Estoy pasando una época de sequia, estrés y muchas cosas que hacer que por desgracia me impiden escribir por falta de tranquilidad y tiempo, así que no voy a "postear" (vaya americanismo, madre) nada nuevo de momento. Daniel y Jose me han pedido que ponga la historia que puse en uno de los comentarios, así que ahí va. No la continúo (de momento) por dos razones: como he dicho, no tengo tiempo, y en teoría está acabada. Sí, sé que es un final un tanto extraño, pero la idea era esa, dejar con la boca abierta a quien lo leyera. Pero quién sabe, quizás ahora la termine (ya que veo que la gente lo espera).
Si ya habéis leído la historia, no os molestéis en seguir leyendo.
Un abrazo a todos/as.
¿A quién se le ocurre cumplir años la víspera de Reyes? Sólo al capullo de Felipe, por supuesto. ¿Y a quién se le ocurre salir a comprarle un regalo el mismo día de su cumpleaños? Sólo al capullo de… mí. Soy así. Me encanta dejar las cosas para el último día. Pero esta vez me he pasado. Hay tanta gente en El Corte Inglés que no sé si me están pisando o me estoy pisando yo a mí mismo. La señora que me mete el codo hasta la garganta para coger “El Código DaVinci” de delante de mis morros huele a pachuli que echa para atrás. El niño que berrea porque su padre no quiere comprarle el muñequito de Harry Potter me ha pegado ya incontables patadas en la espinilla. Pero yo voy a lo mío. Concentración y a por la cartera de piel que he visto en Internet. Si no me diera tanto recelo comprar on line… Yo no estoy hecho para este siglo.
Odio comprarle regalos a Felipe porque es un pijo asqueroso, pero tengo que admitir que me encanta recibir regalos de él, así que habrá que invertir en él para que dé frutos en mayo, que es cuando yo cumplo años. El año pasado me cayó el i-pod que yo no me había atrevido a comprar por ser demasiado caro; el anterior, un equipo de música, y hace tres una tele para el piso nuevo. Es majo, Felipe. Es de ese tipo de gente que tiene dinero hasta dar asco pero sabe acordarse de los amigos y le gusta pagarse rondas porque puede. Le tienes rabia, claro, porque el tío está forrado, pero en el fondo se porta. A ver si hay suerte y me han puesto la cartera de piel en oferta. Que tenga un defectillo, no importa. Total… No la va a usar…
Llego a la sección de marroquinería. Hay docenas de carteras, todas de piel y todas pasando de los sesenta euros. Joder con la carterita, me va a salir la gracia cara. Aquí no hay tanta gente, se nota que la economía no está para tantas alegrías. Lo que más me jode es saber que en dos días va a estar a mitad de precio. ¿Y si le hago un vale y le compro el regalo entonces? No va a colar. Venga, a apechugar. Escojo la más barata –ochenta y tres euros, ¿de qué está hecha?, ¿de piel de tigre?-, me la pongo debajo del brazo y tiro para la caja, que tiene una cola que llega casi hasta la calle.
Habrá que armarse de paciencia. No es fácil.
Señora con los brazos llenos de ropa que me está metiendo la percha por el ojo, delante. Señora que no sabe guardar distancias y que se piensa que por acercarse mucho a mí la cola va a ir más rápida, detrás. Niño que berrea siendo arrastrado fuera de los grandes almacenes, a dos pasos. Señor con mirada ausente que no tiene muy claro en qué piso se ha dejado a la mujer, al pie de las escaleras mecánicas.
Mi turno.
-¿En efectivo o tarjeta?
Saco el billete de cien euros y la chiquita me lo quita de las manos antes de que me dé tiempo a arrepentirme. Me da las vueltas –lo justo para un café y una coca cola, qué triste, en qué se ha quedado mi bello billete- y empieza a hablar con la señora de detrás de mí antes de que yo me haya quitado de en medio. Me pongo a guardar los billetes en la cartera y me fijo que el billete de diez euros está todo pintarrajeado. Me doy la vuelta, dispuesto a protestar para que me lo cambien –a ver si me van a poner pegas en el bar-, y entonces me doy cuenta de que tiene mi nombre escrito. Y mi apellido.
“Manuel Molina: sal por salida calle Paz. Cruza calle sin mirar atrás. Coge sobre grande papelera. Tira en papelera frente a Zara”.
Una señora del tamaño de una ballena pequeña me pega un empujón que me saca de mi estupor. Releo el billete una, dos, tres veces, y miro a mi alrededor. La chiquita que me ha cobrado no me hace el menor caso, si es una broma y está compinchada con mis amiguetes, la verdad es que lo hace muy bien. No hay ninguna cara conocida cerca. Siento un escalofrío un poco tonto. Me río. Seguro que es la cuadrilla tomándome el pelo.
Decido que me hace gracia y voy a seguir la broma. Salgo por la puerta que me indica el billete y siento que me pica el cuello de las ganas que tengo de mirar hacia atrás, pero no lo hago. Cruzo la calle y me dirijo a la papelera más cercana. En efecto, un sobre marrón y enorme me está esperando. Lo cojo. Parece lleno de papeles. Le doy la vuelta para abrirlo, sin pensar siquiera que eso no es parte de las instrucciones, pero está lacrado con cera, como las cartas de la edad media, y la imagen de unos ojos con pupila rasgada me desconcierta ligeramente. ¿Seré gilipollas? Seguro que es la pandilla tomándome el pelo, pero prefiero no abrirlo. Sigamos con la broma hasta el final, a ver cómo acaba.
Cruzo la calle, giro a la izquierda, me meto por otra calle y me planto delante de Zara. Ahí está la papelera. Miro a mi alrededor: hay cientos de personas, cualquier conocido mío puede estar escondido entre la muchedumbre. Bah, qué tontería. No sé ni por qué me he puesto a jugar a esto. Es una chorrada, seguro, no sé por qué me tiemblan las manos. Tiro el sobre a la papelera. Espero a que Felipe y Ramón aparezcan por algún sitio, muertos de la risa. Pero no lo hacen.
Cinco coches de la policía nacional aparecen de la nada y diez policías uniformados se bajan y me apuntan con sendas pistolas. Yo me tiro al suelo, pensando que hay algún terrorista suelto por la zona y que yo estoy en la zona de tiro. Me tapo la cabeza con las manos. Joder, por qué todo me pasa a mí. Un megáfono dice mi nombre. ¿Mi nombre? Levanto la cabeza lo justo para poder ver al poli más cercano con el embudo en la boca. Creo que me he meado.
-Manuel Molina, queda usted detenido por terrorismo internacional.
Empiezo a pensar que no es una broma.
Creo que me he cagado.
3 comentarios:
Por cierto, te he enlazado desde mi blog.
Saludos, de nuevo.
(Respondiendo a tu post, el cinismo es sólo una forma de defenderse de las propias frustraciones. Ya llegarás, ya, si tienes constancia.)
muy buena reflexión.
Un saludo
No, si yo cínica soy un rato, pero todavía no he llegado a serlo con mi escritura. Supongo que sólo puedes serlo cuando estás lo suficientemente seguro de un aspecto en tu vida, y no es mi caso con la escritura. Con la enseñanza sí, y con la política más (porque no me importa, no porque esté segura).
Me he salido un poco del tema, pero da igual.
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