Desde el principio tuve una fama dudosa. Claro que mi comportamiento a la hora de trabajar era correcto, pero a veces creía que la seriedad no iba conmigo.
Asistí a unas clases de la Organización Nuevo Periodismo Argentino para perfeccionarme. Mi primer día en la redacción fue normal, pero el segundo llegué con un esguince en mi mano derecha y como cuarenta minutos tarde. Había tenido que cubrir un recital de una banda Punk la noche anterior y quedé en medio del pogo. Me empujaban y me enviaban de un lado a otro del salón hasta que alguien me dio un puñetazo y caí al suelo. Mientras caía, devolví el golpe y un minuto más tarde perdí una zapatilla intentando salir de ahí.
Algo pasaba cada maldita vez que tenía que ir a la redacción y el jefe de sección solía esperarme para entretenerse con mis historias. Incluso cuando intentaba pasar inadvertida, siempre el destino parecía ponerme en situaciones delirantes. Luego querían que escribiera crónicas de todo lo que me sucedía. Era divertido para todos que esas cosas me ocurrieran incluso cuando no las buscaba.
Justo cuando regresaba a casa de una nota, Sarah me envió un mensaje de texto que decía “Bianca está enferma”. Así era cómo llamábamos a la cocaína. Una bobada más que se nos ocurrió un día a modo de tener nuestras propias claves para hablar de esas cosas.
- ¡El hijo de puta me arruinó! –comenzó a gritar apenas escuchó mi voz- ¡Bianca está mal! Con esta humedad se hizo veneno puro. Está pegada, sucia, el corte es malo… El forro no contesta y no creo que lo haga.
- Algo vamos a poder hacer, dejame verla más tarde –intenté calmarla.
- ¡No! ¡Es un puto bollo de papel!
No podíamos hacer mucho y Sarah terminó mezclándola con gaseosa y tomándola de un sorbo. Después cambiamos de dealer.
Solía ser la oruga y la pequeña niña inquieta del cuento. Ambas cosas al mismo tiempo. A miles de años luz de distancia pero llamándome con voz clara, Sarah me pedía que no la dejara sola en medio de tanta estupidez.
Así fue cómo decidimos salir otra vez, sólo para colmar mis neuronas un poco más hasta enfocarme de lleno en mis tareas.
Le dije que estaba planeando desaparecer durante un tiempo. Necesitaba descansar de todo aquello para dar un rumbo a mi vida.
La idea de quedarse sin un cómplice le afectó notablemente, pero yo me encontraba agotada y aburrida de hacer las mismas cosas. Le dije que quería pasar un tiempo conmigo misma, sola, pero que primero iríamos donde ella quisiera ir.
Quiso asistir a una fiesta en un karaoke del centro y acepté acompañarla. Ya tenía un pie fuera de toda aquella seguidilla de locura en la que estábamos; quedaba un último trecho.
A las ocho de la mañana de un viernes, Lucas vino a verme con los ojos totalmente desencajados. Se había pasado la noche destrozando todo a su alcance. Había enloquecido en su departamento y no logró detenerse hasta que su hermano llegó. Un vecino lo llamó después de escuchar tanto alboroto.
Vino a decirme que iba a dejar la ciudad por un tiempo. Deseé poder hacer lo mismo, pero me era imposible en ese momento. En cambio, recordé que más tarde vería a Sarah y pasé el resto del día paseando por el parque. Íbamos a quedar solas en Buenos Aires y tuve que replantearme muchas cosas.
Ya no creía tener amigos. Lucas se iría y Alex estaba ocupada en sus asuntos. Todos los demás se alejaron de una forma u otra. Incluso la directora había dejado de llamar durante meses y luego lo hizo para dejarme saber que viajaría fuera del país. Se fue a Bolivia a intentar filmar una cultura diferente y visitar amigos que ya estaban allí.
Sarah me pidió llevar mi grabadora al karaoke para grabar su “actuación”. Nos dimos varios pases de cocaína y luego bebimos unos cuantos tragos, mientras esperábamos que fuera su turno de subir al escenario y sacarse las ganas de sentirse una estrella por una noche.
Pedimos tequila, ron y cerveza. Volvió a la mesa y no podíamos concentrarnos en nada. Queríamos hablar y no conseguíamos armar una frase. Olvidé detener la grabadora y todo quedó allí, registrado.
Sarah: - Hagamos un video.
Yo: - Esto sólo graba audio, estúpida.
Sarah: - Che… Quiero mirar mi vaso, pero miro y veo una vela.
Yo: - Eso es porque estás mirando la vela de la mesa.
Sarah: - Ah, gracias. Ya ni me acuerdo de cómo se fuma. ¿Cómo era?
Yo: - No tengo idea. No lo enciendas al revés, te vas a quemar. Mire… Contésteme…
Sarah: - ¡Vamos Led Zeppelin!
Yo: - Y Los Who.
Sarah: - Y “Los Quienes” (Risas descontroladas)
Yo: - Ya van a empezar de nuevo…
Camarera: - ¿Van a querer algo más?
Sarah: - ¿A vos qué te parece?
Camarera: - ¿No?
Sarah: - Bueno, mandate dos hamburguesas…
Yo: - Con todo...
Sarah: - Sí, con todo... Por ahí después te pido bebida.
Camarera: - Dos hamburguesas completas, entonces.
Yo: - No escuchás muy bien, ¿no?
Sarah: - ¡Qué cara de mierda la mina esa!
(5 segundos de silencio)
Camarera: - Vamos a tratarnos con respeto, ¿sí? Todavía estoy acá.
Mientras Sarah cantaba “I Will Survive” en el escenario, sentí una paranoia indescriptible, como si todos estuvieran pendientes de nosotras. Mantuve mi mirada sobre ella y la vi moverse rápido, agitar sus brazos y reír. Su cara se deformaba a medida que la canción avanzaba y supe que realmente estaba haciendo el ridículo porque los demás volteaban de sus mesas para verme.
Había aprendido que en esos momentos nunca sabría qué era real y qué no, y por eso debía simplemente permanecer inmóvil en mi lugar. Pero aun sin tener en cuenta que su cara cambiaba de forma, todo lo demás estaba sucediendo y entonces tuve miedo de que algo saliera mal. Podían echarnos o llamar a la policía. Todo podía irse a la mierda en cualquier momento.
Salimos de ahí y nos quedamos de pie en una esquina, esperando que dejara de llover. Luego nos quisieron echar del boliche que frecuentábamos porque una imbécil nos delató cuando nos metimos al baño para “visitar a Bianca”. Podía decírselo veinte veces por minuto, pero Sarah simplemente no podía evitar hacer tanto ruido cuando aspiraba. Por suerte, El DJ nos reconoció y logramos quedarnos.
Estando drogado uno nota fácilmente quien también lo está. La ocasión se convierte en un ritual, una situación de varios dominados por una fuerza inevitable que nos une a pesar de vernos por primera vez. Especialmente cuando se toma ácido.
No pensaba hacerlo pero lo hice; metí ácido debajo de mi lengua y esperé a que hiciera lo suyo. Dos días después, un grupo de chicos que conocimos en el boliche quiso vernos de nuevo, esta vez en casa de uno de ellos.
Pasamos la noche entera aspirando y bebiendo. Yo aún tenía que darle un rumbo a mi vida, pero pensé que de todos modos iba a “flaquear” de vez en cuando y además estaba consiguiendo mucha inspiración. Al menos a veces aún la conseguía.
Esos chicos eran adoradores de Marilyn Manson. Creo que jamás tomé tanto de todo como esa noche, pero ninguno logró sorprenderme. Algunos confesaron ser satanistas y otros simplemente delincuentes menores. Todo eso lo había visto antes. Todos nos sentíamos para el culo.
Volví a casa aturdida y de mal humor. Pasé horas mirando el techo sin poder pensar. Sarah estaba cansándome y quería hacer algo nuevo, así que llamé a Lucas porque aún estaba en la ciudad. Tenía que despedirse de mí y de otros amigos, y arregló que todos fuéramos al pool de siempre.
Casi todos eran menores de edad. Quedamos tan borrachos que no podíamos volver a casa. Fuimos a tirarnos al sillón de uno de ellos. Los demás se tiraron en la cama y otros simplemente se quedaron sentados en el suelo. Lucas mezcló una media pastilla de Rivotril y un cuarto de Clozapina en mi bebida sin decir nada. Tuvo que confesar cuando quise ponerme de pie y no lo lograba. Mis piernas parecían pesar una tonelada cada una y apenas podía caminar.
Aun así no dejé el alcohol y fumé marihuana. Terminé vomitando y maldiciendo a todos esos “pendejos”. Pero luego presté atención.
- No son nenes bobos –le dije a Lucas al oído.
- ¿Viste? Piensan –se burló de mi observación y agregó- No todos están en alguna tribu rara o compran todo lo que les venden.
No había tenido oportunidad de conocer ese tipo de adolescentes y estaba intrigada. Charlamos toda la noche y descubrí que no todo está perdido. Tal vez nos quieran hacer creer lo contrario, pero pensé que muchos saben cómo son las cosas y sentí un alivio. El tiempo iba y venía mientras me preocupaba por captarlo. Tal vez eso era todo.
Pensé en Sarah y en que pronto estaría trabajando a tiempo completo y no la vería. Nos despedimos una tarde lluviosa, después de algunas cervezas y fichas de pool. Le dije que tenía cosas que hacer y debía irme, pero que podía escribirme cuando se sintiera sola. Ambas cambiamos de una manera u otra.
Primero dudó y dijo que no sabría qué hacer sin mí. Le sonreí, dije que debía cuidarse y que así era mejor.
Recordé a las personas que ya no estaban conmigo; todos esos tigres enjaulados con los que pude compartir mis ocurrencias tanto tiempo. Esos animales salvajes con los que siempre voy a identificarme.
Ya pasadas las siete de la mañana tuve sueño y me acomodé en el sillón junto a Lucas. “Nos vamos a ver pronto”, me dijo, y fui quedándome dormida mientras sentía que me movía hacia alguna parte.
En algún punto de mi sueño volvió Alicia, poco antes de que el sol golpeara mis párpados. Sería el fin de una larga temporada, pensé, o a caso el comienzo de algo más.
Alicia no podía explicarse bien, del todo, cómo fue que empezaron a correr. Pero por más que corrieran no conseguían adelantar nada. “¿No será que todo se mueve con nosotras?”, se preguntó muy intrigada la pobre Alicia. “Aquí, como ves” –dijo la reina-, “se ha de correr a toda marcha simplemente para seguir en el mismo sitio. Y si quieres llegar a otra parte, por lo menos has de correr el doble de rápido”.
Fin.
Florencia Marino es periodista.
Su fotolog: reporterarg
Acerca de "Temporadas en el país de las maravillas"
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Con éste capítulo se cierra otra de las ideas que se pergeñaron en la cocina de Klamahama para mostrar otras mentes, otros lugares desde donde decir lo que nos pasa. La experiencia de publicar los textos de Dana fue magnífica por dos razones.
Una, porque su propuesta apareció cuando el blog estaba en plena ebullición, buscando definir un perfil, y por razones de las que todavía me arrepiento, casi la dejamos afuera. Pero acertadamente confié en ella y en su talento para escribir, y las pruebas están a la vista. Eso me permitió, en lo personal, calzarme el saco y evaluarme como editor, no sólo en cuestiones técnicas de la redacción, sino también analizando, intercambiando. Todos buscamos mejorar las ideas para alcanzar las metas que cada uno se propuso al entrar en el juego de trabajar gratis para un blog colectivo. (Esto vale también para los demás colaboradores de Klamahama).
Y dos, porque ella pudo poner a prueba su capacidad para sacar adelante una crónica o un relato y que se convirtieran en semillas de potenciales guiones. Y eso está en camino de suceder, gracias al apoyo de nuestro amigo Gustavo de Tele Retro (otro tipo excepcional que orbitó cerca).
Espero que alguien haya disfrutado de éstos capítulos, espero que sigan leyendo a Dana en su nuevo y sencillo pero valiente intento por seguir dando pelea y ojalá un día la veamos recibiendo un premio al mejor guión de una peli o publicando sus artículos en esa revista que ves en el kiosco todos los meses.
Gracias Dana por pasar por KH y dejarnos algo de tu talento.
Yo empiezo a tomarme unas vacaciones largas y profundas.
Todavía tengo un par de post pendientes, así que por unos días seguiré molestando.
Ariel Martínez
/ Editor