El número cuatro
tiene algo especial, casi místico, que hace que en multitud de ocasiones sea
ésta la cifra utilizada para elaborar categorías cerradas que se comportan como
verdades absolutas. Así, tenemos tierra, aire, fuego y agua como los cuatro
elementos naturales de la antigüedad, las cuatro estaciones, los cuatro puntos
cardinales, los cuatro jinetes del Apocalipsis o los cuatro evangelistas. Sin
embargo, muchas veces las personas son inconformistas a este respecto y buscan
algo más. El cuatro les parece limitado y comienza la búsqueda del “quinto
Beatle”, el “quinto estado de la materia” etc.
En la discografía
de Mike Oldfield ocurre algo similar. Casi todo el mundo coincide en señalar a
los cuatro primeros trabajos, es decir, a “Tubular Bells”, “Hergest Ridge”,
“Ommadawn” e “Incantations” como los cuatro grandes momentos de su obra.
Nosotros, puntillosos como somos, solíamos añadir a la lista un quinto disco
que es, precisamente, del que vamos a hablar hoy aquí: “Five Miles Out”.
Tras la gira que
dio lugar al disco en directo “Exposed”, Oldfield fue reduciendo el número de
músicos que le acompañarían en el escenario de forma paulatina. Una decisión,
en apariencia tan simple, iba a tener un peso insospechado en el disco que hoy
comentamos por varias razones mucho menos evidentes de lo que cabía esperar. El
hecho de trabajar con una banda más pequeña propició que de forma casi
inadvertida, Oldfield y sus músicos comenzasen a funcionar efectivamente como
un grupo al uso en el que todos podían aportar sus propias ideas a cada canción
así que, si bien el nucleo creativo seguía siendo Mike, hay muchos aportes por
parte del resto de participantes en el trabajo. Una consecuencia menos
previsible del funcionamiento del grupo a una escala más pequeña tenía que ver
con la logística de los viajes. Al ser una banda más manejable, determinados
trayectos podían hacerse en pequeños aviones y en uno de ellos tuvo lugar la
traumática experiencia que dio lugar al tema central del disco y, por
extensión, a todo el trabajo. Durante un vuelo entre San Sebastián y Barcelona,
la banda, transportada en una avioneta de hélices en lo que era prácticamente
el bautizo aéreo de un joven piloto, se vio en medio de una tormenta
angustiosa. En la hora escasa que duró la travesía, Oldfield y sus compañeros
llegaron a pensar que no saldrían vivos de allí en varias ocasiones. Cuando
aterrizaron en su destino, supieron que todo el tráfico aéreo de la zona de los
Pirineos había sido suspendido en las horas precedentes por el grave riesgo de tormentas.
Oldfield,
aficionado a su vez a la aeronáutica, se obsesionó con escribir una canción que
reflejase todo lo vivido en aquel viaje y de ahí, pronto se pasó a un disco
entero. Un disco que devolvería al músico a los primeros puestos de las listas
tras un cierto bajón sufrido con “Platinum” y “QE2”. La banda que grabaría el
disco estaba integrada por Maggie Reilly (voz), Morris Pert (percusión y
teclados), Tim Cross (teclados), Rick Fenn (guitarras) y Mike Frye (percusión).
Oldfield, por su parte, interpreta guitarras, bajo, teclados y canta a través
de un “vocoder” en momentos puntuales. Como atractivo especial en algunos de
los temas aparecen como invitados el gaitero Paddy Moloney, el batería Carl
Palmer o el también batería Graham Broad.
Interior de la carpeta del vinilo con el esquema de una de las piezas del disco. |
“Taurus II” – El
disco seguía el estilo apuntado en “Platinum” un tiempo antes con una larga “suite”
en una cara y temas cortos en la otra. El largo instrumental es una evolución
de algunas ideas apuntadas en “Taurus” del disco “QE2” pero ampliadas y
complementadas con muchas otras de nuevo cuño. Abre la pieza un poderoso “riff”
de guitarra que se repetirá en varias ocasiones. Tras la introducción y un
breve tarareado a cargo de Maggie Reilly entramos en una segunda parte
tremendamente excitante con los teclados (fundamentalmente el “sampler”
Fairlight) ejecutando una melodía de lo más interesante. Es de destacar el
excepcional trabajo de las percusiones, absolutamente dominantes a lo largo de
toda la suite. La inconfundible guitarra de Oldfield reclama su lugar algo
después entre “samples” de metales y ritmos desaforados que culminan con un
nuevo giro argumental que nos remite a los mejores tiempos de los cuatro
primeros discos del músico. Una serie de intervenciones de guitarra van
preparando el ambiente para la intervención estelar de Paddy Moloney con un
magnífico solo de gaita irlandesa acompañado de una percusión muy sencilla, “samples”
de acordeón y voces. Poco a poco se incorpora el bajo y unas percusiones más
rotundas que anuncian la entrada en otro segmento de la suite. Escuchamos
entonces a Maggie Reilly intepretar una cancioncilla deliciosa titulada “The
Deep Deep Sound”. A su conclusión volvemos a escuchar los clásicos sonidos del “Fairlight”
repitiendo la misma melodía antes de asistir al enésimo cambio. Una especie de
coro electrónico interpreta una serie de melodías en un tono muy bajo sobre una
batería que parece imitar el latido de un corazón. Más “samples” de metales (al
estilo de algunos fragmentos de “Platinum” refuerzan la pieza desembocando todo
en una especie de canción de cuna, como sacada de una cajita de música, que dará
pie a la segunda gran intervención de Moloney y sus “uilleann pipes” que se
alterna con la guitarra de Oldfield y los típicos sonidos de flautas del omnipresente
“Fairlight”. Como aparente cierre de la suite, escuchamos otra breve canción a
ritmo de música disco realmente sorprendente a estas alturas pero que funciona
a la perfección. Sin embargo, parece que Oldfield no quedó satisfecho con ese
final y prolongó algo más la pieza con un contundente instrumental rockero
lleno de energía en el que se iban a repasar algunas de las mejores ideas de
todos los minutos anteriores.
“Family Man” – La
batería marca un ritmo continuo sin contemplaciones al que responde la voz de
Maggie Reilly anticipando la entrada de los teclados y la guitarra. Estamos
ante una monumental canción pop que serviría a Oldfield para triunfar en los
Estados Unidos aunque no en esta versión sino en la del dúo Hall & Oates
unos meses después. El talento de Mike como escritor de canciones iba a quedar
más que claro en este tema que, sin lograr la fama de otros posteriores, queda
como uno de sus mayores logros en este campo. Imprescindible.
“Orabidoo” – Ya habíamos escuchado algún retazo de tema de “cajita de música” en determinados momentos de “Taurus II” pero el delicado comienzo de este corte es aún superior. Con un suave acompañamiento de guitarra y una serie de sonidos electrónicos, Oldfield compone una auténtica joya que justificaría por sí sola todo el tema pero que resulta ser sólo la introducción. Tras ese maravilloso comienzo aparece la voz electrónica de Oldfield y una fantástica batería que ejerce como un instrumento más en la pieza y no como un simple elemento rítmico. Maggie se incorpora a los coros así como la guitarra y el bajo enriqueciendo aún más una canción que es considerada por muchos como una de las mejores composiciones de Oldfield aún hoy. El ensalmo se rompe con una serie de citas de la melodía central de “Taurus II” al órgano, al piano, con diferentes instrumentos “sampleados” sucesivamente para desembocar en un segmento de gran animación y espíritu rockero. El cierre lo pone otra sección de aire folk en la que se diría que la guitarra de Oldfield quisiera emular a la gaita de Moloney antes de pasar a un momento épico de esos que tan bien le quedan a su autor con el que concluye el tema. A modo de coda, escuchamos la breve canción “Ireland’s Eye” a cargo de Maggie y Oldfield quien acompaña con la guitarra acústica.
“Mount Teidi” –
Otro magnífico instrumental nos acerca al final del disco. Destacan
especialmente las percusiones de Carl Palmer, tocando al unísono con cada nota
de la melodía principal durante toda la primera parte. Los teclados van ganando
en intensidad con cada repetición del motivo principal hasta que llegamos a la
melodía central de la pieza, una tonada excepcional que hace las veces de
enlace con la recuperación del tema inicial en un continuo “in crescendo” lleno
de belleza. El tema está dedicado, obviamente, al Teide, volcán que Oldfield
visitó cuando acudió a ver a Palmer que en aquel entonces residía en Tenerife.
“Five Miles Out”
– Parecía difícil mejorar a estas alturas lo que había sonado en el resto del
disco pero, a nuestro juício, Oldfield lo consigue con una canción que, si
bien, no es de las más exitosas de su repertorio, en nuestra opinión es la
mejor o le anda muy cerca. Es muy complicado reunir en apenas cuatro minutos tal
cantidad de giros, variaciones y temas diferentes sin caer en el caos más absoluto.
Sin embargo, Oldfield lo logra con creces y nos permite escuchar breves citas
de “Tubular Bells” o “Taurus II” junto con momentos estremecedores de Maggie
Reilly, unos teclados impresionantes, percusiones que rozan la perfección,
voces electrónicas, ritmos cambiantes. Un catálogo de música en cuatro minutos
que es difícilmente mejorable en el que el músico repasa el turbulento viaje de
avión al que aludíamos en el comienzo. No se puede pedir más como cierre de un
disco que, a nuestro juicio, es un clásico.
Las ventas acompañaron a “Five Miles Out” algo más que a sus inmediatos predecesores pero, además de eso, iluminaron un nuevo camino para Oldfield como músico “pop” cuya máxima expresión llegaría en sus próximos trabajos comenzando por el ya comentado en el blog: “Crises”.
Gracias a la
reciente y exhaustiva reedición que está acometiendo Oldfield de lo más
interesante de su discografía, hoy podemos encontrar varias versiones
diferentes del disco a cual más interesante. Os dejamos algunos enlaces donde
adquirir la más sencilla de ellas.
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Nos despedimos con un extracto de "Taurus II" en directo en el festival de Roskilde.amazon.es
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