
Ayer estuve en la peluquería, lo que en sí no es noticia porque no
soy reina de ningún reino ni persona de alta alcurnia o mucho morro cuyos
caprichos importen más allá del mero detalle, y por eso tampoco puse fotos ni en
Twitter, ni en Facebook ni en Instagram, ni cambié mi estatus en el Whatsapp,
porque quien quiera ver mi nuevo corte de pelo que me llame y quedamos, ¿no?,
mejor con una cerveza. Estuve en la peluquería, digo, y para matar los largos
minutos de espera que una tiene que aguantar siempre cuando “va a hacer cosas
con la cabeza”, como decía Rociíto, leí un par de las revistas que tenía a
mano. Mejor dicho, las ojeé (u hojeé, porque la verdad es que no había mucho
donde posar el ojo más allá de fotos de modelos anoréxicas que miraban a la
cámara con cara de mala hostia). No me preguntéis de qué iban los artículos, si
es que se les puede llamar así, porque no me fijé en ninguno.
Y es que no sé qué tienen las peluquerías que nos tratan como
tontas (y tontos, porque ayer había más hombres que mujeres) y solo nos ponen
revistas de moda y, ay madre, tendencias. No sé qué mal les haría poner un Muy
Interesante de hace dos años, como en el dentista, o una de esas revistas de
historia que tanto abundan últimamente. Incluso algo de decoración, o un
catálogo de muebles, o, fíjate qué esfuerzo, algún periódico con las revistas
que vienen en ellos los domingos. Tampoco es decir que quiten todas las
revistas de moda, pero ¿por qué todas tienen que ser iguales? ¿Por qué tengo
que leer sobre cómo complacer a mi hombre, o las últimas tendencias en la
pasarela de Milán, o en qué se pone Sara Carbonero cuando se va a dormir? Y es
que vaya revistas… Por favor, si hasta la Interviú tiene artículos interesantes entre las
fotos de tías en pelotas, y me han dicho que hay también mucha miga en la Playboy (eso decían en
Friends, por lo menos, habrá que creérselo). Que sí, que entrevistan a mujeres
importantes e “importantes” en un amago de feminismo que no se cree ni Rita,
pero es que luego me acompañan el artículo con una foto y un pie de página
detallando lo que lleva puesto y de qué marca es que le quita toda la (poca)
credibilidad. Porque no nos engañemos, todas las mujeres que salen en las
revistas de moda (hasta Melinda Gates y compañía) se reducen a meros maniquíes con la sola intención de mostrar la
última moda o lo que una no debería nunca, nunca ponerse.
Desde aquí hago un llamamiento a todas las peluquerías del mundo (bueno, dejémoslo en las de Vitoria, que quien mucho abarca poco aprieta): pongan ustedes algo más de variedad en su material de lectura, hagan el favor. Piensen que, para muchas, el ratito de la pelu es el único momento que tienen para leer algo sin que el jefe, el marido o los hijos las molesten, y a veces apetece leer un artículo sobre la teoría de las cuerdas, aunque no se entienda nada. Que el tinte tarda mucho en “coger”, y como encima estén peinando a otra mientras me atienden a mí, ya ni te cuento. Y, la verdad, diecisiete revistas sobre las tendencias y los colores más de moda de esta temporada me parecen un poco demasiado. Y creo que, aquí, la única rara no soy yo.
Desde aquí hago un llamamiento a todas las peluquerías del mundo (bueno, dejémoslo en las de Vitoria, que quien mucho abarca poco aprieta): pongan ustedes algo más de variedad en su material de lectura, hagan el favor. Piensen que, para muchas, el ratito de la pelu es el único momento que tienen para leer algo sin que el jefe, el marido o los hijos las molesten, y a veces apetece leer un artículo sobre la teoría de las cuerdas, aunque no se entienda nada. Que el tinte tarda mucho en “coger”, y como encima estén peinando a otra mientras me atienden a mí, ya ni te cuento. Y, la verdad, diecisiete revistas sobre las tendencias y los colores más de moda de esta temporada me parecen un poco demasiado. Y creo que, aquí, la única rara no soy yo.