alquiler, había mañanas en las que, en lugar de sentarme en mi escritorio de la revista a responder llamadas y teclear datos, estaba esnifando cocaína y bebiendo bloody marys con inmensos desayunos del servicio de habitaciones en una gran habitación del Carlyle, mientras escuchaba el Goats Head Soup, leía los periódicos y hablaba de política, de El gran Gatsby y del mejor modo de volar un jeep en mil pedazos. (...) Otro problema era que se suponía que una parte central de mi trabajo consistía en conseguir que Hunter se pusiera a trabajar en sus encargos. (...) Llegué a considerar una victoria de cierta importancia lograr meter una hoja en blanco en la Selectric con Hunter sentado delante de ella. De vez en cuando avanzaba un poco, y aunque su devoción (u obsesión) hacia la palabra y la frase perfectas era asombrosa, su ritmo glacial me enfurecía. Una vez, después de aguantar (léase, ignorar) mi angustia por cómo se acercaba la fecha de entrega, inclinó la cabeza, y con una media sonrisa, casi beatíficamente, me dijo: "Dios mío, Corey. ¿De verdad crees que es así de fácil?". Después me hizo llamar al servicio de habitaciones para pedir todo el cóctel de gambas que tuvieran y una bandeja de mai tais.
Corey Seymour, fue asistente personal de Hunter S. Thompson durante más de diez años en los 90.
: : La traducción la publicaron en el blog Balazos.
: : La nota original, en inglés, salió en en Men's Vogue.
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¡Idiota! Te amo
Reflexiones espeluznantes sobre la nafta, la locura y la música
Por Hunter S. Thompson
Pida nuestro señor a tus siervos, que estén delante de ti, que te busquen a alguno que sepa tocar el arpa; para que cuando el Espíritu malo de parte de Dios venga sobre ti, él toque con su mano, y te sientas bien.
-Primer libro de Samuel 16/16
Es domingo por la mañana y estoy escribiendo una carta de amor. Del otro lado de la ventana de la cocina el cielo brilla y los planetas chocan unos contra otros. Siento la cabeza hirviente y estoy un poco inquieto. Mi cerebro empieza a comportarse como un V-8 con los cables cruzados. Las cosas ya no son lo que parecen ser. Mis teléfonos están embrujados y oigo animales que me susurran desde lugares que no llego a ver.
Anoche, un inmenso gato negro trató de atacarme en la piscina y después, súbitamente, desapareció. Me di vuelta y entreví tres hombres con chaquetas verdes que me observaban desde detrás de una alejada puerta. Uy -pensé-, algo extraño está ocurriendo en este lugar. Húndete bien en el agua en el centro de la piscina.
Manténte alejado de los bordes. No te dejes sorprender por la espalda. Debes estar alerta. El trabajo del Diablo nunca se revela por completo hasta después de medianoche.
Fue en ese preciso instante cuando empecé a pensar en mi carta de amor. La claraboya del techo, arriba de la alberca, estaba empacada plantas extrañas se movían en la espesa y total oscuridad. Desde un lado de la piscina era imposible llegar a ver la otra punta. Traté de permanecer quieto y esperar que el agua dejara de moverse. Por un instante me pareció oír que otra persona se metía en la piscina, pero no podía asegurarlo. Una oleada de terror hizo que me deslizara más hondo en el líquido y que adoptara una posición de karate. Sólo hay dos o tres cosas en el mundo más terroríficas que darse cuenta, de repente, de que uno está desnudo y solo, y que algo inmenso y detrás de aquella puerta, y que otra cosa se estaba deslizando hacia mí en la oscuridad, mi suerte estaba echada.
¿Solo? No, no estaba solo. Comprendí que no era así. Había visto a tres hombres y un gato negro, inmenso y en ese momento creí distinguir la silueta de otra persona que se acercaba. Estaba a una mayor profundidad que yo, pero podía ver claramente que se trataba de una mujer. Por supuesto, pensé. Debe ser mi amorcito, deslizándose furtivamente por la piscina para darme una linda sorpresa. Sí señor, típico de esta putita retorcida. Es una romántica sin arreglo y conoce muy bien esta pileta. En una época nadábamos aquí todas las noches y jugábamos en el agua como nutrias.
¡Dios mío! -pensé-. ¡Qué idiota paranoico! ¡Debo de haber estado volviéndome loco!
Una oleada de amor atravesó mi cuerpo mientras me enderezaba y me dirigía rápidamente, hacia ella para abrazarla. Ya podía sentir su cuerpo desnudo entre mis brazos... Sí, el amor lo puede todo, pensé. Pero no por mucho tiempo. No. Tuve que estar uno o dos minutos chapoteando en el agua para darme cuenta de que, de hecho, estaba completamente solo en la piscina. Ella no estaba allí; tampoco aquellos monstruos en la esquina. Y no había ningún gato. Era un tonto fácil de engañar. Se me estaba agarrotando el cerebro y me sentía tan débil que apenas pude salir del agua. A la mierda -pensé-, no puedo seguir en este lugar. Está destruyendo mi vida con sus rarezas. Véte y no vuelvas nunca. Se burló de mi amor e hizo pedazos mi sentido del romanticismo. En cualquier clase universitaria, esta terrible experiencia me haría acreedor a una nominación como "idiota del año".
Mientras hacía el camino de vuelta, comenzó a amanecer. Al pasar por el cementerio reduje la velocidad y, como hago siempre, arrojé una moneda por sobre la cerca. No había cornetas chocando entre sí, ni huellas en la r nieve, excepto las mías, y ningún so, nido en quince kilómetros a la redonda, excepto la voz de Lyle Lovett en la radio y el aullido de algunos coyotes. Seguí manejando con las rodillas mientras encendía una pipa de vidrio llena de hachís.
Cuando llegué a casa cargué mi Smith and Wesson 45 automática y lancé algunos disparos contra un barril de cerveza que había en el patio. Después volví al interior y empecé a garrapatear febrilmente en un anotador... !Y qué! -me dije-. Todo el mundo escribe cartas de amor los domingos por la mañana. Es una forma natural de adoración, un arte excelso. Y hay algunos días en que me salen muy bien. Hoy, sentía, era sin duda uno de esos días. Claro que sí. Empieza ahora mismo. Entonces sonó el teléfono. Levanté el tubo, pero del otro lado no había nadie. Me recosté contra la chimenea y me puse a sollozar. Entonces sonó nuevamente. Levanté el tubo, pero de nuevo no había voz alguna. ¡Por Dios! -pensé- alguien me está queriendo joder la vida...
Necesitaba música, necesitaba un poco de ritmo. Estaba decidido a conservar la calma, así que subí el volumen al máximo y puse "Spirit in the Sky", de Norman Greenbaum. La pasé una y otra vez durante las siguientes tres o cuatro horas mientras le daba forma a mi carta. El corazón me latía a toda velocidad y la música hacía chillar a los pavos reales. Era domingo, y yo estaba rezando a mi manera. Nadie necesita estar fuera de sí en el Día del Señor.
Mi abuela nunca estaba fuera de sí cuando íbamos a visitarla los domingos. Tenía listas las galletitas y el té y siempre estaba sonriendo. Esto ocurría en el lado oeste de Louisville, cerca de las esclusas del río Ohio. Recuerdo una estrecha entrada de cemento y, en el garaje, detrás de la casa, un inmenso auto gris. La entrada tenía dos franjas de cemento y entre una y otra crecían manojos de hierba. A través de las ramas de rosales silvestres, el camino llevaba hasta lo que parecía ser un depósito abandonado. Lo cual era cierto. Estaba abandonado. Nadie entraba en ese lugar, y no había nadie para manejar ese inmenso auto gris. No se movía nunca de ahí. En el pasto no había ningún tipo de huella.
Según recuerdo, era un sedán LaSalle, una bestia con un potente motor de ocho cilindros y una palanca de cambios de piso, tal vez un modelo de 1939. Nunca logramos ponerlo en marcha porque la batería estaba muerta; además, casi no tenía gasolina. Estábamos en guerra. Para comprar dos litros y medio de nafta había que tener cupones especiales, que estaban fuertemente racionados. La gente los codiciaba y los atesoraba; pero nadie se quejaba, estábamos peleando contra los nazis y nuestros tanques necesitaban toda la gasolina posible para cuando llegaran a las playas de Normandía.
Ahora, al mirar retrospectivamente, veo con claridad por qué razón íbamos hasta ese barrio a visitar a mi abuela en el Día del Señor: era para birlarle los cupones de nafta del LaSalle. Era una señora entrada en años no necesitaba la nafta en absoluto. Pero su auto seguía en los registros y todavía recibía cada mes sus cupones. Por eso íbamos los domingos hasta su casa.
Y que hay! Yo haria lo mismo si mi madre tuviera gasolina y yo no. Todos haríamos lo mismo. Es la ley de la oferta y la demanda... y éste es, después de todo, el último y caótico año del siglo norteamericano y la gente se empieza a poner nerviosa. Los que almacenan mercancías están saliendo del ropero, murmurando cosas crípticas sobre Y2K y comprando carradas de estofado de carne marca Dinty Moore. Los higos secos tienen mucho éxito, así como el arroz y el jamón enlatado. Yo, personalmente, estoy atesorando balas, miles de ellas. Las balas siempre van a tener valor, especialmente cuando la casa se quede sin luz y el teléfono ya no tenga tono y a los vecinos empiece a faltarles la comida. Ese es el momento en que uno va a descubrir quiénes son sus amigos de verdad. Hasta los familiares cercanos se nos van a tirar encima. Después del año 2000, los únicos con los que será bueno tener amistad serán los muertos.
En una epoca tenia un gran respeto por William Burroughs, porque en mis tiempos había sido el primer hombre blanco en atosigarse con marihuana. William era el hombre. Fue víctima de un allanamiento ilegal en su casa, en el 509 de Wagner Street, en Vieja Argelia, un suburbio barato que había del otro lado del río en Nueva Orleáns. Se había instalado ahí por un tiempo para practicar tiro y fumar marihuana. William no estaba embromando. Se tomaba todo muy en serio. Cuando cambiaron la ley, William estaba ahí, esperando con un revólver. ¡Pum! ¡Boom! Todos para atrás. Yo soy la ley. Fue mi héroe mucho tiempo antes de haber oído hablar de él.
Pero no fue el primer hombre blanco de mi época en engancharse con la marihuana. Ese fue Robert Mitchum, el actor, que tres meses antes, el 31 de agosto de 1948, frente a la puerta de una casa perdida en la playa de Malibú, había sido arrestado por posesión de marihuana y bajo sospecha de haber corrompido a una adolescente. Recuerdo las fotos: Mitchum vestido con una camiseta, gruñéndole a los policías; el mar rugiendo alrededor y las palmeras moviéndose al viento. Sí señor, ése era mi hombre. Entre Mitchum, Burroughs, James Dean y Jack Kerouac, antes de los 20 años, me metí en una carrera sin camino de retorno. Comprar el pasaje, empezar el viaje. Así que bienvenidos a la ruta del trueno, amiguitos. Era uno de esos rollos que me atraparon cuando era demasiado joven como para resistir. Me convencieron de que el mejor modo de conducir era hacerlo a toda velocidad y en un auto repleto de whisky y, para bien o para mal, desde entonces manejo de esa manera.
La chica que estaba en las fotos con Mitchum parecía tener 15 años y también tenía puesta una camiseta, con un elegante y diminuto pezón saliéndosele por un costado. Los policías trataban de cubrirle el pecho con un abrigo mientras se dirigían apurados hacia la puerta. Mitchum también recibió cargos por sodomía y por contribuir a la delincuencia de una menor. En aquellos años, yo tenía también mis propios problemas con la policía. En quinto año fui oficialmente arrestado por el FBI por haber tirado un buzón delante de un ómnibus. Poco después de eso frecuenté, como detenido, distintas celdas del sur de los Estados Unidos por alcoholismo, robo y conducta violenta. La gente decía que era un criminal y la mitad de las veces tenía razón. Era un delincuente juvenil hastiado de todo y tenía un montón de amigos. Nos dedicábamos a robar autos, tomábamos gin y a la noche manejábamos a toda velocidad por ciudades como Nashville, Atlanta y Chicago.
En ese tipo de noches necesitábamos música y por lo general la encontrábamos en la radio, en estaciones de So mil vatios que se oían con claridad, como la WWL, de Nueva Orleáns, o la WLAC, de Nashville. Supongo que fue entonces cuando todo empezó a andar mal: escuchando la WLAC y manejando toda la noche a través de Tennessee en un coche robado que no sería denuncíado en los tres días siguientes. Fue de esa manera como descubrí a Howlin’ Wolf. No lo conocíamos, pero nos gustaba y sabíamos de qué hablaba. "l Smell Like a Rat" es un gran monumento del rock & roll al axioma que dice: "No hay nada como la paranoia". Wolf podía tocar cosas fuertes, pero tenía también un lado melancólico. Podía desgarrarte el corazón como la peor clase de cabaretera. Si, como se dice, la historia juzga a los hombres en función de sus héroes, que mi expediente muestre a Howlin’ Wolf como uno de los míos. Era un monstruo.
La música siempre fue, para mí, una cuestión de energía, una cuestión de combustible. La gente sentimental llama a eso Inspiración, pero lo que quieren decir en realidad es Combustible. Yo siempre necesité Combustible. Soy un consumidor nato. Todavía creo, en ciertas noches, que un auto con la aguja de la nafta en cero puede seguir andando ochenta kilómetros más si en la radio uno tiene puesta a todo volumen la música correcta.
Un Cadillac de ocho cilindros va a andar quince o veinte kilómetros más rápido si uno le da una dosis completa de "Carmelita". Esto ya fue probado muchas veces. Es por eso que a medianoche, en la Ruta 66, se ven tantos Cadillacs parados delante de las estaciones de servicio. Son rufianes de la velocidad y están cargando algo más que gasolina.
Si uno se queda observando un rato uno de estos lugares descubrirá un patrón de conducta: un auto veloz e inmenso se detiene delante de la puerta y de él baja una chica de aspecto salvaje, completamente desnuda excepto por un tapado de piel o una parka de esquí, y se mete en el lugar con un fajo de billetes, loca por comprar un poco de música que le asegure manejar a toda velocidad. Sucede una y otra vez, y tarde o temprano uno termina enganchado, se vuelve adicto. Cada vez que oigo "White Rabbit" me siento de nuevo en las grasientas calles de San Francisco, a medianoche, buscando música. Estoy montado en una veloz moto roja yendo colina abajo hacia el Presidio, inclinándome desesperadamente en las curvas, en medio de los eucaliptos, tratando de llegar a tiempo a Matrix para escuchar a Grace Slick tocando la flauta.
No había música envasada en aquellos tiempos, ni auriculares, ni walkmen. Ni siquiera parabrisas de vidrio plástico para evitar la lluvia. Pero igualmente podía escuchar la música cuando estaba a diez kilómetros de distancia. Una vez que uno oyó la música bien, puede guardarla en la cabeza y llevarla a cualquier parte, para siempre.
Si señor. Eso es lo que se y esta es mi canción. Es domingo y estoy imponiéndome nuevas reglas. Abriré mi corazón a los espíritus y prestaré más atención a los animales. Voy a llevar conmigo un poco de música de arpa y manejar hasta la estación Texaco, donde puedo comprar algunos tacos de cerdo y leer The New York Times. Después, voy a cruzar la calle hasta el correo y meter mi carta en el buzón. Res Ipsa Loquitor.
Traducción: Pedro B. Rey
El texto fue publicado, en Argentina, en la revista Rolling Stone # 15, Junio de 1999
: : La foto de Hunter S. Thompson es de Dan Winters y las ilustraciones de Ralph SteadmanPublicado por Ariel Agregá tu comentario
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El amigo americano
14 mayo 2008
Salvaje, desbordado, brillante e intoxicado de todos los modos posibles, Hunter Thompson fue uno de esos hombres que registran su época para la Historia: experimentó con drogas y se sumergió en el corazón de la banalidad americana (Miedo y asco en Las Vegas); registró los vaivenes políticos en la era del rock (cubrió las marchas contra Vietnam y la campaña de Nixon del ‘72 para la Rolling Stone); exploró con sorna la tradición (The Kentucky Derby) y echó luz sobre la violencia en medio del pacifismo (infiltrándose en una banda de motoqueros pesados en 1967). Todo, con una voz y un estilo que metieron el periodismo en la historia de la literatura. Tom Wolfe, el otro pope del Nuevo Periodismo, despide a Hunter Thompson, el hombre que la semana pasada perforó de un balazo una de las mentes más brillantes de su generación: la suya.Por Tom Wolfe
Hunter S. Thompson era uno de esos pocos escritores que resultan ser lo que parecen. Stephen King, por ejemplo: sus cejas a lo Locos Addams en las fotos de solapa combinadas con los horrores delirantes de sus historias siempre me hicieron pensar en Drácula. Cuando finalmente lo conocí, King estaba en Miami tocando, junto a Amy Tan, en una banda de jook-house llamada Los Remainders. Era un verdadero rayo de sol, pura risa, la imagen misma de la diversión inocente, un Conde Drácula que en la vida real era Peter Pan. Por poner otro ejemplo: Carl Hiaasen, el genio que ha escrito novelas tan sencillas como Striptease, Sick Puppy, y Skinny Dip, es en persona muy inteligente, reflexivo, sobrio, cortés, incluso galante, el caballero sureño más educado que se puede pedir (y yo los pido todo el tiempo y nunca los encuentro). Pero el caso de Hunter Thompson era distinto: el gonzo –término acuñado por el propio Hunter– que se leía en las páginas de Miedo y asco en las Vegas (1971) y en sus clásicos de la Rolling Stone, tales como The Kentucky Derby is Decadent and Depraved (1970), era el mismo que uno después conocía en persona. Uno no almorzaba ni cenaba con Hunter Thompson. Con él, uno asistía a un evento a la hora de comer.
Yo no conocía a Hunter cuando el libro que lo estableció como una figura literaria, The Hell’s Angels, a Strange and Terrible Saga (Los Angeles del Infierno), fue publicado en 1967. Era periodismo de investigación brillante, arriesgado, escrito con un estilo y una voz que nadie había visto ni escuchado antes. El libro revelaba que él había estado presente en una fiesta para los Hell’s Angels organizada por Ken Kesey y los Merry Pranksters, su comuna hippie (en una época en que el término no era “hippie” sino “acid-head” (adictos al LSD). La fiesta sería una escena clave en el libro que yo estaba escribiendo (The Electric Kool-Aid Acid Test). Llamé sin más a Hunter a California, y él me brindó generosamente no sólo sus recuerdos sino también las grabaciones que había hecho en esa primera famosa alianza de los hippies y las bandas de motociclistas “forajidos”, una saga terrible y extraña en sí misma, que culminó con los Rolling Stones contratando a los Angels como guardias de seguridad para un recital en Altamont, California, y los “guardias de seguridad” matando a golpes a un espectador con tacos de billar.
Como agradecimiento, invité a Hunter a almorzar cuando estuviera en Nueva York. Fue un brillante día de primavera de 1969. Resultó ser uno de esos tipos jóvenes, larguiruchos, altos y huesudos, de ojos alarmantemente iluminados, de esos que, según mi experiencia, son más propensos a las explosiones maníacas que cualquier otro tipo de ser humano. Hunter no conversaba con uno sino que hablaba mediante salvas explosivas de palabras sobre un tema determinado.
Ibamos caminando por la calle 46 Oeste hacia un restaurante, The Brazilian Coffee House, cuando pasamos por un local de náutica. Hunter se detuvo, se zambulló en el local y emergió con una pequeña bolsa de papel madera. Un sexto sentido, probablemente activado por los ojos alarmantes y la elevación y caída de tres centímetros de la nuez en su garganta, me dijo que no preguntara qué había en su interior. En el restaurante lo dejó sobre la mesa mientras comíamos. Finalmente, el tonto que llevo dentro no pudo con la curiosidad y preguntó: “¿Qué hay en la bolsa, Hunter?”
“Tengo algo que podría vaciar este restaurante en 20 segundos”, dijo Hunter. Comenzó a abrir la bolsa. Sus ojos se habían iluminado a 300 watts. “No, no importa”, le dije. “¡Te creo! ¡Mostramelo más tarde!”. De la bolsa sacó algo que parecía un pequeño frasco de espuma de afeitar para viajes, sin tapa, y lo presionó. Entonces sobrevino el sonido más penetrante que había escuchado jamás. No despejó el Brazilian Coffee House. Lo congeló. El lugar quedó tan en silencio que se escuchaba el tic tac del reloj antiguo de la cocina. Los trozos de carne en los tenedores habían quedado suspendidos en el aire. Un mozo que preparaba un cocktail quedó petrificado, sosteniendo la coctelera con ambas manos apenas debajo del mentón. Hunter deslizaba la pequeña lata hacia el interior de la bolsa de papel. Era el aparato de señales de alarma de la Marina, audible a 30 kilómetros en el agua.
La siguiente vez que lo vi fue en junio de 1976, en la Conferencia de Diseño de Aspen, Colorado. Para ese entonces Hunter había comprado una enorme granja cerca de Aspen en la que parecía criar principalmente perros viciosos y armas mortales, tales como su Magnum .357. Alardeaba con ellas a modo de advertencia hacia quienes (presuntamente los Hell’s Angels) le habían estado enviando amenazas de muerte. Lo invité a cenar a un restaurante elegante y a una presentación en Big Tent, donde se llevaba a cabo la conferencia. La mujer que pronto sería mi esposa, Sheila, y yo le hicimos nuestros pedidos a la moza. Hunter pidió dos daiquiris de banana y dos banana splits. Una vez que los terminó, llamó a la moza, giró su dedo índice en el aire y dijo: “De nuevo”. Sin dudarlo un instante se bajó los tercer y cuarto daiquiris de banana y los tercer y cuarto banana splits, y partió con un vaso de Wild Turkey en la mano.
Cuando llegamos a la carpa, los porteros se negaron a dejarlo entrar con el whisky. Comenzó una ruidosa discusión. Yo le murmuré a Hunter: “Dame el vaso, lo paso bajo mi campera y te lo devuelvo adentro”. Pero eso no le interesó en lo más mínimo. Lo que yo no había entendido era que no se trataba de entrar a la carpa o de tomar whisky. Era el grand finale de un evento, un happening destinado a poner las cosas de cabeza. A la larga, todos fuimos expulsados del lugar, y Hunter no podría haber estado más feliz. La cortina bajó. Al menos por esa noche.
Según su visión de las cosas, había cortinas... y cortinas. En el verano de 1988 yo me encontraba en el Festival de Edimburgo, Escocia, cuando un escocés de cabello plateado, agitado pero de todos modos serio y mesurado, se me acercó y me dijo: “Tengo entendido que usted es amigo del escritor norteamericano Hunter Thompson.”
Le dije que sí.
“Por Dios, se suponía que su amigo el Sr. Thompson iba a dar una conferencia en el Festival esta noche, y acabo de recibir una llamada de él diciendo que está en el aeropuerto Kennedy y que se ha encontrado con un viejo amigo. ¿Qué le pasa a este hombre? ¿Se encontró con un viejo amigo? ¡No hay manera de que llegue acá para esta noche!”
“Señor –le dije–, cuando uno compromete a Hunter Thompson para una conferencia, tiene que darse cuenta de que no va a ser realmente una conferencia. Es un evento, y me temo que usted acaba de tener el suyo.”
La vida de Hunter, como su obra, fue un alarido largo y salvaje, para usar la expresión de Whitman, de libertad y parodia –alimentada por las drogas– de todas las convenciones sociales que comenzaron en los ‘60. En esa empresa, Hunter fue algo completamente nuevo, algo único en nuestra historia literaria. Cuando incluí un fragmento de The Hell’s Angels en una antología de 1973 llamada El Nuevo Periodismo, él me dijo que no formaba parte de ningún grupo. Que él escribía a lo “gonzo”. Que era sui géneris. Y eso es lo que era.
Sin embargo, también fue parte de una tradición centenaria de las letras norteamericanas: la tradición de Mark Twain, Artemus Ward y Petroleum V. Nasby, escritores cómicos que le agregaron a la comedia humana un nuevo capítulo en la historia de Occidente, en particular, en la historia norteamericana, y escribieron de un modo que era parte periodismo y parte memorias personales, combinadas con los poderes de una invención salvaje y una retórica aún más salvaje inspirada por la bizarra exuberancia de una civilización joven. Ninguna categorización abarca esta nueva forma, excepto la palabra inventada por el propio Hunter Thompson: gonzo. Siendo así, Mark Twain fue el rey de todos los escritores gonzo en el siglo XIX. En el XX fue Hunter Thompson, a quien yo nominaría como el mayor escritor cómico en lengua inglesa del siglo XX.
Publicado en Página/12 el 5 de marzo de 2005
: : Las ilustraciones son de Ralph Steadman.
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Mescalito
Traducción de Juan Forn
Título original: Screwjack
PARA MONA, que hizo posible este exabrupto
Querido Maurice:
Hola. Que tengas un buen día. Sí. Mahalo. Prepárate. He vuelto finalmente del Yermo, donde fui perseguido & atormentado por tremendos gatos monteses radioactivos durante casi veintidós semanas.
Cuando por fin logré escapar me mandaron a la Cámara de Descompresión junto a alguna gente que fui incapaz de reconocer, de manera que me derrumbé en pedazos & ahora no recuerdo nada ni a Nadie, ni siquiera quién era yo todo ese tiempo, que se remonta hasta el Día de la Marmota.*1
Por eso me atrasé con mi correspondencia. No podía ser localizado excepto por Las Fieras, y ellas me odiaban, nunca supe Por Qué. No me dieron ninguna explicación.
* * *
Una puta descerebrada no hablaría así, Maurice.
No hay Verdad en ellas. Pero yo no soy una puta descerebrada, y aun si lo fuera, no podría recordarlo.
A quién le importa. La mierda salpica, a veces. Hay días en que no extraño para nada mi memoria… La mayoría, de hecho. Es como saber que fuiste un hijo de puta en tu Vida Previa, y entonces alguien te dice que trates de no aullar más cuando duermes. La cosa empieza a asustarte…
Pero no a mí, Maurice.
En cuanto al ORDEN, creo que Screwjack debería ir al final & Mescalito primero, para que la tensión dramática & la anomalía cronológica vayan intensificándose como en el Bolero, en un vertiginoso y salvaje crescendo que arrastrará implacablemente al lector hacia las alturas & desde allí lo dejará caer al abismo… Ése es el Efecto Buscado, y si abrimos con Screwjack no ocurrirá, sencillamente.
El libro se nos disolverá entre las manos.
* * *
Así que me despido, tu siempre amable y sereno amigo,
Hunter
16 de febrero de 1969
De vuelta en Los Angeles, de vuelta en el Continental Hotel… atosigado de píldoras y sándwiches y Old Crow y una botella de Louis Martini Barbera recién terminada, mirando por el balcón del piso once a una ambulancia policíaca que deja un surco aullante por el Strip en dirección al Whisky-à-Gogo, donde solía sentarme a la tardecita con Lionel a charlar con las putas de franco… Mientras miraba el panorama desde allá arriba, cuatro hippies en pantalones oxford, dos parejitas, haciendo autoestop hacia Hollywood, me vieron acá arriba y me saludaron con la mano. Yo contesté el saludo y ellos me dedicaron la V de la victoria, y yo se la devolví. Entonces uno de ellos me gritó: “¿Qué estás haciendo allá arriba?”. Y yo contesté: “Estoy escribiendo sobre ustedes, los enfermitos de las calles”. Seguimos así un rato, sin comunicarnos mucho, me sentí como Hubert Humphrey en Grant Park. *2
Si Humphrey hubiese tenido balcón en aquella suite del piso veinticinco del Hilton, quizá se habría comportado de otra manera. No es lo mismo mirar por una ventana. Asomarse a un balcón es como estar en un trampolín. De todas maneras, me impresionó un poco la distancia entre aquella pandilla callejera y yo; para ellos era otro pez gordo asomándose al vacío desde el balcón… Lo que me recordó a James Farmer *3 en la tele hoy, contando en Face the Nation cómo mantuvo sus contactos con los comunistas negros, con su papada cimbreante y sus modales de fiolo, para el regocijo condescendiente de George Herman y Daniel Schorr… Y poco más tarde McGarr *4 recordando en el Luau de Beverly Hills los tiempos en que Farmer era un radical y cuánto lo alarmaba que se hubiera alejado tanto de la vanguardia… Lo alarmaba, dijo, porque temía que pudiera pasarle lo mismo a él… Lo que nos lleva de vuelta a aquel déjà-vu mío en el balcón: Humphrey mirando la multitud allá abajo en Grant Park, antes de que se anunciara su candidatura presidencial, cuando aún teníamos opciones… Y entonces vi que los cuatro hippies se subían a un taxi (sí, habían parado a un taxi), así que bajé a comprar otra botella en el King’s Cellar de la esquina donde el empleado miró mi tarjeta Diners y dijo: “¿Usted no es el tipo que hizo aquello con los Hell’s Angels?” Y me sentí redimido… Selah.
18 de febrero
Aún en LA, tomando notas… una y media de la mañana y el pánico químico me comprime el cerebro mientras contemplo este artículo sin terminar, una semana (no, tres días) con los pilotos de pruebas de la Base Edwards en el desierto… Me temo que ya no funciona la combinación de escribir y juerguear con viejos amigos, el embriagador y exasperante síndrome de derrochar el tiempo postergando la escritura hasta las dos o tres de la mañana ya no alcanza… Especialmente atosigado de píldoras y marihuana y semiborracho y pasado de fecha de entrega, con los de Nueva York aullándome al oído… La presión se acumula como una tormenta eléctrica en mi cerebro. Agotado y despelucado de no dormir, o por lo menos no lo suficiente. Con llamadas pendientes y reuniones pendientes y dineros pendientes y efectos químicos pendientes, esperando que la presión acumulada encuentre una brecha de salida y me ponga en movimiento, desoxide los rieles, me lleve a destino, quiebre este maldito hábito de no llegar nunca al final de nada –nada.
Y ahora suena la alarma de incendios en el pasillo…Terrible estridencia, pero los pasillos están vacíos. ¿Se está incendiando el hotel? Nadie contesta el teléfono en la recepción, la operadora tampoco contesta… sólo la alarma chilla. Qué sabemos de incendios en hoteles: 75 VÍCTIMAS FATALES SALTAN AL VACÍO PARA EVITAR LAS LLAMAS (y yo en el piso once)… Pero aparentemente es una falsa alarma. La operadora al final contesta y me informa que fue “sólo un cortocircuito”. Pero los pasillos siguen vacíos; esto pasó en Washington también, en el acto de Nixon. Falsa alarma y nadie en los pasillos salvo un tipo gritando por el conducto de ventilación: “¿Alguien me la quiere chupar?”.
Los cimientos se desmoronan.
Ayer un drogón trató de secuestrar el dirigible de Good Year para llevarlo al festival de rock & roll en Aspen… llevaba una guitarra y un cepillo de dientes y una radio a transistores que según él era una bomba… “Mantuvo en vilo a las autoridades”, dice el LA Times, “durante más de una hora, alegando que era George Harrison de los Beatles”. Se lo llevaron arrestado, pero no pudieron decidir cuáles eran los cargos así que fue a parar al manicomio.
Mientras tanto las colinas siguen desmoronándose, arrastrando casas, sepultando caminos.
Ayer cerraron dos carriles de la Pacific Coast Highway entre Sunset y Topanga… Cuando pasamos por ahí en el convertible británico de juguete de McGarr rumbo a la casa de Gover en Malibú, vimos dos casas que colgaban en el vacío colina arriba, una nube de polvo caía aún de sus cimientos.
Era sólo cuestión de tiempo, y no había ningún remedio capaz de evitar que ambas se desplomaran sobre la autopista tarde o temprano. Siguen socavando las colinas para ofrecer más terrenos a la construcción, siguen cavándose sus tumbas. Los incendios forestales arrasan con todo en verano, las lluvias generan aludes en invierno… erosión masiva, fuego y barro, y un terremoto anunciado para abril. Pero a nadie le importa un carajo.
Hay semillas de marihuana por toda la alfombra de mi habitación de hotel… cuando me agaché para atarme los zapatos y tuve una visión a ras del piso fue como si alguien hubiera iniciado una plantación casera. Me recuerda aquella habitación de hotel de Missoula, Montana, que llené de ladillas… las fui juntando una por una, y las soltaba en mi habitación… hasta que me tuve que ir a Butte.
Y aquella otra vez en ese hotel en que llené uno de mis zapatos de marihuana y los ácidos de John Wilcock *5: tremenda escena en la frontera canadiense, yo con toda esa droga, incapaz de recordar dónde vivía cuando me preguntaron mi domicilio…creí que había llegado mi fin, pero después me soltaron.
Y ahora, por puro accidente, leo “Propiedad de Fat City” (léase Oscar-trueque-autopreservación-pillaje) en el costado de mi máquina de escribir. ¿La robé en algún lado? Sólo Dios sabe… Semillas por toda la alfombra y una máquina de escribir ajena. Vivimos en una jungla de desastres inminentes, caminamos perpetuamente por campos minados… ¿Caerá mi avión mañana? ¿Y si lo pierdo? ¿El siguiente caerá también? La casa de unos amigos de Gover en Topanga se incendió anoche, no salvaron nada salvo un Cézanne. ¿Dónde iremos a parar así?
18-19 de febrero
Está por amanecer, niebla espesa en mi cerebro y no me queda ni una Dexedrina. Primera vez en por lo menos cinco años sin mis pequeñas bombas energéticas. No queda nada en el frasco salvo cinco Ritalin y una oblonga cápsula de mescalina y anfetas. Ignoro en qué proporciones y qué clase de anfetas son. Ignoro el efecto que tendrá en mi cabeza, en mi corazón, en mi organismo. Pero el Ritalin es inservible a esta altura, no tiene la potencia suficiente… así que tendrá que ser la cápsula. Oscar *6 viene a las diez, para llevarme al aeropuerto a tomar el vuelo a Denver y Aspen… Así que si me hundo en las alucinaciones él se encargará de sacarme del hotel. El vuelo en sí será otro tema. ¿Cuánto puede prevenir un hombre? (Bueno, ya me la tragué, a la condenada… Pronto se hará cargo de todo. No tengo idea de lo que se viene; con el cansancio y devastación general que tengo puede pasar cualquier cosa. Carezco de resistencia, de manera que cualquier reacción será extrema. Nunca he tomado mescalina.)
Mientras tanto, allá afuera en el Strip, la función zoológica no se detiene. Miré un rato cómo cuatro oficiales de policía vapuleaban a dos adolescentes, después los esposaban y se los llevaban. Terribles aullidos llegaban hasta mi balcón. “Perdón, señor, no quise… Dios, basta, por favor” WHACK. Uno de los policías tironeaba de los pies al aullante mientras el otro lo pateaba para que se soltara de la verja de alambre; cuando se soltó, se arrodilló a su lado y le sacudió dos puñetazos en la cabeza. Estuve tentado de manotear una de las botellas vacías para tirársela a los polis pero me contuve.
Más tarde, más ruido… esta vez un drogón, cantando a todo lo que le daban los pulmones; algo medieval, me pareció. Ajeno a los demás, cantando su canción, en medio de la calle.
Como la escena de los balazos en aquella película, ¿Alfie? Y también la escena inicial, con ese tipo que entraba en su casa de plástico, vomitando y puteando por las noticias, y entonces sacaba una pistola y disparaba al techo… enloquecido por las noticias y las presiones del ascenso social… antes de irse al Classic Cat o a visitar a la esposa de algún amigo… y de allí a la escena de los balazos…Sí, ya me estaba haciendo efecto.
Dios, las 6:45 y la mescalina ya se ha apoderado seriamente de mí. La carcaza metálica de la máquina de escribir ha virado de un verde opaco a una especie de azul fluorescente, las teclas centellean, rutilantes… Yo más o menos levito de la silla y quedo suspendido –no estoy sentado– frente a la máquina. Un brillo extraordinario lo recubre todo… La sensación física es como la primera media hora de un ácido, una especie de vibrato generalizado, envolvente, pero la vibración viene de adentro, no se ve el menor signo externo de ella. Me asombra que pueda seguir tipeando. Siento que la máquina y yo carecemos de peso; ella flota tal como floto yo, dos refulgentes juguetes. Alucinante, todavía puedo mantener la ortograf… tuve que pensarla, ésa. Alu-ci-nante. Dios mío, ¿cuánto peor se va a poner? Ya son las siete, tengo que dejar la habitación en una hora. Si esto es el comienzo de uno de esos viajes de ácido, creo que debería descartar la idea de subirme a un avión.
El avión despegando y yo amarrado a una butaca, en este estado; una experiencia insufrible, para volarte la tapa de los sesos. No tengo resto para alejarme de la tierra más de lo que estoy; si saliera al balcón ahora, creo que levitaría suavemente hasta apoyar los pies en la calle allá abajo.
Y se está poniendo peor, tengo espasmos en un músculo del muslo, cada vez que cimbrea es como si se hubiera soltado de alguno de sus extremos…Puedo verlo y sentirlo, pero como dos sensaciones disociadas. No hay conexión entre la mente y el cuerpo… aunque puedo seguir tipeando, y a bastante velocidad, mayor a la normal. Sí, definitivamente me está haciendo efecto, se parece mucho al ácido, un placentero letargo corporal mientras el cerebro lidia con algo contra lo que jamás lidió (uf, eso fue difícil de redactar). Todo el trabajo lo está haciendo la cabeza en este momento, ajustándose a los nuevos estímulos como un soldado veterano que cayó en una emboscada y, después de un momento de pánico, recupera sus instintos, aunque no tenga el dominio de la situación: atento a la menor posibilidad y esperando a la vez lo peor… Y aquí viene lo peor. No existe la más remota posibilidad de que me levante de esta silla, sería incapaz de dar un paso, lo único que puedo hacer es tipear… la sangre me circula por el cuerpo a frenética velocidad. Pero no se siente ningún bombeo, sólo la intensidad de su circulación… La velocidad interior… y el rumor, ese murmullo sin sonido, ese vibrato, y todo es cada vez más deslumbrante.
El punto rojo que tiene cada una de las teclas de esta máquina de escribir parece hecho de sangre arterial, palpitan y titilan como si tuvieran vida propia.
Tengo ganas de vomitar, pero la parálisis es más fuerte. Mis pies están helados, mis manos están heladas, mi cerebro en una prensa a rosca… fantástico esfuerzo para levantar una lata de Budweiser y dar un trago, bebo como si aspirara hondo, y una bocanada de frío llega hasta el estómago…mucha sed, pero sólo queda ese resto de cerveza en la lata y es demasiado temprano para pedir al servicio de habitación. Cristo santo, voy a tener que lidiar con toda esa mierda de empacar, pagar, dar propinas, esa mierda complicadísima en cualquier momento. Si la cosa se pone peor voy a hacer una escena para que me traigan cerveza… mantengamos la distancia del teléfono, concentrémonos en el punto rojo de las teclas… esta máquina es mi cable a tierra, sin ella perdería el rumbo por completo. Debería llamar a Oscar y hacerlo venir con unas cervezas, para que me mantenga lejos de ese balcón. Mierda, esto es verdaderamente fantástico, el frío me sube por las piernas y siento una bola de terror anidando en mi estómago, cuánto más voy a alucinar… Encendamos la radio, hagamos foco en algo, no en las palabras, en las ruines mentiras habituales… Dios mío, está saliendo el sol, la habitación entera encandila, una nube cubre el sol, es como si la nube pasara por dentro de esta habitación cuando se traga toda la luz, ya se fue porque de vuelta rebalsamos de luz, se ha ido, estará en alguna parte allá afuera… Tipear se está poniendo complicado, pero hay que seguir, es mi cable a tierra, mi sostén mental, no lo dejemos ir. Cualquier mal paso generaría un alud, que no falle el pulso, concentración, foco; Dios, no puedo sonarme la nariz, no la puedo encontrar, pero la veo, mi mano sabe dónde está pero el ojo y la mano no coordinan, tengo hielo en la nariz, la radio lo hace tintinear, música de flauta, todo es tan cristalino y trémulo y vertiginoso que no puedo moverme…
Uno de los puntos rojos saltó de la máquina, es una cápsula espacial flotando a través de la página al son de un asqueroso soul impostado que viene de la radio, Melvin Laird *7 cantando para ustedes The Weight, O yes we get wearee weeri wearih…Meloso y pegajoso como fijador para el pelo.
Anthony Hatch *8 está en Jerusalén, Dios mío, eso significa que empezaron las noticias, no, por favor que no mencionen a Nixon, sería demasiado para esta mente vapuleada… Esfuerzo bestial para encontrar otra estación de radio con este dial, pasemos a FM ya mismo, evitemos las noticias, algo sereno, en idioma extranjero… ya estarán pasando por televisión las noticias, pero no voy a encenderla, no voy a mirar en su dirección siquiera… no quiero ni ver la cara de Nixon… MIERDA, llamé a Oscar, fantástica tarea la de discar, y daba ocupado… colguemos el teléfono, no nos deliremos, ignoremos este extraño temblor, riamos, sí, apelemos al sentido del humor, escabullámonos… Cristo santo, tengo que ponerle llave a la puerta y colgar el cartel NO MOLESTAR, que no entre nadie. Acabo de oír a una de las mucamas arrastrando su carro por el pasillo, probando los picaportes… jo, jo, hola, y mi famosa sonrisa… Sí, finalmente conseguí hablar con Oscar, viene hacia acá con unas cervezas… El problema ahora es no enemistarme con el personal del hotel pidiendo cerveza a gritos a estas horas de la madrugada… zona de desastre inminente, no pelear con el personal, no en este catastrófico estado… debo hacer durar este último sorbo de cerveza hasta que Oscar llegue con más… un amortiguador humano, eso necesito, alguien que me contenga o me domine… de vuelta las noticias, hasta en FM. Y ahora el fragmento musical auspiciado por Máquinas de Coser Singer, dura quince minutos, nuestra Gran Oferta de Cumpleaños en Washington no nos deja mentir, nuestras máquinas pueden embutirlo en una bolsa cerrada con doble costura con tal rapidez que creerá que encegueció de repente… Dios bendito no es posible que no quede un solo acorde de pacífica humanidad por la radio… creí haber pescado uno, pero no era más que basura publicitaria… ahí está, un violín, quedémonos ahí, hagamos foco en ese sonido, montémonos en él… no tengo cerveza suficiente, la sed me condenará a pelear con el personal… no, si queda algo de hielo, en el balcón, ahí quedó, vamos… cuidado, no asomarse, no mirar… alzar con cuidado los hielos que queden, retroceder ahora, volver a la silla, LISTO, pero mis piernas son de gelatina, imposible moverme excepto rodando, no nos desviemos de nuestro camino, no nos acerquemos al teléfono, sigamos tipeando, control, un poco de control… Dios, me vibran las manos ahora, cómo voy a tipear así, las teclas parecen almohadones plásticos esponjosos y los puntos rojos que titilan como en cámara rápida, al son de las palabras que escribo… gracias a Dios por la Sonata en Fa Mayor para Oboe y Guitarra de Charles Starkweather…*9, nada de publicidad, ni de noticias, música pura… la salvación tiene muchas caras, recordemos enviar un cheque a esta estación de radio cuando nos recuperemos… ¿KPFK? *10. Creo que era ésa. La escalada crítica de cerveza aumenta, lo único que queda en esta lata es saliva… mierda, la mitad de mi cerebro está evaluando cómo conseguir más, pero no vamos a permitírselo.
De ninguna manera. Pensemos en otra cosa, gracias a Dios por la música, si pudiera llegar hasta el baño y manotear una toalla y tirarla encima del puto televisor, están pasando las noticias, puedo olerlas. Siento los ojos del tamaño de pomelos. Dónde están mis anteojos negros, ahí, arrastrémonos, la nube ha terminado de pasar en serio ahora, fuego blanco en las paredes, las teclas de la máquina encandilan… mientras allá abajo el tránsito se mantiene constante por Sunset Strip, Hollywood, California, código postal desconocido…
Venimos de una gira por la Unión Soviética y Dinamarca, digamos, cuidado, no hay que abalanzarse a las noticias, mantengamos la pureza, sí, como esa flauta, esa música… ¿Cigarrillos hay?
Otra área crítica… y ahí está de vuelta esa maldita mucama probando el picaporte, qué mierda quiere.
Dinero no tengo, y si llega a entrar va a pasar el resto de sus días bajo los efectos del ataque de pánico.
No estoy de humor para lidiar con mucamas, fuera de aquí, van de habitación en habitación como alimañas tullidas… Sonriamos, bien, incorporémonos, recuperemos el control, jo, jo… ¿Cuándo amaina el efecto de esta mescalina? Más bien se está acrecentando. Sé que no puede ser peor que un ácido, pero todas las evidencias me dicen lo contrario. Tengo que tomar un avión en dos horas.
¿Podré? Dios mío, no puedo subir a un avión en este estado… No podría ni acercarme… Oh, no, y esta aspereza qué es… tengo la boca y la garganta como pedregullo hirviendo, adónde se fue la saliva…
La botella de Old Crow, si pudiera verter lo que queda sobre estos hielos derretidos… la pausa que refresca… Sírvanle un trago al caballero, por favor, ¿acaso no ven que tiene el cerebro en cortocircuito y el pozo seco y ya le sale humo por las orejas?, sírvanle un trago de una vez. No perdamos la calma, necesitamos CONCENTRACIÓN… eso, la música, melodía floral germana, Martin Bormann canta al conejo blanco, emboscado en la selva por una legión de vietnamitas desnudos, whisky über alles, sírvanme ese trago, sírvetelo de una vez, levántate y hazlo. LISTO… Pero mis rodillas están soldadas y mi cabeza está a ocho metros de distancia de mis pies, no es fácil moverse en esta habitación de menos de tres metros de altura. Y tanta luz, los anteojos, los necesito, destrabemos las rodillas y vayamos hacia allá… Ah, al menos me puse los anteojos negros, pero la luz sigue siendo deslumbrante. Salir del hotel y tomar el avión no va a ser fácil… No hay en mí mucha esperanza, pero ésa no es manera de pensar, me las he arreglado para hacer todo lo que hice hasta ahora. Ocho y veintitrés según la radio, se viene otra tanda de noticias, puedo oírlas agruparse en el cable del televisor… Nixon ordenó la entrada de brigadas en Berkeley… sonríe… relájate, bebe tu trago. Gaitas por la radio ahora, o son violines… están jodiendo con esos instrumentos, ésa no es manera de tocar, y por el pasillo se oye un tractor, no, una pala mecánica… Son las mucamas que han traído una pala mecánica para arrancar la puerta de cuajo, como quien destroza una telaraña… Este hotel se ha ido al carajo desde que lo compraron los de esa cadena, ya no hay más pomelos en los veladores, ya no hay más pintura negra en las paredes y así estamos de encandilados. Estas paredes necesitan pelaje oscuro, y ladillas, para darle vida. Y la alfombra cruje como pochoclo bajo mis pies, quién plantó estas semillas de marihuana, y por qué no las riegan…
Eso, he ahí una tarea, rociar esta alfombra, hace falta un aguacero tropical para que no se pierda la cosecha… que nunca falte agua, y podar las hojas cuando corresponda. Atención a quién se le alquile la habitación, debe ser gente especial, amantes de la naturaleza, labradores, botánicos… y que esas malditas mucamas no aprovechen para colarse, por el amor de Dios. Detestan que crezcan cosas en la alfombra, son como finlandesas de tercera generación, sus viejos músculos vueltos grasa colgante…¿Grasa colgante? ¿Finlandesas? Un poco de cordura por favor. Ahí llega Oscar, con la cerveza.
Creo que me estoy estabilizando, es igual que después de la primera embestida del ácido. Si esto es el pico, creo que voy a poder tomar ese avión, aunque deteste hacerlo. Expelido a las alturas en un tubo metálico, amarrado a una butaca, rodeado de desconocidos… Sí, me parece avizorar un remanso, aunque mis manos sigan vibrando y revoloteando sobre el teclado. Una nueva nube cubre el sol, o quizá sea esmog… el resplandor se ha apagado, nada destella en los edificios vecinos ni en los techos ni abajo en la calle, sólo aire opaco y gris.
Veo una mezcladora de cemento, gris y roja, allá lejos por la calle. Parece un autito Matchbox de los que venden en los aeropuertos. Debo conseguir uno para Juan *11. Creo que alcanzaré el avión. Algún día, cuando las cosas sean como deben ser, podremos repetir esto introduciendo una moneda en la cama vibradora de la habitación en cualquier hotel de la cadena Holiday Inn, después de tomar una pastilla especial para la locura… Un momento, podemos hacer eso ahora. Podemos hacer cualquier cosa, ¿por qué no?
* * *
* * *
11:32 –levito de nuevo, no peso nada –muy extraño, Los Angeles allá abajo –auriculares y perillas –cambio de canal, de Cristo a Leon Blum al discurso de Haile Selassie a la Legión Canadiense.* * *
Alquilo un auto barato en el aeropuerto –evito Batrollers y llego como un rayo a Big Sur –hago arrestar a Michael Murphey *13 por el asesinato del último resto de música legítimamente hillbilly de toda la Costa Oeste. ¿Quién puede culparme por azotar a aquel parapléjico en los baños? Cualquiera hubiese hecho lo mismo. Selah.* * *
* * *
Caos en el aeropuerto de Denver –sudor y escalofríos y todos los vuelos cancelados –y las mucamas trabajando –y los cerdos mentirosos de los mostradores –“te alquilo un auto, chico” –disculpe, pero como adicto certificado no puedo conducir en la nieve –¡debo volar!
Los Angeles, 1969
Notas del Traductor
*1 2 de febrero. Según la festividad tradicional norteamericana, si las marmotas asoman ese día pero vuelven a sus madrigueras (como suele ocurrir), significa que habrá seis semanas más de invierno. Si permanecen en la superficie, en cambio, se lo toma como un anuncio del advenimiento de la primavera. La expresión se ha convertido en sinónimo de tiempo circular, como la cinta de Möebius (ése es precisamente el eje de la película Groundhog Day, protagonizada por Bill Murray).
*2 Durante la Convención Demócrata de 1968 en Chicago, Humphrey (vicepresidente de Lyndon Johnson) desplazó a Mc Govern como candidato presidencial demócrata para las elecciones y fue abucheado por miles de jóvenes opositores a la guerra de Vietnam, reunidos en Grant Park.
*3 James Farmer, abogado y militante pacifista, fue uno de los fundadores del Comité por la Igualdad Racial en 1942 y acompañó a Martin Luther King en su cruzada, hasta que en 1968 aceptó postularse como senador para los republicanos y, luego de perder, aceptó el cargo de Subsecretario de Educación que le ofreció Nixon.
*4 Gene McGarr, compañero de aventuras del autor durante la segunda mitad de los años sesenta. Cuando apareció el libro de Thompson sobre los Hell’s Angels, solía acompañarlo a las presentaciones televisivas (era el encargado de llevar la petaca de ron y las anfetaminas).
*5 John Wilcock fundó el Village Voice, acompañó a Timothy Leary en su experimento psicotrópico mexicano cuando a Leary lo echaron de Harvard, ayudó a Andy Warhol a crear la revista Interview, escribió cuatro libros de viaje Frommers “Con 5 dólares al día” (Grecia, Japón, India y México) y en 1971 publicó La autobiografía y vida sexual de Andy Warhol.
*6 Oscar Zeta Acosta, abogado y activista chicano, impenitente compañero de aventuras y desventuras de Thompson en Miedo y asco en Las Vegas. Autor de los libros Autobiography of a Brown Buffalo y The Revolt of the Cockroach People. Supuestamente fallecido en 1974.
*7 Melvin Laird, secretario de Defensa de Nixon, aconsejó al Presidente (junto al entonces asesor de Seguridad, Henry Kissinger) dejar que toda la culpa de la masacre de My Lai cayera sobre los oficiales de bajo rango (que debían alegar locura temporal), en lugar de buscar responsabilidades más arriba en la cadena de mandos. Cuando Hunter Thompson dice The Weight se refiere obviamente al peso de esa culpa.
*8 Tony Hatch, compositor de música ligera que en los años sesenta alcanzó fama por sus colaboraciones con Petula Clark. En 1969 hizo un viaje a Israel en busca de material para un musical “piadoso” que protagonizaría Clark, titulado Rock Nativity.
*9 Charles Starkweather, asesino serial que en 1958 dejó una seguidilla de once muertos en el trayecto entre Nebraska y Wyoming, junto a su novia menor de edad Caril Ann Fugate (tres de esos muertos eran la madre, la hermana y el pa drastro de ella). Murió en la silla eléctrica al año siguiente, a la edad de veintidós años. Oliver Stone y Quentin Tarantino se inspiraron en la pareja para el guión de Natural Born Killers y Bruce Springsteen hizo lo propio en su canción Nebraska.
*10 KPFK, o Pacific Radio, emisora fundada por los Grupos de Paz durante la Segunda Guerra Mundial en Berkeley, con filiales en Santa Monica y otros puntos de la Costa Oeste, adquirió en los años cincuenta y sesenta un perfil alternativo.
*11 Juan Fitzgerald Thompson, hijo de Hunter y Sandra Dawn Conklin. En el año 2005 fue el encargado de anunciar a la prensa y a las autoridades el suicidio de su padre.
*12 La AFL fue una fugaz liga alternativa que, entre 1960 y 1969, intentó disputarle a la NFL la hegemonía en el fútbol americano.
*13 Michael Martin Murphey, creador de la “American Cowboy Music”, trovador itinerante nacido en Texas que, a fines de los años sesenta, se instaló brevemente en el desierto de Mojave. Sus canciones de ese período fueron popularizadas por John Denver.
*14 Gabriel Heatter, famoso periodista radial, fue el primero en dar a conocer la tarea de Alcohólicos Anónimos por la radio (en 1939). Durante la Segunda Guerra, acuñó su frase más famosa “Good News Tonight”, con la cual logró levantar la moral de su audiencia durante los momentos más difíciles del conflicto.
*15 Kitty Wells era la reina de la música country hasta el advenimiento de Patsy Cline y Dolly Parton. Hacia fines de los sesenta, su estilo era ya un poco anacrónico.
Nota acerca de la viñeta que repetimos entre los párrafos
“Hunter Thompson, creador del periodismo “gonzo”, era de todo: loco, drogadicto, alcoholico, violento, irónico, marginal. También un talentoso que supo plasmar en el papel parte de la contracultura norteamericana en los años ´60 y ´70. Junto a Tom Wolfe, Truman Capote, Norman Mailer, Gay Talese, Jack Kerouac y un puñado más de nenes rebeldes, Thompson revolucionó el periodismo sacándole el jugo a un género que basicamente describía la realidad con técnicas de la literatura de ficción (…) El 21 de febrero de 2005, a los 67 años, se disparó un tiro en la cabeza.”
El relato Mescalito lo tomamos de su blog, de donde pueden bajarlo gratis en PDF.
Link: thompson.pdf
: : La ilustración pertenece al artista Ralph Steadman.
Publicado por Ariel Agregá tu comentario
Etiquetas: Hunter S. Thompson, Periodismo gonzo