A lo largo de mis años de viajero he descubierto, sobre todo desde que comencé a viajar en bicicleta, que la esencia de un país y de una cultura yace en esa delicada transición que ocurre entre los puntos renombrados del mismos. Con el pasar del tiempo, he perdido casi el total interés, por lo menos cuando se trata de viajar propiamente dicho, en visitar atracciones turísticas, porque en ellas he comprobado una y otra vez que la cultura local se diluye en el juego perverso de la avaricia y la comercialización de la belleza. El resultado es encontrarse en lugares que si bien originalmente atesoran una belleza exquisita, toda la estructura que se ha desarrollado a su alrededor los vuelve muy difíciles de disfrutar en un estado medianamente puro.
Andando por los caminos del mundo