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Nunca niegues un saludo.



A. y yo estudiamos juntas desde el preescolar hasta terminar octavo de EGB (sí, soy así de mayor, yo fui a EGB). Siempre nos llevamos bien, con las pequeñas rencillas, quizás, de alguien que pasa tantos años en la misma clase, pero sin nada que destacara. Por eso, cuando a principios de curso empecé a cruzarme con ella y no me saludó, me extrañó. Vale que iba en bici y yo andando, vale que las dos íbamos con prisa, pero esa manera de apartar la vista de mi cara y hacer como que no me había visto se me hacía extraña. “¿Qué le pasa a esta ahora?”, me preguntaba todos los días. Yo siempre mantenía la mirada, pero no había manera. Cada vez que nos cruzábamos apartaba la cara, y a mí me daba vergüenza saludar a su nuca. 
Hace poco, un compañero de EGB formó un grupo de watsapp para poder juntarnos todos en una cena y celebrar que este año se cumple el 25 aniversario desde que salimos de la ikastola (sí, soy así de mayor, se cumplen 25 años desde que terminé la EGB). A. está en el grupo y participa como todos los demás, sin aparentes problemas; aquel primer día todos nos saludamos, comentamos algunas tonterías e hicimos algún chiste malo, sin más. Yo pensé que todo estaba arreglado (sin tener muy claro que algo se hubiera roto) y al día siguiente, feliz, miré a A. cuando me la crucé en bicicleta, lista para saludar. Pero, horror, ella me miró con cara de espanto, giró la cabeza y mi “agur” salió casi muerto de mi garganta, confuso por sentirse tan solo. 
Pero no desesperé. Me parecía ridículo ser amigas por teléfono y no ser capaces de saludarnos por la calle. Al día siguiente, según la vi venir de lejos, le mantuve la mirada y, aunque ella la apartó, solté un saludo que hizo que la mujer que iba delante de mí se girara a ver a quién saludaba. A., entonces, me miró, pero su bicicleta ya había pasado y le fui imposible devolver el saludo. A la mañana siguiente, sin embargo, fue ella quien me saludó primero. A partir de entonces nos saludamos todos los días. 
Tranquila con mi triunfo, me di por satisfecha y seguí participando en el grupo de watsapp como una más. Empezamos a hablar de que hacía mucho que no nos veíamos. A. dijo que ella hacía mucho que no veía a cierta gente. “Ruth, a ti no te veo desde hace años”. 
—¿Cómo que no, si nos cruzamos todas las mañanas?
—¿Qué? No, qué va. ¿Seguro que soy yo?
—Pues claro. Igual no me conoces, ahora llevo el pelo tan corto como tú. 
—¿Corto? ¡Si lo llevo por debajo de los hombros! 
—¿Cómo que…? Y entonces, ¿a quién saludo yo todas las mañanas?
—Pues no sé, pero debe estar pensando “qué chica más maja, ésta que me saluda siempre”. 

Creo que he hecho una amiga nueva…