Fake news, invasiones aliens y mitos
Leía el otro día en un libro (El
mundo no es como crees) una entrada particularmente divertida sobre las fake
news, que tanto abundan en estos días convulsos. La tesis del escrito era
que esto de las fake news, que de hecho son más bien desinformación,
son algo bastante antiguo y ponía como ejemplo la retransmisión radiofónica de
Orson Welles de La guerra de los mundos, de H. G. Wells.
Podría considerarse dicha retransmisión
como el origen moderno de las fake news por los medios de comunicación,
aunque hay dos peros. En primer lugar, no fue desinformación propiamente
dicha: fue una especie de performance, un acto publicitario mediante el
cual Welles se dio a conocer al gran público y su carrera despegó
meteóricamente.
Por otro lado, está el mito de que miles
de personas, aterrorizadas, se lanzaron a buscar armas o a alistarse al
ejército para hacer frente a la supuesta invasión extraterrestre, en medio de
un pánico desatado.
Parece ser que no fue así, en absoluto.
Se trata de un mito interesado. El programa, emitido la noche del 30 de octubre
de 1938, en la víspera de Halloween, tuvo una audicencia muy baja. Al parecer,
la mayor parte de la gente estaba escuchando otro programa de un ventrílocuo y
no el programa de Welles y, desde luego, aunque hubo algunos sustos, en la
propia retransmisión avisaron hasta tres veces que se trataba de una ficción.
¿Por qué, entonces, se nos ha hecho
creer lo contrario: que tuvo una gran repercusión? Pues se trata de una fake
news dentro de otra fake news. En aquella época, la estrella de la
radio era ascendente y se estaba enfrentando con la prensa escrita por el
control de la tarta de los ingresos publicitarios.
La prensa escrita hizo una campaña para
desacreditar el programa radiofónico de Welles dando a entender que la prensa
escrita sí que era seria, mientras que de la radio no te podías fiar, dado su
sensacionalismo. ¿Os suena?
Es lo mismo que decía la radio de la
televisión o actualmente la televisión de internet. Conforme aparecen nuevos
actores en el escenario y tienen que repartirse los ingresos publicitarios y
las audiencias, la guerra de desprestigio se desata.
Pero igual que el vídeo (no) mató la
estrella de la radio, como reza la canción, tampoco internet ha acabado ni
con la radio, la televisión, la prensa o los libros. Es cierto que los mercados
y los públicos se han ajustado y reordenado, pero hay sitio para todo el mundo.
Almenos de momento.
La noche de los cangrejos mutantes
Leo atónito en internet la siguiente
noticia: “Cangrejos mutantes autoclonados escapados de programas de
reproducción experimental invaden un cementerio belga”. Al principio he
pensado que se trataba de una broma rara de algún medio tipo El Mundo Today,
pero he comprobado la fuente y parece un diario serio de Bélgica.
Siempre he dicho que la realidad supera
siempre a la ficción, pero es que esta vez lo ha hecho con creces.
Al parecer, cientos de crustáceos
clonados, todos ellos hembras, por lo tanto, todas ellas, han colonizado un
histórico cementerio de Amberes. Por si fuera poco, las cangrejas se dedican a
excavar hasta casi un metro de profundidad y están poniendo en riesgo la
biodiversidad de la zona, amén de la paz del lugar, que debe haber quedado muy
depauperada. No es plan de ir a ver a tus seres queridos y que te muerda un
cangrejo en salva sea la parte.
La especie se llama Procambarus
virginalis (lo de virginalis ya escama) y de uno de ellos pueden
salir multitudes. De hecho, es lo que está pasando. Al parecer, la mutación
aconteció hace 25 años y se escapó de un programa experimental. Podemos ver la
partenogénesis en acción, a nivel de los crustáceos, eso sí.
Los bichitos tienen un tamaño de unos 10
cm y son descritos como “voraces”. En fin, que anda que me iba a acercar
yo por ese cementerio de noche. Y no precisamente por los espíritus de
Halloween.
Y por supuesto, no he podido dejar de
pensar en la novela Jem (1979), de Frederik Pohl, en la que se describe
un planeta habitado, entre otras especies, por los krinpits, unos
cangrejos gigantes inteligentes. No tiene mucho que ver, pero un cangrejo es un
cangrejo.
Otra referencia a cangrejos voraces,
esta vez de naturaleza mecánica, la encontramos en el relato “Los cangrejos
caminaban sobre la isla” (1958), del escritor ruso Anatoly Dneprov, quien
era físico y tenía ascendencia ucrania. Aquí la amenaza proviene del hecho que
los cangrejos mecánicos se reproducen por su cuenta y su población crece
exponencialmente.
Pero vaya, nada parecido a las cangrejas
belgas. Solo queda hacernos una pregunta inevitable: ¿serán comestibles?
Algunas especies de Procambarus lo son.
Hacia la Luna
Buenas noticias para los que creemos en
la exploración del espacio. La NASA acaba de anunciar que en la Luna
existen buenas provisiones de agua en los polos, fácilmente accesibles, lo que
facilitaría enormemente la construcción y mantenimiento de una base permanentemente
tripulada.
Uno de los problemas de la Luna era su
aparente falta de agua. El oxígeno podría extraerse de los minerales lunares
aplicando energía, pero el agua era un problema. Además, el hidrógeno del agua
también puede servir para obtener ciertos isótopos del hidrógeno útiles en
futuras plantas de fusión nuclear.
Al parecer, el descubrimiento ha sido
posible gracias al Observatorio Estratosférico de Astronomía Infrarroja
(SOFIA), un telescopio de infrarrojos montado en un avión Boeing 747
modificado.
Hasta ahora, se conocía de la existencia
de agua en el interior de profundos cráteres lunares, pero el hecho de que el
agua sea más fácilmente accesible de lo que se creía en un principio puede
facilitar las cosas.
Últimamente, la ciencia ficción ha
estado produciendo algunas novelas con la reconquista lunar como fondo. Como
ejemplo, podemos poner la trilogía de Luna de Ian McDonald.
Supongo que veremos un interés creciente
por nuestro satélite conforme el proyecto espacial se vaya consolidando, si es
que no se produce un nuevo parón, cosa en absoluto desdeñable, tal y como están
las cosas en Estados Unidos y en el mundo.
¿Un nuevo renacimiento?
Me he quejado muchas veces que vivimos
tiempos anodinos, por llamarlos de alguna manera. Tras los ochenta y principios
de los noventa, el género fantástico -y muchas otras manifestaciones
literarias, musicales y artísticas- han ido a peor. ¿Qué entiendo por peor?
Pues menos calidad, menos originalidad, menos memorabilidad. Más de lo mismo,
más mediocridad, más nimiedad.
Aún a costa de caer en la falacia de “cualquier
tiempo pasado fue mejor” y de la nostalgia por aquellos dorados veranos de
nuestra infancia y juventud, lo cierto es que encuentro a faltar cosas
interesantes y nuevas en el mundo del fantástico.
Es cierto que aparecen de vez en cuando
algunas perlas, pero no hay una explosión generalizada de creatividad, que
marque una época, que defina estéticas más duraderas que por unos pocos meses
(o incluso semanas) y que pueda ser recordada en el futuro más o menos lejano.
Ahora, estamos viviendo una pandemia.
Hemos estado mucho tiempo recluidos y nuestras actividades se han restringido.
Hemos tenido tiempo hasta para aburrirnos y eso creo que es maravilloso. El
aburrimiento es la base, la semilla de la creatividad.
Está por ver si la inspiración habrá
encontrado a los presentes genios trabajando, pero en todo caso, se abren
perspectivas nuevas de un renacimiento cultural. Un replanteamiento de las
cosas, de las tendencias, de las modas, del futuro que queremos y por supuesto
del arte.
Es cierto que tras los períodos
históricos más oscuros y ominosos, como las grandes epidemias, las grandes
guerras y las grandes hambrunas, aparecen momentos de explosión luminosa en el
intelecto humano.
¿Será nuestra época uno de ellos? ¿O
será solo un breve intervalo entre dos períodos aburridos y mediocres que no
aportarán gran cosa a la historia del arte y de la creación universales?
Lo veremos y lo veremos pronto. Estemos
atentos a lo que surja. Me gustaría llevarme una sorpresa (positiva) para
variar.
Nüwa, capital de Marte
Un equipo de investigadores del Instituto
de Estudios Espaciales de Catalunya ha presentado un proyecto de una ciudad
marciana sostenible, para un millón de habitantes, que ha quedado finalista en
un concurso de la Mars Society.
Nüwa es una ciudad modular excavada en la roca marciana, con
espacios subterráneos habitables protegidos contra la radiación y con aire
respirable. Según el coordinador del equipo, Guillem Anglada, se tardarían unos
50 años en construir esta ciudad.
Nüwa tendría inicialmente cinco núcleos, aunque no será por
falta de espacio. Hay todo el que se necesite. El proyecto es modular, es
decir, la ciudad se va desarrollando conforme va llegando gente.
En Nüwa, cada persona dispondría
de una media de 300 m2 de superficie útil, lo que es mucho según los
estándares de las abarrotadas ciudades terrestres. Habría grandes extensiones
de túneles, habitáculos, parques y cúpulas protegidas contra la radiación.
Recordemos que Marte tiene una atmósfera muy tenue y no dispone de magnetosfera,
por lo que la radiación y los impactos meteóricos son un problema que en la
Tierra no nos quitan el sueño, pero allí sí.
En Marte hay grandes acantilados (como
los de Valle Marineris) que tienen más de 2 km de altura y que permiten
la entrada de luz solar, pero a la vez la posibilidad de estar protegidos en la
roca de la radiación del espacio exterior (la solar es menos problemática, ya
que el Sol está más lejos de lo que lo está en la Tierra).
Los transportes a través de las galerías
y túneles se realizarían con metros o trenes eléctricos.
En lo que a la obtención de materiales
se refiere, Marte es rico en hierro y sus óxidos, de los que con energía se
puede obtener oxígeno. Los plásticos y otras sustancias orgánicas requieren
para su fabricación del CO2 de la atmósfera, que hay bastante y del
hidrógeno del agua, que se encuentra helada en los casquetes polares.
En cuanto a fuentes de energía,
básicamente se dispondría de energía solar, obtenida sobre todo gracias a
grandes placas fotovoltaicas y energía nuclear, para cuando no estuviese
disponible la primera (durante la noche, tormentas de arena, etc.).
Los alimentos se obtendrían de cultivos
en invernaderos e irían desde las clásicas hortalizas hasta las nutritivas
algas.
Ya veis que lo tienen casi todo pensado,
aunque siempre están los imprevistos, claro. La típica ciudad marciana de
ciencia ficción podría ser una realidad mucho antes de lo que nos pensamos.
Solo se necesita dinero y gente dispuesta a ir y tal vez, no volver nunca más a
la Tierra.
¿Ciencia ficción? Claro. Acordaos de las
ciudades marcianas de The Expanse, Babylon 5 o Desafío total,
por poner unos pocos ejemplos. Y por supuesto, las de la Trilogía de Marte,
de Kim Stanley Robinson.
Correlaciones: Superconduciendo
Recientemente, se ha conseguido crear un
material superconductor a temperatura ambiente (15 ºC). La pega es que se trata
de un cristal diminuto sometido a una presión nada baladí de 2,6 millones de
atmósferas.El material se compone de átomos de carbono, hidrógeno y azufre y se
desconoce su composición exacta, así como su estructura interna. ¡Qué mala
suerte!
A pesar de todas las pegas, podría ser
un nuevo paso en la obtención de materiales superconductores viables. Ello
representaría una revolución tecnológica sin precedentes, que afectaría al
almacenamiento y transporte de energía eléctrica, a los transportes como los
maglevs (trenes levitadores magnéticos de alta velocidad), turbinas
aerogeneradoras, máquinas de resonancia magnética, etcétera. Y por supuesto, a
la supercomputación.
El mundo sería un lugar muy diferente
con materiales superconductores viables a temperaturas “razonables”, en las que
no tuviésemos que refrigerar los materiales con helio líquido o incluso con
nitrógeno líquido.
En la ciencia ficción, la
superconductividad aparece de vez en cuando. Por ejemplo, en el relato
“Cruzada” (“Crusade”, 1968), de Arthur C. Clarke, contenido en la
recopilación El viento del Sol, en un mundo situado en el espacio
intergaláctico, a temperaturas del orden de la licuefacción del helio, aparece
una inteligencia superconductora que no aprecia demasiado a las inteligencias
orgánicas más “cálidas”.
En Los ingenieros de Mundoanillo
(The Ringworld Engineers, 1979), de Larry Niven, la decadencia de Mundoanillo
deriva del ataque de unos hongos a los superconductores utilizados en el
sistema. El mismo Niven, junto a Jerry Pournelle hablan de pinturas
superconductoras a temperaturas ambiente en La paja en el ojo de Dios (The
Mote in God’s Eye, 1974).
En el relato “Efectos relativistas” (“Relativistic
Effects”, 1982, Premio Locus, 1983), de Gregory Benford, contenido en la
recopilación En carne alienígena, se utilizan superconductores para
generar inmensos campos magnéticos que sirven como base al funcionamiento de
una enorme nave espacial estatocolectora.
Por último, citar la novela Rescate
en el tiempo. 1999-1357 (Timeline, 1999), de Michael Crichton, en
donde aparece un enorme dispositivo basado en superconductores que es capaz de
escanear una persona, descomponerla y enviarla al pasado con una avanzada
tecnología. Una especie de teletransportador de Star Trek, pero viajando
en el tiempo en vez del espacio.
La desaparición de la narrativa breve
Últimamente, observo con bastante agrado
la cantidad y variedad de novelas de fantasía y de ciencia ficción en español,
procedentes tanto de la Península como de Iberoamérica.
Pero noto a faltar una cosa: los relatos
breves. Con los escritores de los años 80 y 90, especialmente en España, hubo
un boom de relatos en nuestra lengua que después dejaron paso a
proyectos más largos, como novelas cortas, novelas o incluso sagas de novelas.
Por otro lado, en Estados Unidos existen
muchas revistas que pagan por los cuentos, cosa que en este lado del Atlántico
no ha acabado de cuajar nunca demasiado, por lo que escribir relatos breves
requiere un esfuerzo que rara vez resulta recompensado pecuniariamente.
No es que considere que la única manera
de crecer literariamente sea esta. Alguien puede dedicarse siempre a los
relatos, toda su vida, sin tener demasiado interés por las grandes novelas o
viceversa: algunos dan directamente el salto a la novela, obviando pasos
intermedios.
Pero hay algo que sí que es bastante
evidente: cuando no tienes un currículum o no eres conocido en el mundillo (y
quieres serlo, claro) es buena idea que la gente tenga la oportunidad de leerte
en formato breve. Más que nada, porque el tiempo escasea y no todo el mundo
está dispuesto a arriesgarse con una gran novela de un autor completamente
desconocido.
Igual es un error, pero siempre me ha
parecido interesante acceder antes a la narrativa breve de muchos autores. Por
ejemplo, así me pasó con Asimov o con Clarke: antes leí algunos de sus cuentos,
que me gustaron mucho. Otro tanto me sucedió son Silverberg o con Dick.
No siempre me ha pasado así. Con algunos
empecé directamente a leer sus novelas, ya sea porque algo me atrajo mucho (el
título, la temática, lo que fuese) o porque la narrativa breve de dicho autor
era escasa o incluso inexistente.
En España, en aquellos años en que
estábamos bastante cargados de prejuicios y parecía que la narrativa patria era
inferior a la norteamericana, problema que no han tenido nunca otros, como
rusos, franceses o italianos y, desde luego, los ingleses, acceder a la
narrativa breve y ver que era comparable a la norteamericana era buena señal y
te animaba.
Hoy creo que esas cosas están bastante
superadas y ya no es necesario, pero sigo creyendo que la narrativa breve dice
mucho del talento de un autor. Si alguien no está dispuesto a “sacrificar” una
buena historia y una buena idea en un cuento y necesita toda una novela para
desarrollarla, probablemente va a llenar la narración de paja y eso me hace
perder interés. Naturalmente, es una opción personal.
Primer centenario: Asimov vs. Bradbury
Este año celebramos el centenario del
nacimiento de dos ilustres escritores de ciencia ficción, de dos de los
grandes: Isaac Asimov y Ray Bradbury. Ambos nacieron en 1920. El primero en
Rusia, aunque emigró con sus padres de muy pequeño a Estados Unidos,
concretamente a la ciudad de Nueva York, al barrio de Brooklyn.
Ray Bradbury, en cambio, nació en
Waukegan, una pequeña ciudad del estado de Illinois, junto al lago Michigan, en
los Estados Unidos, también, aunque en un entorno bastante diferente al de
Asimov.
Ambos son conocidos como autores de
ciencia ficción. Asimov, lo es especialmente por sus relatos de robots y por
sus novelas de la Fundación, el Imperio Galáctico y también de robots.
Bradbury también es conocido por sus
relatos, especialmente los contenidos en las Crónicas marcianas y por su
tremenda distopía Fahrenheit 451.
Estilísticamente fueron muy diferentes.
Bradbury era más literario y eminentemente metafórico y poético, mientras que
Asimov era muchísimo más sencillo y directo. No era muy amigo de las florituras
literarias. En cambio, desarrollaba unas tramas bastante interesantes, muy
cercanas al thriller.
Ideológicamente hablando, podríamos
decir que Bradbury era más bien tirando a conservador. Sin ser abiertamente
homófobo, por ejemplo, tenía una opinión bastante arcaica sobre la
homosexualidad, que en cambio Asimov aceptaba como natural. En cambio, Bradbury,
muestra en sus Crónicas marcianas un verdadero canto contra la
xenofobia.
Asimov era de origen judío, aunque era
agnóstico y muy escéptico. En lo político se identificaba con el ala
progresista del partido demócrata, hasta que partió peras con ellos por la
oposición de estos a la energía nuclear, que defendía Asimov.
Asimov fue conocido por sus posturas a
favor de la igualdad de la mujer, en contra de la superpoblación y, por tanto,
a favor del control de la natalidad, que él consideraba una de las principales
preocupaciones de la Humanidad.
En lo económico, a Bradbury no le fue
tan bien como a Asimov, quien tal vez disfrutó de pingües beneficios gracias a
la enorme cantidad de libros que escribió y a que dejaba que pusiesen su nombre
a casi cualquier cosa en la que él hubiese intervenido mínimamente, cosa que
algunos le criticaron ácidamente en muchas ocasiones (Charles Platt, dixit: gracias
Nacho por dejarme el artículo).
Ambos cultivaron la poesía, aunque de
géneros muy diferentes. Mientras que Asimov era un fanático de los limericks
(poemas humorísticos de cinco versos), Bradbury era más clásico en lo que a estilo
se refiere.
Ambos también cultivaron otros géneros.
De hecho, Asimov los cultivó prácticamente todos y conocidos son sus libros de
ensayo científico o sus novelas policíacas, mientras que Bradbury también
destacó en el teatro o en los guiones para cine y televisión.
Por motivos muy distintos, ambos serán
recordados como grandes del género y parece que aunque han pasado ya unos años
después de su muerte (8 años en el caso de Bradbury, 28 en el caso de Asimov),
su popularidad sigue bastante intacta y sus obras se siguen reeditando.
Hay otros mundos, pero están en este
Algunas realidades científicas se me
hacen algo extrañas y no estaba pensando precisamente en la mecánica cuántica o
en la energía oscura.
Conocemos mejor la superficie de Marte
que los fondos marinos de la Tierra. En el caso de estos últimos, apenos los
tenemos cartografiados en detalle en un 20% de su extensión, lo cual no deja de
ser paradójico.
Porque, a ver, creo que resulta evidente
que es más barato cartografiar el fondo marino terrestre que la superficie de
Marte, ¿no?
Si tenemos en cuenta que los fondos
marinos albergan riquezas biológicas y minerales importantes, todavía se
entiende menos.
Tal vez, sea porque el océano es visto
más bien como un gran, un enorme sumidero de porquería, al que lanzar todo tipo
de deshechos que, por el hecho de desaparecer de la vista inmediata de nuestras
conciencias, parece que han desaparecido realmente.
Después pasa lo que pasa: microplásticos
(y no tan “micro”) en los peces que comemos, disminución de las capturas,
superficies del tamaño de Francia en el Pacífico cubiertas de plásticos, basura
hasta en las costas de la Antártida, cargamentos de patitos de goma que dan la
vuelta al mundo…
Tenemos un respeto nulo por los océanos.
Y eso que a parte de los recursos que contienen (y no me refiero solo a
recursos económicos, sino a biodiversidad o a producción de oxígeno), nos los
tomamos muy poco en serio.
Añadámosle que los océanos son los
grandes reguladores del clima. Si justificamos enviar una sonda muy cara a las
cercanías del Sol para estudiar los efectos que su comportamiento puede tener
sobre el clima terrestre, creo que aún com más motivo deberíamos invertir en el
estudio de los océanos terrestres.
Al final, acabaremos sabiendo más sobre
el océano subterráneo de la luna joviana Europa que sobre la corriente del
Golfo, que determina el clima de Europa y evitar que vivamos en una edad
glaciar.
Aunque, como se nos cuenta en el relato
“Tromba de agua” (”Waterclap”, 1970) de Isaac Asimov, contenido en la
recopilación El hombre del bicentenario, el fondo submarino y el espacio
exterior son entornos igual de hostiles para el hombre y mucho más parecidos de
lo que pueda parecer a primera vista.