Tengo la edad mental de una adolescente de los noventa. Nótese que especifico la década, porque más quisiera yo que ser como una adolescente de las de ahora. Otro gallo cantaría.
Recuerdo que con trece o catorce años le escribí una carta a Kirk Cameron y la mandé a la dirección que venía en un artículo de la Super Pop (teniendo en cuenta la fiabilidad de la revista, me imagino a una señora en algún pueblo perdido de la América profunda con cientos de cartas dirigidas a un tal Kirk del que no había oído hablar en su vida). Le escribí la carta, digo, ante el choteo de mis amigas del instituto, que por supuesto eran muy guays y muy maduras ellas y no veían chorradas del pelo de "Los problemas crecen", aunque nunca me quedó claro qué veían ellas y por qué se sabían las historias de todos los capítulos. "Espera sentada", me dijeron, muertas de risa porque yo estaba convencida de que me iba a contestar. Y esperé. Vaya si esperé. Esperé convencida de que el bueno de Kirk vería mi carta entre las miles que recibía a diario y contestaría precisamente esa, porque la revista decía que contestaba a todas las cartas. A todas.
Empiezo a sospechar que la revista mentía. Un poquito.
Esperé meses. Era llegar a casa y mirar el buzón con entusiasmo primero y decepción después. Kirk nunca contestó. Yo lo achaqué a que no había entendido mi inglés, o quizás no había descifrado mi letra, nunca a que no hubiera tenido tiempo a leerla. De vez en cuando se me olvidaba lo de la carta, pero ya estaban mis queridas "amigas" para recordarme, con esa carita de hijas de puta que tenían ellas, que Kirk todavía no me había contestado, que a ver si seguía loquita por él. Y yo, muy digna, les decía que había sido una tontería, que ya se me había pasado, que todo el mundo comete tonterías. Pero por dentro me carcomía la rabia de que Kirk me hubiera dejado en tal mal lugar.
Hace mucho que dejó de gustarme Kirk Cameron (desde que me enteré que era un friki religioso, más o menos), pero lo mío con los actores no terminó ahí. De vez en cuando me da por uno, y le sigo, y me veo todas sus películas -ejem, sí, ya sé que esto no os pilla de sorpresa-, y ahora con la bendición de internet me es facilísimo buscar información sobre su vida privada y sentirme un poco más cercana a él. El peor descubrimiento, sin embargo, ha sido Twitter: eso de poder tener acceso "directo" a sus palabras, sentir que puedes "hablar" con ellos o hacerles llegar de forma directa lo que piensas, es un poco peligroso para una mente tan delicadamente inocente y en proceso de maduración como la mía. Es la versión moderna de la sección de contactos de la Super Pop, por decirlo así, solo que un poquito más fiable. Pero la dificultad de que te contesten sigue siendo la misma.
El otro día me dio por mandarle tweets al actor que me gusta ahora (cuando digo ahora, digo este mes, porque yo cambio de crush con facilidad pasmosa). Le mandé tantos que pensé seriamente que me iba a bloquear; o eso, o terminaría contestándome, aunque solo fuera por pesada. Estaba conectado, porque él también estaba escribiendo... y retwiteando otros tweets que le mandaba la gente. Pero a mí no me contestó. No me dijo nada. Nada. Y os juro que a puntito estuve de dejar de seguirle, que a mí feos no me hace nadie, vamoshombrepordios quién se ha creído él que soy yo.
Pero no lo hice. Porque estoy madurando (tendríais que ver la carcajada que he soltado al escribir esto). Porque no pierdo la esperanza de que un día encuentre las palabras justas, le haga gracia y termine por contestarme. Y ese día, amigas y amigos, ese día, ¡ay!, se van a enterar hasta en la luna de que cierto personaje de serie de encefalograma plano y con sonrisa pícara me ha dirigido la palabra a mí, ¡a mí!, de entre todas las mujeres del mundo twitero. Porque sí, ya sé que es actor y que interpreta un personaje y bla, bla, bla, pero me da a mí en la nariz que este hombre tiene más de su personaje de lo que a él le gustaría, y su personaje es tan rematadamente mono, majo, simpático, sexy, agradable y, en resumen, apetitoso, que debería ser casi ilegal no babear por él.
Qué le vamos a hacer. Ya os he dicho que tengo quince años. Al menos éste solo me lleva cuatro años, no los treinta y tantos de otro que yo me sé.
P.D: Demos gracias al cielo porque Alan Rickman no usa Twitter. Si no, dejaba hasta de trabajar.