Fue necesario llegar hasta - la que me pareció - la piedra más alta; ahora lo sé. Sólo así he podido sentir en el eco de tu vuelo un susurro en mi memoria, como si numerosos vientos aleatorios me hubieran empujado hacia aquí para verte en la distancia.
Pero fue hace algunos años que ya no importan en un zoológico que tampoco importa, cuando te vi por primera vez. Te habían fabricado una montaña de mentirita con piedras sin vida y un arbolito gris, de esos que fallecen a solas en las esquinas. Un envoltorio de alambre olímpico te protegía de la libertad y los cables de luz, tan peligrosos para los pájaros. Dormías sobre una rama y yo no pude evitar un dejo de decepción; es que ya tenía listos la cámara fotográfica y los pochoclos. Entonces todo sucedió en un instante; me gusta pensar que nadie más pudo verte. Quizás los demás visitantes se habían ido a fotografiar a los monoarañas o a comprar más pochoclo. En ese momento - ya despierto para siempre en mis retinas - desplegaste las alas como quien abre un Habismo en el tiempo y una noche súbita se extendió por toda la jaula. De pronto todos los demás fuimos los prisioneros, por siempre aferrados al suelo y a nuestras maquinarias, inútiles cazadoras de luz. Mientras yo me sentía más-hombre-que-nunca, me miraste apenas de lado, desde tu envergadura.
- Soy un cóndor - me dijiste. Jamás lo olvides, hombrecito - agregaría yo, tiempo después.
Desde esta piedra-que-late puedo ahora divisarte una vez más, varios metros más arriba, dibujándome. Me gusta pensar que sos el mismo cóndor, y yo soy el mismo yo, porque de alguna manera somos partículas del mismo polvo que el viento distribuye o el río pierde. Nuevamente me llenaste la mirada de silencio; dentro de mí vuela un pájaro de sangre, lleva tu nombre eterno que jamás termina de pronunciarse,
(Balcón Sur, Quebrada del Condorito)
antü | trece
(*) La foto es sólo ilustrativa (?) y pertenece al Volcán Batea Mahuida, cerca de Aluminé, Neuquén.
Pero fue hace algunos años que ya no importan en un zoológico que tampoco importa, cuando te vi por primera vez. Te habían fabricado una montaña de mentirita con piedras sin vida y un arbolito gris, de esos que fallecen a solas en las esquinas. Un envoltorio de alambre olímpico te protegía de la libertad y los cables de luz, tan peligrosos para los pájaros. Dormías sobre una rama y yo no pude evitar un dejo de decepción; es que ya tenía listos la cámara fotográfica y los pochoclos. Entonces todo sucedió en un instante; me gusta pensar que nadie más pudo verte. Quizás los demás visitantes se habían ido a fotografiar a los monoarañas o a comprar más pochoclo. En ese momento - ya despierto para siempre en mis retinas - desplegaste las alas como quien abre un Habismo en el tiempo y una noche súbita se extendió por toda la jaula. De pronto todos los demás fuimos los prisioneros, por siempre aferrados al suelo y a nuestras maquinarias, inútiles cazadoras de luz. Mientras yo me sentía más-hombre-que-nunca, me miraste apenas de lado, desde tu envergadura.
- Soy un cóndor - me dijiste. Jamás lo olvides, hombrecito - agregaría yo, tiempo después.
Desde esta piedra-que-late puedo ahora divisarte una vez más, varios metros más arriba, dibujándome. Me gusta pensar que sos el mismo cóndor, y yo soy el mismo yo, porque de alguna manera somos partículas del mismo polvo que el viento distribuye o el río pierde. Nuevamente me llenaste la mirada de silencio; dentro de mí vuela un pájaro de sangre, lleva tu nombre eterno que jamás termina de pronunciarse,
cóndor
cóndor
cóndor.
Sé que cuando escriba nuestra historia habré de perderte para siempre. Mientras tanto no te olvido, aunque todo este paisaje me esté olvidando a mí. cóndor
cóndor.
(Balcón Sur, Quebrada del Condorito)
antü | trece
(*) La foto es sólo ilustrativa (?) y pertenece al Volcán Batea Mahuida, cerca de Aluminé, Neuquén.