Andrés Manuel López Obrador, el ahora presidente saliente, es sin duda uno de los políticos más astutos que ha tenido este país. No sé con qué artes ni cómo, pero logró que la figura presidencial fuese lo más importante en este gobierno y su administración no tiene que ver con los logros del país, sino con él, quien es víctima de los “adversarios” políticos, con quienes ha luchado para erradicar, según dice, los regímenes anteriores donde estos personajes eran parte de una elite impune, que hacía todo tipo de negocios al amparo del poder.
El presidente saliente se convirtió en una versión mucho más nefasta y añeja del viejísimo PRI, en donde se decía, “no se movía ni una hoja de un árbol si el presidente no lo ordenaba”. En este gobierno hemos visto que las decisiones no se toman con estudios de mercado, con un análisis profundo. No, nada de eso. Aquí las decisiones de los proyectos las decide el mandatario tabasqueño, quien una noche se le ocurre, por ejemplo, el crear una megafarmacia en donde según su sabio entender, estarán todas las medicinas y se habrá acabado el desabasto. Y entonces AMLO ordena que se haga esa magna obra para resolver esta problemática que de verdad ya lo tenía hasta la madre y entonces, de la noche a la mañana se gastan 2500 millones de pesos en una bodega que era de los dueños de las tiendas Liverpool, y casi por arte de magia se inaugura en tiempo récord. Pero desde luego, no hubo un sesudo análisis, no hubo ningún estudio de viabilidad, nada, cero, nil. Y ahí tenemos ese elefante blanco que la nueva presidente, si tiene un par de dedos de frente, debería cancelar a la brevedad.
López Obrador me parece notable en términos de política. Un día, para vengarse de la afrenta de la Ministra Piña, al no ponerse de pie frente a AMLO en un evento oficial, decidió que el Poder Judicial necesitaba una reforma quirúrgica. Y lanzó una propuesta para cambiar la manera en como se eligen los jueces, magistrados y ministros. Y como hay nueva cámara de diputados y senadores y Morena tiene mayoría calificada (al menos en la cámara baja), la probabilidad de que la reforma pase tal y como la mandó el presidente es muy alta. Y no importan las voces disidentes. No le causa el mínimo escozor que destruir al poder judicial sea un paso grave para implantar eventualmente una dictadura a modo.
No obstante esto, los trabajadores del poder judicial no han aceptado esta reforma y ahora, a punto de ser votada en la cámara de senadores, se encontraron ya con manifestaciones violentas. Vamos, hoy todo el poder judicial está en paro porque es claro que la reforma impulsada por AMLO es un capricho y una venganza. En esencia, que “el pueblo bueno y sabio” vote por los ministros, magistrados y jueces, no resolverá el problema que es el poder judicial como lo conocemos en el país. Ya sabemos y lo sabemos bien, que las leyes en nuestro país no son expeditas, están valoradas en pesos y centavos y el que sufre las consecuencias de no tener dinero significa ser encarcelado, perder los juicios, etcétera.
A mí me parece que López Obrador, como siempre que afirma algo miente, piensa mantenerse a la sombra del poder. Porque si senadores y diputados en su mayoría son de Morena, bastará para que el tabasqueño haga un par de llamadas para que alguna propuesta que se le ocurra pase a las cámaras y se vote. O peor aún, que le diga a Claudia Sheinbaum qué hacer y ella, por lo pronto en este momento, seguirá las instrucciones del presidente saliente.
A mí me llama mucho la atención el poder que ha logrado López Obrador. Más allá de regalar dinero y por ende, lograr más votos, la realidad es que la mayoría de los políticos lo idolatran y le besan los empeines porque creen (y de eso no tengo dudas), que es el mejor presidente que ha tenido este país.
Pero el más sagaz de los políticos puede equivocarse también. Con tan poco tiempo para maniobrar, podría pensarse que no ha medido adecuadamente las consecuencias. Todo el problema de la reforma al poder judicial puede ser como una variante mal calculada en ajedrez. Quizás no vio tan lejos en lo que podría ocurrir o bien al contrario, como diría el gran maestro danés Bent Larsen: “Cálculo largo, cálculo equivocado”.
Vamos a seguir esta telenovela puntualmente. Me parece increíble que hasta el último día de su mandato, AMLO está dispuesto de armar los peores problemas que pueda y además, ponerlos en la agenda nacional. A diferencia de los anteriores mandatarios salientes, que se iban apagando, aquí López Obrador pretende ser la noticia cotidiana, diaria, aunque esté llena de mentiras y de medias verdades en el mejor de los casos, y quiere ser la noota hasta el último día de septiembre, apaentemente. De hecho, no parece importarle a este mesías tabasqueño cómo le deja el país a la siguiente presidente. Y es que todo trata de él. Vamos, este país es él, o al menos eso cree.