Bien dicen las canciones que todo lo que empieza tiene un final, que todo buen principio viene de algún otro fin, que lo que bien empieza bien acaba (bueno, eso lo decía mi abuela, o El Dúo Dinámico, no sé), que el final del verano llegó y tú partirás (sí, esa sí es de El Dúo Dinámico, no hay duda). Y este blog no podía ser una excepción: esta es mi última entrada, después de casi once años. Once años, tela. Nada en mi vida ha durado tanto tiempo, excepto algunas amistades.
Empecé el blog en 2006 con la absurda idea de compartir lo que escribía y las tonterías que me pasaban. Muchos y muchas habéis estado ahí fuera, al pie del cañón, leyendo y comentando cosas que, ahora que miro para atrás, eran verdaderas estupideces que no le importaban a nadie más que a mí. Os he contado mi vida, me he confesado más de una vez, he compartido textos que no verán la luz jamás en ningún otro medio. Y me lo he pasado pipa escribiendo artículos que me arrancaban una carcajada y que habéis llegado a agradecerme. El germen de Armarios y fulares lo compartí aquí. Y eso no lo olvidaré nunca.
Que este blog cierre no significa que yo deje de dar la chapa. A rey muerto rey puesto, que decía alguno (aquí sí que ya no sé de quién hablo); Contando historias deja paso a Escribir en los tiempos de Google, donde espero seguir arrancando alguna que otra sonrisa a los incautos e incautas que paséis por ahí. Tened piedad de mí, que todavía está bajo construcción y hay mucho andamio y mucha teja suelta; os agradeceré que me ayudéis a ponerlo bonito.
Por eso, más que adiós os digo "hasta luego". Estoy ahí mismo, en la calle de al lado, y ahora no tenéis más que teclear mi nombre en el navegador. Venid a visitarme; prometo que esta vez habrá más miga (más literatura, más recursos para profesores, más risas) y menos "yo". A los y las que habéis estado aquí siempre, un millón de gracias. Sois la razón por la que este blog ha durado más de una década y de que siga escribiendo.
Gracias. De corazón.