El mejor regalo de cumpleaños

Ayer me llegó el mejor regalo de cumpleaños (me caen 31 el lunes, cumpleaños capicúa) que me podían haber hecho, y del lugar menos esperado. Recibí un email de la agregaduría de educación de Los Ángeles, los que eran responsables de mi bienestar cuando yo estaba en los EEUU. El título era: ¿Quieres publicar? No sé por qué me lo han mandado a mí, pero era un emial personalizado ofreciéndome escribir un breve artículo-ensayo-llamémosle equis para un libro que van a hacer conmemorando el 20 aniversario del acuerdo de colaboración entre España y EEUU. Me decía que tenía que tenerlo antes del lunes. Como os podréis imaginar, nada más llegar a casa me puse a escribir. Ya lo he mandado, porque si no le voy a dar tantas vuelta que va a terminar no gustándome nada de lo que escribo.

Así que, en principio, ya lo he conseguido: me van a publicar en un libro de tapas duras. No en una revista, como me pasó con quince años, no en el "magazine" de la escuela de primaria. En un libro de tapas duras. Que va a tener presentación oficial y todo, seguro.

Aquí os va lo que le he mandado (no dice nada sobre que tenga que ser inédito, así que supongo que lo puedo poner en el blog). A ver si os gusta y os parece digno de una publicación.



King City Connection

Nunca me he considerado una persona valiente y para mí, en el año noventa y nueve, todo aquel que se embarcara en la aventura de ir a vivir a un país extranjero lo era, y mucho. Nunca había salido del país. Mi inglés, de un nivel medio, era puramente teórico, y los únicos momentos en los que lo utilizaba era para corregir los ejercicios de mis alumnos en un pueblo perdido de Álava, o en la misma Vitoria si tenía suerte y había plazas de sustitutos abiertas.
Un día, por pura casualidad, encontré en la escuela donde trabajaba un periódico del que nunca he vuelto a ver un ejemplar –ni siquiera recuerdo el título, pero era una publicación para escuelas-. Allí se mencionaba el programa de profesores visitantes; yo tenía una amiga muy interesada en irse al extranjero, así que recorté la noticia y se la pasé. Pero ella no tenía el CAP, requisito indispensable, y, sin saber muy bien cómo, me encontré rellenando yo la solicitud. Primero hice los papeles para Louisiana, pero no me cogieron (visto lo visto, menos mal) y al año siguiente, con los tres años de experiencia justitos que requería el estado, me presenté para California. Para mi sorpresa, pasé las pruebas y me encontré haciendo la entrevista para el distrito de King City. Me cogieron. Y ahí empecé a darme cuenta del “embolao” en el que me había metido.
Nunca había montado en un avión, la primera vez que lo hice fue para volar a San Francisco. El primer recuerdo de California que tengo es ir montada en un taxi, atontada por el viaje y el cambio de hora pero incapaz de cerrar la boca de asombro ante una ciudad que me impactó (todavía hoy, siete años más tarde, me impresiona). Lo primero por lo que pasé fue el curso de adaptación, al que probablemente le deba el hecho de no haberme vuelto el primer año. La frase que se me quedó grabada de los tres días de cursillo (del resto ya no me acuerdo, he pasado tanto tiempo allí que lo he normalizado todo, aunque en el momento estaba aterrada ante tanta novedad): nunca les digáis a vuestros compañeros americanos lo que ganáis. Ellos creen que ganáis menos. Qué razón tenían.
Vinieron a buscarme dos profesores de King City: la que sería mi mentora (King City tenía un excelente programa para nuevos profesores, antes de los recortes presupuestarios), que gracias al cielo hablaba español muy bien, y otro profesor al que me costó varios años entender, con un acento tan cerrado que no tenía muy claro si estaba hablando inglés o algún otro idioma (pero cuando conseguí entenderle, supe que había dominado el inglés). Mi primera sorpresa al llegar al pueblo fue encontrarme con el rechazo de algunos profesores, que no entendían por qué habían tenido que traer a gente de tan lejos habiendo profesores bilingües en la zona. La segunda, que aquel año sería el último en el que se iban a dar las clases en español. Muchos esperaban que yo me fuera entonces, pero para su sorpresa me quedé. Tengo que decir que alguno se alegró, pero la mayoría no me entendió.
Así que, de los siete años que pasé en King City, sólo el primero pude dar lectura en español. Después me metieron con los recién llegados en un programa de inmersión al inglés –a mí, a quien la mitad de los profesores no entendían cuando hablaba- y ahí me quedé hasta que me fui. Me cambié de escuela, de Santa Lucía con su calendario tradicional y sus ocho clases de primero a Del Rey, con diferentes vías y sólo un compañero con quien ponerte de acuerdo, donde me enamoré del calendario “year round”, que consiste en trabajar tres meses y descansar uno. Iba a Vitoria tres veces al año, viajaba por el país todos los fines de semana, vivía en una casa con piscina y podía ir andando a trabajar. Me hice adicta a los Starbucks. Soné con comprarme una casa en la bella San Francisco, los suficientemente cercana para poder pasar casi todos nuestros fines de semana allí, pero nunca me atreví a pedir el cambio de distrito y dejar a mis adorados alumnos. Los niños (todos de origen hispano, los míos al menos) eran respetuosos con los profesores; trabajaban para mí más de lo que cualquier alumno en Vitoria lo había hecho nunca; tenían unos padres que, lejos de enfrentarse al profesor, te daban permiso por escrito para que les pegaras si no prestaban atención, y te traían regalos el día de San Valentín y Navidad. Sé que mi experiencia no tiene nada que ver con la de los profesores de secundaria, que todo el mundo se queja de la disciplina y los problemas que tienen en clase, pero yo no cambiaría a mis alumnos de King City por nada del mundo. Ahora, dando inglés a la clase media vitoriana, les echo más de menos que nunca.
Me fui por mil motivos, el más importante que sentía que, después de siete años, necesitaba una etapa nueva en mi vida, nunca porque dejara de gustarme mi profesión o lo que estaba haciendo en la escuela. Me llevé de allí grandes amigos (la mayoría españoles, aunque algún americano también cayó), la experiencia de haber sobrevivido en una tierra que no era la mía y un montón de lecciones que me dieron mis alumnos sobre humildad y aprender a aprovechar lo que tenemos hoy, que puede que no esté ahí mañana. Crecí mucho más de siete años y, sobre todo, le quité el miedo a probar cosas nuevas. Llevo en Vitoria desde junio y sé que, en cuanto se me ofrezca una oportunidad, me iré a cualquier otro país de habla inglesa, en principio para un año, como me pasó con la aventura americana, pero luego ya se verá.
Se supone que debo dar algún consejo a los nuevos profesores o todos aquellos que se estén planteando viajar a California. El único que se me ocurre es no convertirse en americanos. No os concentréis en el trabajo tanto que os haga olvidar que estáis viviendo una experiencia irrepetible, que hay un millón de cosas a vuestro alrededor por descubrir. Algunos compañeros americanos iban a trabajar los fines de semana, y yo les imité dos veces. Me agarré tal depresión esos dos días que me juré no volver a hacerlo nunca más. Aprovechad para viajar y recordad que, por mucho que pretendáis quedaros, nunca sabéis cuál será vuestro último año. A mí me pilló mi marcha con muchas cosas pendientes por hacer. No dejéis que eso os pase a vosotros.
Si volviera atrás en el tiempo y me encontrara de nuevo aquel periódico, ni siquiera me molestaría en ofrecérselo a una amiga. Evitaría directamente Louisiana para apuntarme a California y ganar un año. Y, quién sabe, quizás me quedara aún más tiempo.

7 comentarios:

Miguel Sanfeliu dijo...

En primer lugar, feliz cumpleaños.
Me ha gustado mucho tu texto. Se lee con fluidez y lo he disfrutado. Lo cierto es que cuando escucho cosas así, desearía haber sido profesor. Tengo un amigo que pasó un año en Chicago y otro en Nueva York. Me parecen experiencias muy enriquecedoras.
Un saludo.

Pablo.- dijo...

Enhorabuena por la publicación,... y por el texto. Y feliz cumpleaños.

Se me acumulan las felicitaciones después de tanto tiempo. Eso es bueno.

Ahora bien, viajar y enriquecerse no es tan sencillo, no depende de la experiencia sino de la vivencia, lo que uno elabora dentro de sí con la experiencia. Lo mismo puede decirse, miguel, de la diferencia entre ser profesor, y enseñar. Por cómo habla de sus alumnos, creo que Ruth lo sabe.

CAROLINA MENESES COLUMBIÉ dijo...

Ruth, mis felicitaciones sinceras por:

Tu cumpleaños, no te pregunto cuántos porque se dice el milagro pero no el santo.

Por la publicación, imagino lo contenta que estarás.

Y por esa buenísima historia, amena y ágil, que me ha permitido conocerte un poco más.

Abrazos.

Anónimo dijo...

Pues muchas felicidades!

Max Estrella dijo...

Lo primero es antes,así que felicidades,bienvenida a tu tercera década...no cambia mucho...te lo digo yo que hace unos meses que me cayeron
Después decirte que me ha encantado el relato y la manera sencilla en que tienes de contarlo.
EEUU es una de mis asignaturas pendientes...la verdad es que con tu relato me has puesto los dientes largos
besos

Jesús Remis dijo...

Hola Ruth. Con respecto al comentario que me dejaste en el blog, espero que fuese cierto, porque te tomo por la palabra en cuanto a la suscripción (o subscripción, es igual). Me ha gustado tu relato de la experiencia estudiantil, es curioso lo mucho que puede uno aprender enseñando. En cuanto a publicar, pásate por www.revestidos.es y si te gusta te invito a que participes con tus textos cuando lo desees.
Un saludo y encantado de conocerte

Anónimo dijo...

Hola Ruth,
Nos conocimos en king city en 2005, en una fiesta en vuestra casa. Me llamo Luis Paños y soy del grupo de Salinas, fui con Jordi, Ana, Gerard, Ma. Jesús, Ma José, Sandra y Gabi
Espero que estés bien y que me cuentes, como este post de tu blog es antiguo no sé si continúas con él, no obstante pruebo, a ver que ha sido de tí.
Mi correo es luispanossanchis@yahoo.com
un beso, ya me contarás.