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Entrega de diplomas

Como los asiduos a este blog ya sabéis, a mí me va la marcha y los últimos años los he pasado estudiando una licenciatura, por más que ya tuviera una oposición y un trabajo fijo para el que no necesitaba mayor titulación. Pero una es un poco masoca, y por eso de que había vuelto con buen nivel de inglés de Estados Unidos se me ocurrió que sería buena idea meterme en filología inglesa, en el plan antiguo, de cuando eran cinco añitos. El trabajo no me permitía ir a clase en la universidad presencial, así que me matriculé por la UNED. En junio, tras siete años de estudios, conseguí titularme y quitarme por fin la espinita esa de tener una carrera que fuera algo más difícil que el chiste que resultó magisterio.

Ayer, en el centro asociado de Vitoria, nos hacían entrega de la insignia de la universidad y un papelajo que no vale más que para ocupar sitio, símbolo del fin de nuestros días como estudiantes. Yo engañé a mi familia para que me acompañara, porque el título es simbólico pero el momento de dar por finalizada la carrera vale mucho, y allí que me fui después de haber confirmado mi asistencia por email. A poco de empezar el acto me llevé la sorpresa de la tarde, porque unas amigas mías decidieron venir a darme apoyo moral y me las encontré allí sin yo esperarlo (me las hubiera comido a besos). Todo el que se haya licenciado –y aquí sois muchos– sabéis qué tipo de acto es uno como el de ayer; no voy a entrar en detalle porque quien más quien menos se ha visto en un brete parecido, solo diré que había tantas "personalidades" en la mesa que me aburrí de oír a cada participante empezar su perorata con "Ilustrísimo señor don Fulanito de Tal", "Excelentísimo vicerrector", etc. Una profesora que me resultaba conocida (y eso en la UNED es raro) dio una charla sobre el acento al aprender una lengua extranjera durante la cual mi madre estuvo a punto de echar una cabezada pero que a mí me encantó, y después llegó la hora de los diplomas. Y ahí se jodió la marrana.

Cosquilleo en la tripa, nervios, qué os voy a decir. Cuándo dirán mi nombre, tropezaré, le daré la mano al que no es, se me caerá algo en el camino. Todo para nada. El secretario empezó a llamar a la gente diciendo primero su carrera. Las dijo todas –todas, todas las que existen– menos la mía. De repente soltó un "y por último, Fulanita de Tal" que me dejó clavada a la silla. ¿Y yo?, dije para mí, pero nadie me oyó porque una de mis amigas dijo, en voz bien alta para que la oyera el tribunal, "Falta una". No faltaba una, faltaban cuatro. Cuatro personas que, aunque más tarde recogimos nuestra imitación de diploma serio y nuestra insignia de la UNED, nos quedamos sin ese momento de dar la mano a las autoridades y sentir que todo el mundo te aplaude por algo que te ha costado un gran esfuerzo alcanzar. Pero la directora parecía realmente avergonzada, nos pidió disculpas un millón de veces y, qué demonios, la culpa había sido del secretario que no se dignó a pedirnos perdón y que no había sido capaz de apuntar los nombres de los correos electrónicos en el papelito de marras.

Salí de allí más muerta de vergüenza que si me hubieran dado el diploma cuando me lo tenían que dar, pero con una sonrisa de oreja a oreja en la cara. Llevo meses siendo licenciada, pero ayer lo compartí con la gente más cercana a mí, y eso vale aún más. Acudió gente que no esperaba que acudiera, y no vinieron más porque tenían que trabajar. Me hizo ilusión. Hoy es día para digerir que sí, que soy licenciada (ni que fuera doctora o catedrática, oye, qué ilusión me hace), pero también para pensar que la cosa no para aquí. El día que yo dejé de estudiar es que me ha dado un ictus. De momento le daré a los idiomas, pero creo que no es la última ceremonia de licenciatura a la que asisto. A ver si la próxima me dan el título cuando me lo tienen que dar.