Un instante... algunos segundos, quizá menos que un minuto. Eso dura un susurro. Entonces, los párrafos siguientes consisten en impresiones, breves (micro) crónicas acerca de mi participación como susurrador en la marcha del 24 de marzo. Pero antes, una pequeña explicación. Un susurrador es un tubo de cartón de dimensión variable, posee dos orificios: por un lado entran palabras, por el otro sale un poema. El resultado de ese breve proceso es una conexión, ínfima o infinita, entre la persona que susurra y quien recibe como obsequio el susurro. Y no sólo eso, como suelen decir los manuales de química, la materia - y su equivalente a grosso modo, la energía - se transforma. Por consiguiente, ninguno de los participantes de dicha transformación vuelve a ser el mismo. Sus vidas han cambiado para siempre, aunque probablemente ellos no lo saben. Ahora sí, las micrónicas...
- Nos paramos sobre el cordón de la vereda y ofrecemos susurros a marchantes y transeúntes. Se acerca un hombre con sus dos hijitas, J# susurra a la más grande y vivaracha. Yo ofrezco un poema a la más chica, pero no se anima, es tímida. Ella no deja de mirar las grullas que cuelgan de mi susurrador, entonces saco una de color rojo de mi bolsillo y se la acerco con la mano. No quiere, no se anima. Le doy la grullita al padre, él me dice gracias y se la da a la nena que me mira por primera vez.
- Una pareja viene caminando por la vereda, él es canoso y tiene los pelos parados hacia los costados, como Christopher Lloyd en Volver al Futuro o el personaje que hacía Julián Weich. Además usa lentes de sol colorados como los de Lennon. Me le acerco pero él no quiere, me dice que mejor le susurre a su compañera que es extranjera. Susurro un poema de Benedetti y ella sonríe, no sé si me entendió. El Dr. Emmett Brown me ofrece cuatro pesos en señal de agradecimiento. Le digo que no, gracias. Él insiste.
- Una nena marcha de la mano con su mamá, al ver mi susurrador se acerca corriendo, da saltitos y me pide que le susurre algo. Yo busco y rebusco: todos mis poemas son sombríos, hablan de pérdidas o ausentes, son palabras de personas muertas. De pronto, ¡zas! un fragmento de Carlos Aiub. Se lo leo:
" (..) porque tengo menos miedo por todo eso por lo que va a venir por lo que buscamos por todo eso te quiero.-"
La nena se pone colorada - alcanzo a distinguir - y se vuelve corriendo, como vino. Me siento fugazmente Halegre de haber hecho bien.
- Me acerco a un hombre - mayor - que sostiene un panfleto con una foto de la presidente. Le pregunto si quiere un susurro y él acepta, aparentemente sin entender del todo de qué se trata. Inmediatamente después de ser susurrado me pregunta: - A ver, vos que parecés un tipo amplio, decime ¿y quién se acuerda de los jubilados? Yo pienso en mi abuelo, pero no sé cómo contestarle. Luego de una conversación de 20 minutos acerca de la realidad política, me dice que su nombre es René y que lo disculpe por haberme retenido tanto tiempo.
- Una mujer acepta que le susurre. Le regalo un poema de Dardo S. Dorronzoro que habla sobre un techo que cae y un perro que no saluda a nadie, ni reza, pero llora porque éste es un mundo de mierda. En los ojos de la mujer distingo dos pájaros de sal y de lluvia. Ella me toma la cara con sus manos y me da un beso en la mejilla. Creo que jamás la olvidaré.
Antes tenía siempre la necesidad de escribir sobre el 24 de marzo. Pero ahora no. Será que es posible recordar de otra manera, o algunas palabras al ser siempre las mismas me van dejando. Quizá lo que queda es el silencio, y una ausencia que va perdiendo los nombres y los rostros.
Para mi libreta la fecha de arriba no significa nada. Para el lenguaje la fecha de arriba tampoco significa nada. Pero en Argentina(ese nombre que nos envuelve y hace formar parte del país - un país - y de la historia - una historia) el 24 de marzo tiene un significado especial: se cumplen 33 años del último golpe militar, en 1976 (sí, hubo varios antes). En 2002, decreto de ley mediante, esta fecha fue declarada “Día Nacional de la Memoria Porla Verdad y la Justicia” y, a partir 2005 es no laborable. Por ende el día de hoy – de la memoria, aniversario del golpe, feriado, jornada de reflexión o descanso – nos involucró a todos, otra vez, como hace 33 años.
En mi caso, esta siempre ha sido una jornada diferente, llena de emociones fuertes; fundamentalmente de angustias y tristezas heredadas… esa memoria social o colectiva que los libros llaman historia. La dictadura siempre estuvo presente en mi vida; fue un tema de conversación recurrente, tanto en mi familia como en mi colegio. Crecí con esos sentimientos de impotencia, pena y bronca que parecen ser arrastrados por la generación de mis viejos (algunos de ellos, no todos). No obstante, adoptarlos y llevarlos a flor de piel durante todo este tiempo, ha sido siempre, por mi parte, una elección consciente. Hoy fue otro de esos “24s”; otra semana previa de verlo venir y sentirlo en el aire, mirar el calendario y hacerle un circulito invisible: ese día nos toca recordar. Estoy lejos de casa, pero sé que la cara de mis viejos fue diferente; seguramente sus miradas se apagaron un poquito. Ojo, no es que se pongan tristes sólo en este día. No, es algo permanente. Los dolores del pasado habitan en las personas, las ocupan(no tan) secretamente y se activan de vez en cuando. Al fin y al cabo así funcionan los recuerdos. Como decía, mis padres estuvieron tristes hoy, lo sé. Quizá tomaron mate por la mañana, mirándose en silencio mientras algún señor en la radio anunciaba el clima o hablaba sobre temas-de-interés. Yo me levanté igual que ellos. Parte de llevar la misma sangre es sentir los mismos dolores, como si la piel tuviese extensiones invisibles, capaces de transmitir las sensaciones por el aire.
A pesar de haberme despertado con pesadumbre, intenté actuar lo más indiferente posible, hacer de cuenta que nada pasaba. Porque claro, “mirá que ponerte a pensar en el pasado, como si no fuera suficiente con los problemas actuales (sí, pibe, 33 años más tarde el mundo sigue siendo una porquería)”. ¿Para qué prestarle atención a una fecha que los medios de comunicación han convertido en “segmento especial” o “informe de la semana”? Justamente, para evitar el vaciamiento de contenido que se busca - y, muchas veces, se logra satisfactoriamente - perpetrar en conmemoraciones como ésta.
Mierda, esto es difícil. La “reflexión crítica y comprometida” puede devenir en actividad de rutina, tan sólo un gesto apropiado para la ocasión. Todos los años (bueno, en realidad hace un lustro, más o menos), escribo algo sobre el aniversario del último Golpe de Estado. Suelo referirme, entre otras cosas, a lo importante que es la memoria (que no tenemos) en una sociedad, para que la historia no se repita (como se repite); hablo sobre la necesidad de una reflexión profunda (por lo general no la hacemos); me indignan la lentitud de la justicia y las escasas condenas a los responsables (creo que no hace falta hacer ninguna acotación al respecto). En fin, me doy cuenta de que formo parte del mismo juego mecánico desde hace bastante tiempo. Llega el día del aniversario y pienso: en la memoria, el compromiso, los desaparecidos y la reivindicación de su lucha, la libertad, las noticias de los diarios (esos pobres objetos que viven un solo día, como las moscas), las personas, las marchas y contra marchas, los caídos, los sobrevivientes, los indignados, los disconformes, los asuntos pendientes, las cicatrices, los ojos cerrados, las manos ensangrentadas, las armas todavía humeantes, las banderas roídas, las calles desiertas, los sueños rotos, las esperanzas vigentes…
Una vez más, como de costumbre, escribo algo al respecto. A medida que pasa el tiempo, voy creciendo, me siento más boludo y veo que casi nada cambia. Entonces, todas esas palabras (con sus respectivos sentimientos) pierden peso, un poquito cada vez. Ya no significan tanto como antes. Comienzan a cortarme, se filtran por las rendijas. Me convierten en la sombra desgarrada de una jaula. Aún así, antes o después de esbozar otra palabra que intente explicar – curar, aliviar – tanto vacío, necesito sentir que algo de esto es real. No pueden ser todas estas sensaciones nada más que engranajes de un relojito siniestro. Me cebo un mate, escucho al flaco Spinetta, miro una foto vieja de mi papá, salgo a la calle, voy a la marcha por los 33 años, saco fotos, observo a los demás… busco los rastros de algo diferente, algún indicio que me rescate de tanta mecanicidad.
En la marcha hubo de todo: banderas de todas los tamaños y colores, miradas de todos los tamaños y colores. Habían mujeres tristes y valientes, pibes exaltados y desafiantes, hombres cansados, transeúntes indiferentes, niños, abuelos, vecinos, militantes, curiosos, ausentes. Encontrarme, mejor dicho perderme en aquella multitud me sirvió para sentirme tantito mejor.
Sin embargo, al volver, luego de los discursos finales (tan discursos como políticos), el sentimiento de repetición vuelve a ser el mismo. Me alejo de la plaza donde concluyó la marcha y todo comienza a desdibujarse. Paso por el shopping (lleno de gente), luego por el Paseo del Buen Pastor (lleno de gente), llego a mi departamento, leo los diarios por Internet. Otro 24 de marzo parece haber llegado a su fin. Cada argentino vivió el “feriado” a su manera y cumplió con el rol que eligió (dentro de sus posibilidades). Ahora que escribo – y ya no es martes 24, me resisto a seguir el guión. Aunque repita algunas ideas y modifique otras, continuaré con mis intentos de desenmarañar significados y dilucidar interrogantes. Porque considero que la conmemoración del “Día Nacional de la Memoria…” – todo lo que implica – es sólo la punta del iceberg; el día que (algunos) elegimos para recordar nuestras heridas abiertas. Detrás de esta fecha anecdótica late una historia irresuelta que nos divide. De un lado o del otro, un asunto pendiente, un relato ausente nos mantiene en vilo o nos vuelve indiferentes; nos separa indefectiblemente; aturde y ya no podemos oírnos; ciega y ya no somos capaces de vernos.
Sí, de nuevo estoy escribiendo sobre el golpe. No importa, esta es mi manera de superar el dolor propio y ajeno. No soy rutinario. Estoy en vilo, abro los ojos, escucho, pienso…recuerdo.