Con un apetito voraz cruzamos la frontera. No era tanto el hambre en sí mismo sino la necesidad imperiosa de comer bien, de comer sabroso y nada mejor que estar de vuelta en China para una sobredosis de sabores. Se paga el precio alto de cambiar una tierra mágica de cuentos por volver a la factoría del planeta, y la vuelta se siente como el más brutal de los cachetazos a la cruda realidad. Era inevitable de todos modos porque tarde o temprano debíamos dejar el cuento. La tierra envenenada Ya en el tramo final de desierto en camino a Zamyn-Udd uno podía avistar el cambio en el horizonte. Hacia delante, veíamos el horizonte chino y el azul inmaculado ya no se extendía indefinidamente sino que se desvanecía en un gris turbio y purulento. Ya entrados en China, quedaron unos 300 km de desierto de Gobi muy feos, carentes de todo atractivo. Un escenario chato, infinito y apagado, lleno de gigantes torres de alta tensión, un volumen de tráfico notablemente molesto y un viento ahora s...
Andando por los caminos del mundo