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Daumier: Vagón de tercera. 1875 |
Algunos dicen que vivimos en la sociedad que imaginó Orwell en su novela distópica 1984. Es cierto que el Gran Hermano está ahí, cada día más poderoso, pero en la ficción orwelliana la Historia se reescribía de manera que el pasado acababa siendo una difusa percepción de la memoria individual, una realidad de la que no quedaba constancia colectiva. En cierto sentido, lo que tenemos ahora es algo más cruel porque sabemos de dónde venimos, por dónde hemos ido pasando y hacia dónde vamos de cabeza, y ese testimonio colectivo no parece importar al Gran Hermano que nos controla, lo que da mucho más miedo.
En este blog no acostumbro a hablar de política, pero haré una excepción porque veo que el final del camino es terrible para mi oficio y para nuestro futuro como sociedad. Me gustaría no tener memoria, pero lamentablemente conservo vivos recuerdos de otros tiempos y de muchas promesas que se fueron con el tiempo. Por ejemplo, recuerdo que tuvimos una compañía telefónica pública, una compañía eléctrica o una petrolera también públicas. Aquellas infraestructuras y aquellos profesionales los habíamos formado entre todos y beneficiaban a todos. Nos dijeron que su privatización haría que creciese la calidad y bajase el precio. Juzguen ustedes si se cumplió. Aunque yo era pequeño para entender cómo funcionaba, recuerdo que había un banco hipotecario que garantizaba que muchos españolitos humildes, como mis padres por ejemplo, pudiesen comprar un piso sin que los timasen. Acabaron con ello por las mismas razones mencionadas, y ya ven cómo estamos.
Privatizaron Iberia, la compañía aérea que habíamos sostenido entre todos y ahora van a despedir a un cuarto de su plantilla. Ya han dicho que solo mantendrán las conexiones rentables, sin tener en consideración que aquella compañía era en su origen un servicio público que habían costeado también las ciudades humildes. El objetivo actual también son buena parte de las líneas de ferrocarril, muchas de ellas ya cerradas desde los años ochenta, a las que se les dará en breve la puntilla. Viajar en tren será muy pronto un lujo al alcance de pocos, y que unirá ciudades con un tráfico rentable, cuando siempre fue un servicio público que vertebró este país. En el fondo, se va descubriendo que no importa mucho la competencia o la calidad, sino la rentabilidad, aunque no sepamos muy bien a quién beneficia realmente esa plusvalía.
Y por fin les llega el turno a la sanidad y la educación. Privaticemos hospitales para que sean rentables, dicen, igual que dijeron con Iberia, Telefónica, Hidroeléctrica... No habrá recorte de servicios, no, de momento. Cuando la memoria pública se vaya borrando, los gerentes de esas empresas nos dirán que no pueden sostener determinados servicios que no son rentables. El Estado dirá que no puede obligar a una empresa privada a ofrecer servicios o a limitar precios. Los enfermos más pobres, los que padezcan dolencias costosas, los que no cumplan el canon serán desterrados. Y de manera individual recordaremos que hubo un tiempo en que los médicos te atendían aunque tu enfermedad no fuese VIP.
¿Hace falta hablar de la Educación? Pronto empezará este proceso, no hay que dudarlo, porque los primeros pasos están dados. De hecho, ninguno de nuestros gobiernos ha apostado firmemente y sin dobleces por una Escuela Pública de calidad. Podemos elegir el paralelismo con Telefónica, por ejemplo: en el futuro, un puñado de empresas educativas coparán el mercado y salir de una para caer en otra será cuestión de ofertas del tipo "traiga sus dos hijos y le cobraremos la mitad por el segundo" o "pruebe nuestro colegio los dos primeros meses gratis y le regalamos una tablet (*)". Podemos compararlo con Iberia: colegios e institutos de marca con buenos servicios regulares y colegios low cost para clase turista con pocos recursos; eso sí, pasados unos años, los colegios que no sean rentables se cierran. Pero, ¿qué otra cosa se puede esperar cuando se gestiona la Educación -o la Sanidad- pensando en la rentabilidad? ¿Cuándo es rentable la Educación? ¿O habría más bien que preguntar para quién es rentable la no-educación?
Soy consciente de que es esta una nota agorera, pero si no hacemos algo por parar este despropósito, sentiremos en breve la angustia de vivir en una novela de Orwell en la que solo sobreviven los individuos rentables.
(*) Permanencia mínima de dos años. Matrícula de 800 € y cuotas de 900 € a partir del cuarto mes. Penalización por baja anticipada de 2500 € y devolución de la tablet.