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De por qué descuidar tu ortografía te cuesta lectores


Lo admito: soy muy picajosa con ciertas cosas. Me tengo por persona tolerante, pero la verdad es que cada vez me doy cuenta de que soy muy maniática, y algunas manías me sulfuran a más no poder. Por ejemplo, no soporto llegar tarde a los sitios y, aunque me voy calmando un poco con el tema (a la fuerza, porque si no me va a dar un mal), tampoco me gusta que me hagan esperar. Rechino los dientes cuando veo a alguien escribir en un libro con boli, no te digo ya subrayar con fluorescente, y me da mucha, mucha rabia, que no me devuelvan los bolis que presto, por mucho que no sean míos y solo tenga que ir a la sala de material a por más. Cierro los ojos como si me hubieran pegado cada vez que alguien dice "contestastes" o "si sería", y no soporto, NO SOPORTO, el olor a tabaco. Pero más que todo esto, por encima de cualquier otra cosa (incluso de fumar en los bares aun sabiendo que está prohibido, fíjate), no tolero algo que cada vez veo más: faltas de ortografía en documentos que han sido supuestamente corregidos.

Creo que no hay cosa que más me joda en el mundo que encontrarme una falta de ortografía en un libro editado por una editorial de las que se considera importantes (o no importantes, me da igual: todos los libros tienen que pasar una corrección, aunque lo publiques tú misma). Ya no me quedan dedos en la mano para contar las veces que me he encontrado con tildes mal puestas, comas entre sujeto y predicado o frases que, debido a la mala puntuación, no se entienden. Yo no sé si es cosa de que cada vez se gasta menos dinero en los correctores, o que yo cada vez sé más de ortografía y puntuación, pero juraría que los libros que se publicaban antes no tenían los errores que tienen hoy en día. Hablamos de cosas básicas, como no distinguir un "como lo oyes" de un "cómo lo oyes", que tienen significados y funciones distintas y exigen una respuesta muy diferente, vayan o no rodeadas de de signos de interrogación. Simplemente no me explico cómo la persona que corrige o la que lo ha escrito no es capaz de oír la diferencia. ¿Tanto dependemos ya del corrector automático que, si no nos lo marca, lo damos por bueno? ¿Hemos perdido ya la capacidad de corregir nuestros propios textos? ¿Tanto daño han hecho esas clases de lengua en las que nos enseñaron que las palabras "que", "como", "quien", "donde" y "cuando" siempre llevan tilde cuando van precedidas de un signo de interrogación? Si al final la culpa de todo va a ser de los maestros, como siempre.

Esa coma... ¡Esa coma!
Si me pasa eso con los libros, no te digo ya con los blogs. Hace ya años seguía a una escritora cuyo blog me gustaba mucho; publicó por su cuenta varios libros y sé que luego dio el salto a publicar con alguna editorial que la descubrió por los mundos de Amazon, pero no llegué a saberlo por su puño y letra. Dejé de leer su blog porque, aunque escribía muy bien, todas las frases que escribía, TODAS, tenían una coma entre el sujeto y el predicado (he llegado a tener su libro en la mano y no lo compré por ese recuerdo, aunque ni me molesté en mirar dentro). El otro día, en Twitter, una editorial escribió una supuesta cita de un famoso filósofo con coma entre sujeto y predicado, y el "dejar de seguir" por mi parte fue automático. Y es que esa es una falta que ya no es que me duela, sino que me molesta. He llegado a no entender frases porque tenían esa coma mal puesta. Si me tengo que parar y releer la frase para ver de qué demonios me estás hablando, no estás usando bien la puntuación. Lo mismo con las tildes que mencionaba antes. Que no es que me moleste, como me pueda molestar una uve en lugar de una be, es que no entiendo lo que leo. Las tildes, igual que las comas y la ortografía en general, no están hechas para suspender a los y las niñas en lengua, sino para entender lo escrito. No es lo mismo decir "¿como esta?" (= ¿igual que esta?) que "¿cómo esta?" (= ¿a qué te refieres con esta?, ¿no prefieres esta otra?) o "¿cómo está" (= ¿qué tal se encuentra?), pero a la gente parece que se la suda. Y a mí no. Yo confío en las tildes igual que creo en los intermitentes, y me estoy dando cuenta que la gente usa ambos como le da la gana (si los usa) y así no hay manera de entendernos. (Sí, algún día me va a pillar un coche, y culparé de ello a las tildes.)

Cuando compro un libro con faltas de ortografía suelo terminarlo, aunque me cueste, porque he pagado un dinero y yo vengo de una casa donde no se tira nada. Pero cuando leo un blog y encuentro una sola falta que impide la comprensión, dejo de leer y de seguir a esa persona automáticamente. Lo que ponemos en la red es un reflejo de nosotras y nosotros, y si nos las damos de gurús de la escritura, o de educación, o de hacer encaje de bolillos, o simplemente de alguien que tiene algo que compartir de forma escrita, tenemos que cuidar el medio. ¿Aceptaríamos a un fotógrafo que siempre sacara su dedo en las fotos, por muy bonito que fuera el contenido? Yo sé que solo miraría el dedo. Las faltas despistan y hacen que nos fijemos en algo que no tiene nada que ver con lo que estás diciendo. Por tu bien y por el mío, cuida lo que escribes. Aunque solo sea por no dejarme ciega, que bastante miope es una ya y me sangran los ojos cada vez que abro el Feedly.

Manías literarias, o por qué en verano me cuesta encontrar lo que busco.



Ay, qué problema más gordo tengo este julio en el que el tiempo vitoriano, siempre tan amable, me regala esos días nublados en los que de playa ni hablar que terminan con un chaparrón justo a la hora en la que saldrías a tomar una cervecita para liberar la cabeza. Días en los que no te queda otra que abrir la ventana tras la lluvia para aprovechar el fresco y tirarte a la bartola  en el sofá con un libro en la mano y un gato en el regazo. Fijaos que he dicho "un libro", y no "un buen libro", porque no sé qué pasa últimamente que no encuentro ninguno que entre en esa categoría.

Aclaro que en verano no leo igual que durante el resto del año. En verano estoy cansada, no tengo la cabeza para grandes obras, y me da por leer literatura facilona, o al menos no tan densa como la que leo en otros momentos. Me encantan los clásicos ingleses, por ejemplo, o las novelas estadounidenses de principios del siglo veinte, pero en verano me decanto por bestsellers y novela negra, que de vez en cuando viene bien comer "chuches". Mi regla siempre es la misma: tienen que ser libros de bolsillo que cuesten menos de diez euros. Creedme cuando os digo que no es nada fácil encontrar libros "decentes" a ese precio, a no ser que sean de segunda mano (y soy un poco escrupulosa y no, gracias).
Que sí, que sí, que algunos libros
son una verdadera m... caca.

O igual no son los libros, igual soy yo. Me he dado cuenta de que leo igual que escribo, algo que no es fácil de explicar. No es que me gusten los libros que se parecen a mi estilo, sino que me gustan aquellos de los que puedo aprender algo. Y, después de tanta clase de escritura, de tanto revisar, de tanto blog de escritura que visito a diario, tengo muy claro qué cosas quiero aprender de la gente y qué no. No me refiero a aprender cosas sólo de los genios de la literatura, que de los bestsellers también se aprende mucho. Por poner un ejemplo, de Stephen King copiaría hasta las comas (no es tontería: me fijo mucho en las comas, soy muy maniática, y King y Steinbeck puntúan como a mí me gusta. Sí, vaya comparación acabo de hacer, clavaditos los dos), pero Karl Ove Knausgård, que se supone que es un genio de la literatura, me ataca los nervios con sus detalladas descripciones, a pesar de que, lo reconozco, el tío escribe que te cagas (pero no es mi estilo). Si pudiera me reencarnaría en Toni Morrison, pero tal y como están las cosas voy bien dada si alguien llega a ponerme a la misma altura que Fred Vargas, a pesar de lo distintas que son nuestras temáticas. (Anda que no aspiro alto ni nada. Se nota que no tengo abuela.)

Estos días estoy leyendo un libro que, en mi humilde opinión, es pésimo con avaricia. Sí, ya sé que tengo un punto de masoquista, que nadie me obliga a leer algo que no me gusta, que por qué sigo con él si es tan malo. Pero aquí entra otra vez Stephen King y su libro On Writing, en el que viene a decirnos que hasta de los libros malos se aprende. Y yo de éste estoy aprendiendo un montón. Por ejemplo:
No lo iba a poner, pero no he
podido resistirme. ¿"Para
leer en el sofá en días de lluvia"?
¡¡Ja, ja, ja, ja, ja!!

  • No soporto a las Mary Janes. Sí, ese personaje femenino que es perfecto, que todo lo hace bien, que no ha roto un plato en su vida. En el libro que me estoy leyendo hay dos, y a las dos quiero darles de bofetadas (por no decir otra cosa) en cada página. Aparte de que son unas ñoñas, y no soporto los personajes femeninos ñoños.
  • Me pone muy malita cuando el autor o autora vierte en el libro todo lo que él o ella ha aprendido en la investigación previa. Estoy leyendo una novela que no me han vendido como histórica ni de viajes; sin embargo, no hago más que leer citas de autores alemanes de principios del siglo veinte y finales del diecinueve, y explicaciones sobre la flora y fauna del ártico. De verdad, me importa un bledo cómo se aparean los eideres. De hecho, ni siquiera sabía que "eider" fuera una palabra en castellano; hasta hace unos años pensaba que era euskera y hace poco me enteré que venía del inglés, pero no sabía que existía en castellano. ¿Veis como de todo se aprende?
  • Esas frases en las que, para explicar un sentimiento, dan más vueltas que un tiovivo. De verdad, con "estaba muy enfadada" me vale, no hace falta que te pases las siguientes diez líneas diciéndome lo mismo de distintas maneras. 
  • ¿Realmente hace falta que me cuentes la vida y milagros de todos los personajes? ¿Necesito saber que tuvo una infancia difícil si ahora es la persona más feliz del mundo y sus problemas no parecen afectarle lo más mínimo? Esto igual es cosa mía, que me gusta dejar a la gente con las ganas de conocer más al personaje (he leído Juego de Tronos, como comprenderéis me gusta la intriga. ¿Y Snape? ¿Qué me decís de no contarlo todo?); pero lo cierto es que me he saltado párrafos enteros de "backstory" que no me interesaban lo más mínimo. No creo que a la autora le hiciera mucha gracia saberlo.
  • Los diálogos forzados. ¡Ay! La historia pide una pelea entre madre e hija y, nada más verse en el aeropuerto, se pelean sin venir a cuento. ¿En serio? ¿Tanta prisa tienes? O esos diálogos espectaculares del tipo "como bien tú sabes, llevo cinco años divorciada", que dan pie a contar su vida A ALGUIEN QUE YA SE LA SABE. De verdad. Insufrible. 
Puede que sea maniática (qué porras, sí, lo soy), pero cada vez me cuesta más encontrar libros de autores contemporáneos que no me defrauden. Al final siempre termino yendo a los mismos: cada vez que Zadie Smith o Jeffrey Eugenides sacan libro, salto de alegría, por no hablar de mi querido (ji, ji) Robert Galbraith o la gran Elizabeth George. No son obras inmensas, no son Literatura con mayúsculas, pero son pasatiempos bien escritos, de gente que sabe cómo manejar una historia y que no comenten errores de principiante. Y si no, siempre me queda Stephen King, que al ritmo que escribe da para estar entretenida muchos, muchos veranos. Solo con lo que ya tiene, me da para otros veinte. 

De expresiones que me encuentro por ahí o cómo sacarme de quicio

Para los seguidores y seguidoras asiduas de este blog no es novedad decirles que me gusta leer. Leo bastante, aunque no me atrevería a decir que leo mucho porque siempre hay alguien que lee más que yo (como dijo Jess en "Las chicas Gilmore", ¿qué es leer mucho?), pero sí lo suficiente para considerarme lectora habitual. Leo en los tres idiomas en los que el lenguaje y la gramática no me suponen un escollo a la hora de entender lo que leo (o sea, inglés, euskera y castellano), y a veces, dependiendo de la época del año en la que me encuentre y lo mucho que me apetezca o no hacer ejercicio, escucho audio libros o podcasts (en inglés en su mayor parte) mientras paseo por la ciudad. Me paso el día rodeada de lenguaje, de palabras, de expresiones. Y, como todo en esta vida, tengo mis favoritas y mis más odiadas. Aquí va una lista de cosas que hacen que me ardan los ojos (si estoy leyendo) o me piten los oídos (si lo estoy escuchando).


  • Pensé para mí mismo: Esta es una que no se da tanto en castellano como en inglés, idioma en el que parece haberse convertido en muletilla. "I thought to myself" es repetido varias veces en todos los podcasts que escucho, y más de una vez lo he encontrado escrito. En castellano no aparece tanto, y en euskera aún menos, demos gracias. Cada vez que lo escucho, el demonio gramatical que habita en el hemisferio izquierdo de mi cerebro sufre una apoplejía. ¡Por supuesto que pensaste para ti mismo, si no estarías hablando! Pensar es una actividad íntima, silenciosa, que pasa en tu cabeza. "Para uno mismo" es algo intrínseco en el verbo "pensar". Es como decir "la blanca nieve" (¡ay!, ¡otra!). ¿De qué color va a ser? Sí es interesante decir que "pensó en voz alta", o "hablaba como pensando en voz alta", porque ahí sí que me estás diciendo algo que no está unido al verbo, que se sale de la norma y hace falta describir (como decir "nieve negra" porque hay tanta contaminación que los copos son oscuros, o porque en lugar de nieve es ceniza). Los verbos encierran más significado dentro de ellos que el simple acto, deberíamos prestar un poco de atención. 
  • Bajar abajo y subir arriba: No voy a ser tan pedante como para no admitir que lo he dicho más de una vez, porque todo el mundo que habla castellano lo utiliza (ojo: castellano, no español; tuve una vez un alumno chileno que se meaba de risa cada vez que alguien lo usaba). Pero una cosa es decirlo y otra muy distinta escribirlo. Escribir supone recapacitar sobre lo que se está haciendo, tomarse su tiempo, ser exacto/a con las palabras. "Subió a por un jarrón" es información suficiente, no hace falta decir "subió arriba a por un jarrón". De nuevo, característica intrínseca que se nos escapa cuando hablamos (y es normal), pero no debe hacerlo cuando escribimos.
  • Ambos dos: ¡Ay! ¡Cuánto dolor! No voy a tentar a los dioses de la migraña diciendo que esta expresión me las provoca, pero casi. La he visto escrita en periódicos que van de serios y en algún libro muy mal corregido, y se la he oído decir en televisión a más de un periodista. Pero la que me dejó tirada en la silla, la que me mató un poco, fue "ambos tres". De nuevo, de boca de un periodista. A punto estuve de llamar a la cadena, o escribir un email, o hacerle el harakiri a un muñeco vudú con la cara del periodista. Creo que lloré un poco. Ambos es sinónimo de "los dos", así, con artículo y todo. Si no puedes poner "los dos" (o "las dos") en lugar de "ambos" (o "ambas"), lo estás usando mal. 
  • Me comí sendas galletas: No voy a poner "sendos" a la misma altura que las anteriores porque es una expresión que se usa menos y la gente no tiene muy claro por dónde le da el aire, pero no lo perdono ni en un libro ni en un periódico, y mucho menos a un/a periodista (y sería razón suficiente para dejar de seguir un blog). Sendos significa "uno cada uno". Puedes decir "mi amiga y yo nos comimos sendas galletas" y estás diciendo que os comisteis una galleta cada una, pero no puedes decir "yo me comí sendas galletas". No es sinónimo de dos. Tú sola no puedes usar "sendos". Y por supuesto, no puedes decir "un sendo gol", como alguna vez he oído. Sendos siempre va en plural. Haz la prueba, hasta el corrector te lo corrige. 
  • Poner comas entre el sujeto y el predicado: Esto puede conmigo. Vaya por delante que soy muy picajosa con las comas, porque para mí son una herramienta que ayuda enormemente a la comprensión, y por tanto también la impide. Acabo de terminarme un libro (una traducción) que usaba las comas sin ton ni son, hasta tal punto que más de una vez he tenido que volver atrás para entender lo que decía la frase. Las comas son algo muy personal y en parte dependen de la expresión de cada uno, pero hay algunas normas que son como lo de poner m antes de p o b, y no usar coma entre el sujeto y el predicado es la más importante de ellas. He dejado de visitar más de un blog por esta causa, y más de una vez he encontrado artículos en los que esta coma estaba mal puesta (y uno de ellos fue en El País, lo que me parece muy curioso, porque su libro de estilo deja bien claro que es un gran fallo). Cuando hablamos hacemos una pausa entre uno y otro, pero cuando escribimos no hace falta poner la coma, es una pausa que nos sale sola y no llega a ser tan grande como una coma. Por favor, aunque solo os llevéis este pequeño detalle de este post: no pongáis coma entre sujeto y predicado. Por favor. Por favor. 
Solo son cinco, pero tendríais que ver la de veces que me las encuentro. Puedo aceptarlo de un estudiante, de alguien que no se dedica a la escritura, de una conversación de bar, pero no puedo aceptarlo de un texto escrito. Y sí, los blogs son textos escritos, por ti y por mí, y tenemos la responsabilidad de escribir lo mejor que podamos y no promover fallos que empobrezcan la lengua. ¿Es una tontería? Puede. Pero una es maestra, filóloga y un poco cabezona, y ciertos fallos no se los perdono ni a mi madre. Mucho menos se lo voy a permitir a un blog, no digamos ya a un artículo a cambio del cual se ha pagado dinero. Serán cosas mías. O no, quién sabe.