Indiana Jones y… (y II)
Después de reflexionar un poco sobre la película de la que hablaba en el post anterior, me han venido a la cabeza una serie de cuestiones que me gustaría compartir. Hablaba de la transformación del personaje como uno de los rasgos característicos de la nueva película de Indiana Jones. Pero creo que subestimé otra de las evoluciones habidas: las temáticas.
En las anteriores películas, el componente principal era la arqueología, rodeada de un aura mistérica y en algunos casos, esotérica o mágica. No obstante, componían un todo bastante unitario de nuestra cultura mitológica occidental, con alguna incursión más o menos fallida en las mitologías orientales.
Pero todo cambia, incluídas las mitologías. La nueva película se centra en los años 50 (aparentemente) y aquí, nuestros referentes culturales han cambiado bastante. El mayor icono de esos años, la bomba atómica, está plenamente presente en la película y, por supuesto, se insinúa con bastante saña otra de las neuras de la época: el macarthismo y la correspondiente caza de brujas comunistas.
Pero tal vez lo que más me llama la atención es la multitud de elementos pseudocientíficos que inundan la película. Ya no se trata de un objeto mítico-sagrado como pueda ser el Arca de la Alianza o el Santo Grial, ítems mágicos del judaísmo o del cristianismo, sino de una serie de elementos desperdigados que parecen formar un todo.
Me refiero a la telepatía, el control mental, los extraterrestres, las pirámides ocultas, el danikenismo, los OVNI’s, la escritura automática, la iluminación, las calaveras de cristal, Roswell, áreas inexploradas del cerebro (¿el tercer ojo de Rampa?), seres transdimensionales… ¡Sólo faltaba la telecinesis y las profecias de Nostradamus! Se las deben estar guardando para una futura entrega.
Por otro lado, la película contiene un refrito de escenas y referencias a otros clásicos cinematográficos como Cuando ruge la marabunta, Congo, Las minas del rey Salomón, Ella, Horizontes perdidos o Tarzán.
Tampoco el elemento arqueológico acaba de convencer demasiado. Vaya, que lo de El Dorado se ve que fue una idea de olla bastante espectacular sin mucha credibilidad y con pocos visos de fundamentar una mitología. No tiene la fuerza del Grial o del Arca de la Alianza.
En fin, que a pesar de que la película cumple a la perfección su cometido principal, que es entretener y hacer más ricos a los chicos de Lucasfilms, no me ha dejado aquel maravilloso regusto que me dejó, por ejemplo, la tercera película, con una magnífica interpretación de Sean Connery, con diálogos cargados de cinismo y de humor y con una imaginería mucho más cercana a nuestros parámetros occidentales clásicos.
Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal
Para celebrar el post número 400 –número redondo- voy a hablaros de la última película de Indiana Jones que fui a ver ayer por la noche al cine. Para una vez que en Puigcerdà estrenan una película interesante, no podía perdérmela.
Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal es una clásica película de la factoría de George Lucas en el más puro estilo de aventuras más misterio. Así pues, los fanes de la serie no creo que se sientan especialmente decepcionados, pues la aventura es constante desde el primer momento y hay múltiples guiños a otras películas de la saga (la caja rota que contiene el Arca de la Alianza, la foto del padre de Indiana, la estatua de Brody…).
Pero sí que hay cosas curiosas en esta nueva entrega. Para empezar, la evolución del personaje, que deja de ser una mezcla de profesor sabihondo combinado que también es un intrépido aventurero para ofrecer un aspecto un tanto peculiar de espía a favor de su país, múltiplemente condecorado y claramente anticomunista.
Por otro lado, las anteriores películas explotan más la vertiente mágica o fantástica, mientras que ésta se parece en muchos momentos a una película de ciencia ficción, a lo Eric von Däniken, con sus guiños a Roswell y sus alienígenas. La verdad es que a alguno puede decepcionarle esto, aunque yo lo encontré consecuente con el argumento desarrollado a lo largo de toda la película.
Por otro lado, reconozco mi debilidad por la magnífica Cate Blanchett, a quien por fin veo haciendo de mala malísima y sin melena rubia. Ya se sabe, si quieres una actriz con unos ojos misteriosos y que hable lenguas raras, no lo dudes: Cate Blanchett. Claro que el ruso no es una lengua tan rara, bien mirado.
En fin, que parece que pasamos de la magia o de los objetos místico-esotéricos o los aliens danikenianos, pero tampoco es una mala idea. Véase Stargate, película y series que han explotado dicho filón hasta la saciedad.
Por supuesto, la película tiene sus escenas absolutamente increíbles (hormigas voracísimas, caídas inofensivas por cataratas y materiales de un prodigioso comportamiento magnético y mi favorita: la escena de la nevera), pero es lo que uno espera ver en una película de Indiana Jones.
Tempo
En la ciencia ficción, uno de los elementos que a menudo se tratan, son los estados de percepción alterada. Concretamente, la percepción del tiempo. En nuestra retina quedaron grabadas las espectaculares imágenes del tiempo-bala de Matrix, por ejemplo o, mucho antes, en Herejes de Dune, uno de sus protagonistas, Miles Teg, es capaz de moverse a una velocidad superior a la que el ojo humano puede captar. ¿Son todo esto ficciones o existe algún viso de realidad en estas especulaciones?
Recientes experimentos en la percepción demuestran que más bien no. Se sometió a una serie de voluntarios a una experiencia en la que los sujetos eran sometidos a una gran tensión. Concretamente, se lanzaban al vacío suspendidos por los pies desde lo alto de una torre de atracciones. En las manos llevaban un dispositivo en el que se pasaban a gran velocidad una serie de caracteres que, en condiciones normales, los sujetos no podían leer. Se trataba de ver si la experiencia les aguzaba los sentidos.
A pesar de que todos los sujetos tenían la sensación de que la caída transcurría a cámara lenta, es decir, que se les hacía eterna, no eran capaces de discernir los caracteres del dispositivo. Dicho de otra manera, una cosa es la capacidad de percibir y otra muy distinta el tiempo psicológico. Así que, mientras alguien no demuestre lo contrario, lo del tiempo-bala no deja de ser un entretenimiento interesante, pero sin fundamentum in re.
El tiempo psicológico es un fenómeno neurológico de gran complejidad. En él intervienen diferentes áreas del encéfalo, sin que haya una sola que sea la responsable de nuestra percepción temporal. Gracias al estudio de pacientes con anomalías en la percepción del tiempo que tienen algunas áreas del encéfalo dañadas y a la renonancia magnética funcional se han producido grandes avances en el estudio de cómo nuestros cerebros crean la percepción temporal, aunque todavía hay mucho por comprender en este complejo y fascinante campo.
¿Pero hubo alguna vez cien mil emperadores?
En la ciencia ficción es habitual encontrarse con un tipo de personaje que el escritor del género, Norman Spinrad, definía sarcásticamente como el emperador de todas las cosas. Dicho personaje suele comenzar desde la más absoluta miseria o con serios problemas personales para, a base de autosuperación y una increíble carambola cósmica, acabar convertido en el centro de toda la acción, en posiciones notablemente importantes.
Nadie que conozca mínimamente el género podrá negar que se ha hecho uso y abuso de este tipo de personajes. Me vienen a la memoria el viajero transportado temporalmente de Guijarro en el cielo, de Isaac Asimov, Ender Wiggin en El juego de Ender, de Orson Scott Card o Pyanfar Chanur en la Saga de Chanur. Este último caso es especialmente “lacerante”, aunque la saga en sí misma está bastante bien.
La pregunta que me hago es: ¿existen este tipo de personas? ¿Hay “emperadores de todas las cosas”? No sé hoy día, pero en el pasado los ha habido. Tal vez uno de los casos más peculiares sea, precisamente, el de algunos emperadores romanos. No importaba cuán mal estuviese el Imperio ni los problemas que tuviese: las personas aparentemente más sencillas parecían extraer energías de la nada y dedicarse a la ingente –e inútil tarea- de evitar la caída de Roma.
Sin salir de Roma, el caso de los sumos pontífices (los Papas) es otro caso paradigmático. Personas muchas veces no pertenecientes a grandes familias, han alcanzado posiciones de poder dentro de la Iglesia notables, papado incluído y se han dedicado en cuerpo y alma a la labor de calzarse las sandalias de Pedro.
Algunos de los más grandes líderes políticos del siglo XX, como Winston Churchil, Franklin Delano Roosevelt o Konrad Adenauer, por poner unos pocos ejemplos, han sido en cierta manera “emperadores de todas las cosas”.
Por lo tanto, tal vez no debiéramos burlarnos tanto de este tipo de figuras cuando aparecen en la literatura de género o tachar una obra como infantil porque uno de los personajes –el personaje, de hecho- es de esta guisa. A fin de cuentas, nadie con dos dedos de frente consideraría que una novela que describiese la mentalidad de un psicópata es una porquería por tener en su trama un personaje así.
Lo que sí que es más criticable es el recurso ramplón, el deus ex machina que le saca las castañas del fuego al protagonista cuando lo tiene todo en su contra, aunque reconozco que algunos deus ex machina son especialmente divertidos. Mi favorito, esta vez en el cine, la escena en que Sean Connery azuza a una bandada de aves marinas contra un avión alemán que los persigue en Indiana Johnnes y la última cruzada. Simplemente delirante.