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1/7/10

ene cinco

Porque algún día había de volver (?)


(07/05)

Me subí por equivocación a un N5. El colectivo da tantas vueltas que no tengo la menor idea de dónde estoy. Cada tanto pasamos por una avenida conocida, pero inmediatamente después el chofer gira el volante como si abriera la compuerta de un dique, y el colectivo se retuerce como un gusano de metal, internándose por otra callecita que tampoco conozco.

Miro a través de la ventanilla las casas apagadas y sus jardines impecables, los autos nuevos y los árboles prolijamente podados. Observar la ciudad a la madrugada resulta tan intrigante como contemplar a una mujer cuando duerme. Tengo sensaciones entremezcladas: por un lado, la emoción de estar recorriendo lugares desconocidos; por el otro, un poco de nerviosismo porque no sé cuándo ni dónde llegaré a destino. No importa, sobreviven la emoción y la intriga; a veces la mejor manera de conocer una ciudad es perderse en ella.

25/3/10

Lo que dura un susurro. Micrónicas del 24 de marzo





Un instante... algunos segundos, quizá menos que un minuto. Eso dura un susurro. Entonces, los párrafos siguientes consisten en impresiones, breves (micro) crónicas acerca de mi participación como susurrador en la marcha del 24 de marzo.
Pero antes, una pequeña explicación. Un susurrador es un tubo de cartón de dimensión variable, posee dos orificios: por un lado entran palabras, por el otro sale un poema. El resultado de ese breve proceso es una conexión, ínfima o infinita, entre la persona que susurra y quien recibe como obsequio el susurro. Y no sólo eso, como suelen decir los manuales de química, la materia - y su equivalente a grosso modo, la energía - se transforma. Por consiguiente, ninguno de los participantes de dicha transformación vuelve a ser el mismo. Sus vidas han cambiado para siempre, aunque probablemente ellos no lo saben.
Ahora sí, las micrónicas...

- Nos paramos sobre el cordón de la vereda y ofrecemos susurros a marchantes y transeúntes. Se acerca un hombre con sus dos hijitas, J# susurra a la más grande y vivaracha. Yo ofrezco un poema a la más chica, pero no se anima, es tímida. Ella no deja de mirar las grullas que cuelgan de mi susurrador, entonces saco una de color rojo de mi bolsillo y se la acerco con la mano. No quiere, no se anima. Le doy la grullita al padre, él me dice gracias y se la da a la nena que me mira por primera vez.


- Una pareja viene caminando por la vereda, él es canoso y tiene los pelos parados hacia los costados, como Christopher Lloyd en Volver al Futuro o el personaje que hacía Julián Weich. Además usa lentes de sol colorados como los de Lennon. Me le acerco pero él no quiere, me dice que mejor le susurre a su compañera que es extranjera. Susurro un poema de Benedetti y ella sonríe, no sé si me entendió. El Dr. Emmett Brown me ofrece cuatro pesos en señal de agradecimiento. Le digo que no, gracias. Él insiste.

- Una nena marcha de la mano con su mamá, al ver mi susurrador se acerca corriendo, da saltitos y me pide que le susurre algo. Yo busco y rebusco: todos mis poemas son sombríos, hablan de pérdidas o ausentes, son palabras de personas muertas. De pronto, ¡zas! un fragmento de Carlos Aiub. Se lo leo:

" (..) porque tengo menos miedo
por todo eso
por lo que va a venir
por lo que buscamos
por todo eso
te quiero.-"

La nena se pone colorada - alcanzo a distinguir - y se vuelve corriendo, como vino. Me siento fugazmente Halegre de haber hecho bien.

- Me acerco a un hombre - mayor - que sostiene un panfleto con una foto de la presidente. Le pregunto si quiere un susurro y él acepta, aparentemente sin entender del todo de qué se trata. Inmediatamente después de ser susurrado me pregunta:
- A ver, vos que parecés un tipo amplio, decime ¿y quién se acuerda de los jubilados? Yo pienso en mi abuelo, pero no sé cómo contestarle. Luego de una conversación de 20 minutos acerca de la realidad política, me dice que su nombre es René y que lo disculpe por haberme retenido tanto tiempo.

- Una mujer acepta que le susurre. Le regalo un poema de Dardo S. Dorronzoro que habla sobre un techo que cae y un perro que no saluda a nadie, ni reza, pero llora porque éste es un mundo de mierda. En los ojos de la mujer distingo dos pájaros de sal y de lluvia. Ella me toma la cara con sus manos y me da un beso en la mejilla. Creo que jamás la olvidaré.


Antes tenía siempre la necesidad de escribir sobre el 24 de marzo. Pero ahora no. Será que es posible recordar de otra manera, o algunas palabras al ser siempre las mismas me van dejando. Quizá lo que queda es el silencio, y una ausencia que va perdiendo los nombres y los rostros.


16/3/10

encuentro


Hoy vi a Don Quijote en la esquina de Velez Sardfield y Caseros. El hombre estaba vestido con una camisa a rayas, chaleco y pantalones azules y un sombrero de ala ancha algo raído. Caminaba despacio, apoyándose en un bastón largo y desgarbado como él. No llevaba consigo ni alforjas, ni rocín, ni escudero, sino sólo una caja de vino blanco que apuraba cada un par de pasos.
Al cruzarnos nos miramos invisiblemente, para luego perdernos, cada uno de nosotros, en nuestra propia ciudad.



antü | quince


10/3/10

el fish


No es un mito: los peces se ahogan. Simplemente se cansan de la vida y se dejan morir como los elfos. Desafortunadamente para los peces, la mitología no se interesó mucho en ellos. No obstante, sólo es cuestión de prestar atención, acercar los oídos a las cañerías y, quizá, con algo de suerte, podremos escuchar cómo canta una sardina antes de abandonar este mundo.

2/3/10

(02/03)


Desde hace un par de noches un hombre duerme sentado en un banco de la plaza y cerca suyo duerme un perro. Ellos dos jamás van dejarse.

24/2/10

paradigmas


A la hora de escribir, las libretas y las hojas sueltas son dos maneras diferentes de ver el mundo.
Unos, los usuarios de las libretas, tienen todas sus anotaciones anilladas y en perfecto orden. Pueden volver a ellas siempre que quieran e incluso numerar las páginas. Los otros, en cambio, andan por la vida con las hojas sueltas. Éstas no caben en cualquier bolsillo; se hace necesario un sobre o varios para guardarlas y el riesgo de que alguna hoja se pierda es constante. Pero está bien, porque estas personas, temerarias, no temen por sus palabras y pueden usar cualquier papelito para anotar sus pensamientos.


Dedicado a Aimé, quien va por la vida escribiendo en hojas sueltas y papelitos (y eventualmente perdiéndolos).