Mostrando entradas con la etiqueta tarjetas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta tarjetas. Mostrar todas las entradas

Felicitaciones de Navidad

Me gusta mandar felicitaciones de Navidad. Aunque el resto del año me comunique por correo electrónico o mensajes de teléfono, en Navidad me hace ilusión mandar tarjetas manuscritas a amigos y conocidos. ¿Por qué, si no me gustan las Navidades y el espíritu dichoso que se supone nos llena hace tiempo que me abandonó? Creo que mis razones son estrictamente egoístas: no hay cosa que más me guste que encontrarme una carta en el buzón, y todos los años pienso que si yo las mando, quizás la gente se anime a mandarlas también. Y no, las de los bancos y la dichosa factura de la luz no cuentan. A mí me gustan escritas a mano, con sello de pegar y todo.
Cada vez se escriben menos cartas, por no decir que ya no se escriben, y es una pena. Sé que la gente dirá que hemos aprendido a mantener la relación de otra manera, que Internet y los mensajes del móvil son más rápidos y más efectivos, pero no es lo mismo, sabéis que no lo es. Escribir una carta en papel lleva tiempo y esfuerzo y, como todo en esta vida, lo que más esfuerzo lleva se valora más. No hace falta que la carta tenga una docena de hojas para ser especial. Puede ser una postal que nos diga que alguien se ha acordado de nosotras cuando estaban en la otra punta del mundo, o una simple tarjeta de cumpleaños. Pensad en el esfuerzo que ese gesto supone: elige la postal (que te guste a ti y a la persona a quien se la mandas), escribe algo significativo (los mensajes en formato electrónico se borran con facilidad, pero las cartas tienden a guardarse), compra el sello (algo que no es fácil dependiendo de dónde estés), y encuentra un buzón o la oficina de Correos del lugar en el que estés. Luego espera, espera y espera, hasta que la persona a quien le has enviado la postal te mande, seguramente al móvil, un “gracias por la postal, me ha encantado” que convierta su alegría en un poco tuya. Quizás esa persona se acuerde de ti en su próximo viaje y te mande también una postal, pero lo más seguro es que no. Da igual. A una persona le has alegrado el día, que en los tiempos que corren no es poco. ¿No ha merecido la pena el esfuerzo?

Sí, me gusta enviar felicitaciones navideñas, pero quizás no sea por un motivo tan egoísta como yo creía. Quizás me baste con pensar que la otra persona se ha puesto tan contenta como me pongo yo al recibir una, y con eso es suficiente. Y quizás, quién sabe, ojalá, este año sí que reciba en mi pequeño y triste buzón alguna tarjeta que me alegre el día. Al fin y al cabo, estamos en Navidad y en esta época suele haber milagros. O eso dicen.