Un texto de Rafael Urretabizkaya
(San Martín de los Andes, marzo de 2009)
Caminar.
Más cerca, más lejos. Agarrar el rastro e irse. Salir.
Caminar hasta la esquina, hasta el almacén, la vuelta manzana, hasta la terminal, hasta siempre.
Poner en el patio de la casa una pisada sobre otra y otra y otras hasta que no quede ninguna o abrir el portoncito y salir de manera que se vuelva imposible repetir una sola.
Caminar por lugares cercanos o los otros.
Si digo Huilqui pienso en la huerta de Aníbal con alfiyi aguerrido, si digo Kenia pienso en el huerto de té por donde ahora pisan los pies de la familia de Njenga.
Don Aníbal y Njenga son mis amigos y no se conocen entre ellos. Aníbal vive en Huilqui Menuco a 100 kilómetros de casa y quien sabe si algún día vendrá a visitarme. Njenga es keniata pero su tranco largo lo ha traído hace ya unos años por el barrio.
Aníbal tiene por primera lengua el mapudungún, a él le gusta enseñarme esas palabras y hacerlo como quien da ciruelas o manzanas recién bajadas del árbol, en largas mateadas rodeando el tambor de 200 que tiene por brasero. Cada vez que voy para su casa se que voy a la escuela.
Con Njenga durante las mañanas del año pasado compartimos el viaje en colectivo a nuestros trabajos. Es un regalo viajar con un vecino que tiene por primera lengua al dialecto swuajili y tiene además la paciencia de enseñar y explicar. En nuestro recorrido me toca bajarme antes unas cuadras antes que él en mi trabajo que es una escuela, Njenga sigue unas más hasta el suyo que es en la obra. De nosotros dos, Njenga es el que enseña mientras a mi me toca probar torpemente el idioma, preguntar y anotar.
Kenia (montaña luminosa) tiene unos treinta millones de habitantes y entre los que se largaron al camino por estos días pienso en dos. Uno es mi vecino y el otro el papá de Barak Obama: Barack Hussein Obama Sr. Los Obama son de la aldea de Luo sobre el lago Victoria y Njenga Machari es de Kikuyu la tribu más grande en el centro del país. Tribus que tienen sus rivalidades y sus caminantes que han salido lejos de casa.
Mi amigo y el presidente de Estados Unidos tienen una mirada parecida. Así como esas palabras que dicen más de lo que nombran, miradas con un aire hermanito de las buenas cosas que juegan para el lado de la esperanza.
Hace dos años el castellano de mi amigo era precario y por esto se había aferrado al “chabón” como de una soga. Sus manos que poseen todos los oficios le piden a sus palabras que me expliquen como hacer una casa y dice: necesitás el chabón eléctrico, el chabón carpintero, el otro chabón, el otro chabón, otro chabón… Hoy su hablar es muy fluido porque ha caminado entre otros que le interesan. Su aprendizaje y su preocupación sobre nosotros se siente como un premio.
Cuando Njenga en sus pagos terminó estudios terciarios de turismo quiso viajar. Primero probó con unos japoneses pero cuando Al Qaeda atacó Nairobi en el ´98 esa posibilidad se cortó. Entonces en el ´99 a través de un tío y con 40 kilos de artesanía en la mochila llegó a Córdoba.
El andar de mi amigo es musical. Aquí o allá la música es la misma. Bob Marley, Burning Spear, Alpha Blondy. La música es una patria.
Njenga encontró el amor en Argentina. El amor es un lugar donde quedarse a vivir. Argentina es diferente a Kenia - me dice.
¿En qué?
No tiene un determinado fin. Lo que pasó hoy puede ser mañana o nunca- y mientras el KoKo clava los frenos en la Vega Maipú, me deja pensando que sabe más sobre nosotros que nosotros mismos.
Aprendí entre muchas cosas que hakuna matata no es un invento de la Disney sino que forma parte de la lengua y la manera de estar situado en el mundo del pueblo de mi amigo ya que significa “todo bien”. Rafiki es como se dice “amigo” y kandá como se dice “chabón”.
Tanto como aprendí de Don Aníbal que no se corre de su huerta y el pastoreo de sus diez chivas, sobre el malón huinca, los pichiché, sobre plantar manzanos en los piedreros (y hacerlos crecer!) sobre traer a pala un hilito de agua desde la cordillera justo hasta su huerta.
Caminar. Cruzar el mundo como una calle. Tomarse el colectivo, el avión, el tiempo para ser dueño de un rato de silencio.
Tomarse el tiempo para escuchar el silbido que mete marzo por el chiflete de la ventana entre las diez chivas de Aníbal que se menean con música de Marley.
* Este texto, compartido generosamente por el periodista, músico y hombre de radio Fernando Barraza, fue publicado en la web de su programa Efecto Tábano.
Allí, además, encontrarán una hermosa versión adaptada para radio que no pueden perderse. Gracias Fernando.
Y me queda una apreciación más: ¿Tendrá alguna relación que un texto de tanta belleza, profunda lectura y cadencia exquisita provenga de un autor que lleva una canción de Bob Marley en su apellido? En el siguiente perfil de Rafael está la respuesta. O no.
"Engendrado en Comodoro Rivadavia, una siesta de enero de 1963, después de que sus padres comieran pulpos provistos por José Tomé Gago. Lugar a donde habían llegado luego de que Roberto (su papá) se bajara de la valija de titiritero que lo llevaba por la vida, para probar suerte vendiendo motonetas. El viento de Comodoro le va a ganar cada trepada (a las motos) y dejar una tenaz melancolía (a los títeres y a él mismo). Susana (su mamá) en octubre de ese año se sube de ocho meses al Carabel y llega a aeroparque con la nariz de Rafael afuera, quien se las aguantará de nacer hasta llegar a Dolores donde lo esperan abuelos, esquinas, zaguanes, lado de atrás de algunos árboles, primeras novias y los datos de su D.N.I. Nace en Dolores el 8 de octubre de 1.963 donde ya de chico, las tías lo mandan a la esquina a ver si llueve.
Vuelve con su familia unos años a Comodoro, al cabo de los cuales se despide de Juancito y María a la salida del baño público de Rivadavia al 1.100.
El panadero y el Diablo se quedan frente al mar y cerca de la valija, de pechito al viento de abajo.
Regular al fútbol pero muy bueno a la tapadita. Malo a las bolitas pero tramposo. En 1.983 se muda a san Martín de los Andes.
Maestro desde 1.987 ha ejercido en diferentes comunidades rurales del sur de Neuquén, "para arriba y para abajo como huevo de rengo", los últimos ocho años en el paraje Huilqui Menuco, comunidad Painefilú. Papá de Aye, Juan, Francisco, Rafita, Felipe y Malena."