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Sueño cumplido (del todo): ¡Armarios y fulares ya está en papel!


Dios mío del amor hermoso, qué gran sorpresa me he llevado esta semana. Sorpresa relativa, claro, porque soy yo la encargada de hacerlo todo y ya sabía que estaba en camino, pero el miércoles, al abrir el buzón, me encontré con el ejemplar de prueba de Armarios y fulares que había encargado y casi me dio un pasmo. Lo estaba esperando, sí, pero yo pensaba que me iba a encontrar con el resguardo de la compañía de transportes y que iba a tener que ir a buscarlo, no que iba a estar esperándome en casa. De la emoción casi ni comí, o sea que fue un día de esos de win-win, que dicen los americanos, en los que todo sale bien (un kilito menos esta semana, empezamos la dieta con buen pie).

Y es que una cosa es saber que está publicado y saber que la gente se lo puede descargar y otra cosa es tenerlo en tus manos, poder tocarlo, olerlo, hojearlo (con hache, porque tiene hojas, páginas físicas, numeradas y todo). La edición es simple pero de buena calidad, de tapa blanda pero no cutre (no te quedas con las páginas en las manos, como me ha pasado alguna vez con libros nuevos de editoriales serias comprados en librerías físicas), y, sobe todo, es la representación física de un sueño, algo que pensaba que no iba a ocurrir nunca. El domingo es mi cumpleaños, pero mi regalo ya ha llegado, y la ilusión que me ha hecho supera a cualquiera que haya recibido nunca. 

Aunque, si he de ser sincera, lo que más ilusión me hace de todo el proceso es que alguien lo lea. En digital o papel, me da igual, lo que me encanta es recibir las opiniones de la gente (porque de momento son buenas, claro; cuando lleguen las malas otro gallo cantará). Saber que algo que empezó como una idea abstracta en mi cabeza ha tomado forma y se ha convertido en una historia que compartes y gusta es lo mejor que me ha pasado en la vida. No recuerdo haber estado tan emocionada como cuando recibí la primera reseña de alguien desconocido que dijo que le había gustado. Supongo que eso es señal de que he vivido una vida muy simple, o de que la simple soy yo y me emociono con cualquier cosa. Qué queréis, no me cambio por nadie, porque la felicidad que he sentido desde esa primera reseña bien merece el ser simplona. 

Así que ya lo tenéis. Si sois de las personas que solo leen libros físicos o queréis hacer un regalo, el libro está disponible donde siempre, en Amazon, junto con la copia digital por si la queréis descargar también. Yo, de momento, ya he hecho un pedido tan grande que no sé si va a pasar la aduana. Entre los que quiero regalar y los que me ha pedido gente que no se fía de comprar en internet (os lo creáis o no, todavía existen), me van a durar un suspiro. Todo sea por la ilusión de tener lectores y lectoras. Todo sea por vosotros y vosotras. 

Me voy a soñar despierta. Ah, no, que el sueño ya se ha cumplido; habrá que tener otro.

Cosas que me quitan el sueño


Llevo unas semanas durmiendo fatal. Creo que hoy ha sido la primera noche en mucho tiempo que he conseguido dormir mis ocho horas seguidas sin despertarme ni a mear, y creedme que eso es raro de narices, porque tengo tendencia a despertarme a media noche, mirar el despertador, ver que aún me quedan cuatro horas hasta la hora de levantarme y volver a dormirme toda contenta (cada una es feliz con lo que le da la gana, qué pasa). Pero de un tiempo a esta parte no es ya que me despierte en mitad de la noche, sino que, simplemente, me dan las tres de la mañana y aún no me he dormido (y ahí ya no hace ni pizca de gracia mirar el reloj, qué queréis que os diga), y de tanto dar vueltas una termina más cansada de lo que estaba cuando se acostó. Me rodea mucha gente que es capaz de enfrentar el día durmiendo cuatro horas y sin siesta, y de verdad que los admiro, pero yo no soy persona con menos de siete. Y estos días está siendo imposible.

Primero fue una contractura que me tuvo prácticamente paralizada una semana (aunque al trabajo no falté ni un día, más que nada porque la peor postura era sentada o tumbada y para eso prefiero hacer algo útil). La médica me recetó diazepam, que en teoría debía haberme ayudado a dormir como un lirón, pero el dolor era tal y estar tumbada me era tan incómodo que atrapar el sueño era poco menos que imposible (eso sí, una vez que me dormía no me enteraba de nada). Luego recibí la visita esa que llega todos los meses, la de la señora de rojo que procura no perderse ninguno de tus viajes, que suele venir silenciosa y sin molestar mucho pero que este mes ha llegado con ganas de guerra y me mantuvo despierta un par de noches (sexo débil, los cojones: una regla mala, solo una en la vida, les deseo yo a todos esos machitos que se ríen de las mujeres cuando se quejan de dolores menstruales; nunca sabré cuánto duele una patada en los huevos, pero imaginaos eso durante dos o tres días, así, para haceros a la idea). Y, cuando ya parecía que todo volvía a la normalidad, empezaron las pesadillas. Nada de monstruos que me persiguen por los pasillos, o suelos que desaparecen de repente, o ladrones que entran en casa (bueno, esta sí, y fue tan vívida que me levanté de un brinco por la mañana a ver si me habían robado el ordenador). Mucho peor que eso: pesadillas sobre el trabajo. Pesadillas sobre niños y niñas que no me hacen caso, sobre padres que protestan, sobre tareas no hechas, sobre conversaciones imaginarias con compañeras que terminan en gritos. Cosas que no me han pasado nunca en este colegio, pero que obviamente temo, porque si no a qué viene esto. Si ya digo yo que trabajar es malo para la salud, y si no al tiempo, que ya vendrá la OMS a decirnos que lo evitemos en todo lo posible, y no la carne de cerdo, que vaya ocurrencia la suya.

Por suerte, también hay otra cosa que me quita un poco el sueño, y es la ilusión. Ilusión porque este sábado sale, ¡por fin!, Armarios y fulares, lo que significa que me convierto en escritora publicada. Mentiría si no dijera que estoy nerviosa, pero lo que realmente tengo son cosquillas de anticipación en el estómago (que sí, básicamente es la definición de "nerviosa", pero queda mucho más bonito decir "cosquillas de anticipación"). ¿Gustará? ¿No gustará? ¿Conseguiré que lo lea alguien más aparte de mis allegados? ¿Dejarán alguna reseña de cuatro o cinco estrellas en la página? ¿Tendría que haber cambiado algo, algún diálogo, alguna palabra, algún gesto? Completos desconocidos van a cotillear en algo que me es tan íntimo como un diario, por más que no hable de mí (o no lo a las claras, pero soy de las que cree que todos los libros hablan de quien los escribió). ¿Cómo me juzgarán? ¿Querrán seguir leyendo lo que escribo? ¿Se reirá alguien de mí en vez de conmigo? Todo a la vez y sin orden ni concierto en mi cabeza en ese espacio entre el sueño y la duermevela que cada día se está haciendo más largo.

Pero, qué queréis que os diga, si por esta última razón hay que perder sueño, bienvenidas las siestas. Media horita a la hora de comer y levantarse un poco tarde los fines de semana y listo, solucionado. Bueno, este fin de semana no creo que duerma mucho, porque me veo el sábado a las siete de la mañana delante del ordenador, pero sí, de verdad, pienso recuperar sueño. Cuando termine de escribir el siguiente libro, lo prometo. Quizás. Bueno, no sé.

Que vivan las siestas, sí.


Mi trabajo ideal

Desde que tengo uso de razón, he querido ser dos cosas: profesora y escritora. Lo de profesora fue fácil, sólo necesitas un título: hice magisterio, me saqué el EGA (título de euskera) y me puse a trabajar nada más terminar la carrera. Mi pasión era enseñar a leer a los niños, aunque todavía hoy no tengo muy claro cómo se hace eso y si las profesoras tienen algo que ver en el proceso. Cada vez estoy más convencida de que los niños aprenden a pesar de la profesora, no gracias a ella. Pero primer sueño cumplido.

Lo de ser escritora está siendo un poco más difícil. Me falta la energía requerida para lograrlo. Me falta la pasión, la concentración, el deseo. Me falta disciplina, lo que lo hace muy difícil. Debería ser capaz de sacrificar cualquier cosa por la escritura, y en lugar de eso me apunto a patchwork, o utilizo los estudios como excusa para no escribir. Pero sigo queriendo ser escritora. Sueño con ello. Y, como soñar es gratis y muy placentero, creo que es algo que voy a seguir haciendo por los restos.

Con la edad, sin embargo, los sueños cambian. Me gusta mi trabajo, pero es agotador. Sé que no voy a llegar a vieja lidiando con niños de menos de doce años, por mi bien y por el suyo. No quiero quemarme. Así que sueño despierta -otra vez- y me imagino un escenario en el que no tuviera que tratar con niños todos los días. Como ser traductora, por ejemplo. Manejar distintos idiomas, más aún de lo que ya lo hago ahora (en mi día a día, castellano; con los compañeros de trabajo, euskera; con los niños y en los estudios, inglés; tres horas a la semana, en alemán). O ser dueña de una librería y pasarme el día rodeada de libros. O de cuentacuentos en una biblioteca. Animadora a la lectura, profesora de teatro. Actriz de teatro (chúpate esa). Psicóloga. Escritora.

Escritora.

La pescadilla que se muerde la cola.

Para que luego digan que las niñas pequeñas no saben lo que quieren.

Sueños

Hoy he soñado que comía chocolate.
Cuando me he despertado, tenía un gigantesco grano en la barbilla.
¿Dónde estaría yo si todos mis sueños tuvieran consecuencias?