En el sueño la mujer entró en el vagón y vino a sentarse justo a su lado. A esa hora la estación del metro estaba casi vacía. Los trenes viajaban a gran velocidad. No daba ni siquiera tiempo de leer los carteles que desaparecían como manchas brillantes sobre el muro y que quedaban atrás sumidos en la oscuridad de los túneles. Recordó que la mujer olía al humo de mil bares y al deseo de tantas preguntas sin respuesta que se habían quedado flotando en el aire turbio del salón bajo la música de la orquesta. Corazón de sombra. Pensó que era un buen título para un bolero.
—¿Qué estación es ésta? —, preguntó con cierta urgencia, como si de ello dependiera su vida.
—No sé—, respondió. Es difícil reconocer las estaciones a esta hora.
—¿Para dónde vas?—
—Dos caminos—
—¡Ah, eres de los indecisos!—, dijo con cierta ironía.
Fue en ese preciso momento que sacó un cigarrillo del bolso y le pidió fuego.
—Yo no fumo—, respondió cortésmente.
Entonces, acercándose, le susurró casi al oído ¿por qué ese gran incendio sobre tu cama?
Cuando despertó, el apartamento ardía en llamas. Apenas tuvo tiempo de huir escaleras abajo para salvar la vida. Por instrucciones del Cuerpo de Bomberos todos los inquilinos debieron abandonar el edificio esa misma noche. Su corazón, su vida, sus huesos olían a humo. Se sentó en la acera a observar como las llamas iban desapareciendo entre los escombros. No había nada que hacer. Cuando más tarde tomó el metro —casi al amanecer, entre obreros de la construcción y estudiantes somnolientos—, la mujer todavía estaba allí, en el mismo vagón, aguardándolo. El cigarrillo apagado colgando entre los labios.
AVISOS CLASIFICADOS
Hombre feo y deforme, mayor de edad, serio, no fumador, amante de las buenas costumbres y con las mejores intenciones, está a la búsqueda de mujer fea y deforme, mayor de edad, bien educada y de buenas maneras, amante de la ópera y con mucha paciencia, que no le importe engendrar un monstruo para el Circo Internacional de los Hermanos Arbus. Se garantiza buena remuneración y royalties por cada monstruo engendrado en cautiverio. Las candidatas deberán remitir fotografía reciente y constancia de buena salud antes de la entrevista. Se ruega abstenerse a misses y reinas de belleza.
LA SOLEDAD DE LOS NÁUFRAGOS
Lo cierto es que me comería a esta sirena viva, sino tuviera tantas escamas. Pero…entonces ¿quién me cantaría por las noches?
Obras principales: Contracuerpo (1988); Fábula y muerte del ángel (1991); Libro de animales (1994); Manuscrito (1994); Poética del humo. Antología impersonal (2003).
Fábula de un animal invisible
El hecho –particular y sin importancia- de que no lo veas, no significa que no exista, o que no esté así aquí, acechándote desde algún lugar de la página en blanco, preparado y ansioso de saltar sobre tu ceguera.
El animal invisible
Fábula del unicornio
Cuando Noé vio el cuerno que sobresalía de la espesa crin en la frente, no dudó ni un instante sobre la identidad del animal que pedía humildemente ser aceptado en el Arca ante la inminencia del Diluvio.
Jamás había visto a un unicornio, pero los libros antiguos lo describían como un animal más bien pequeño, semejante a una cabra y de carácter huidizo; con un largo cuerno rematado en una afilada punta, parecido a ciertas especies de caracol no muy abundantes en estos días.
Cuenta la tradición que, finalizado el Diluvio y agotados los pájaros para ir y venir a través de la tormenta y de la noche, Noé envió al unicornio a comprobar si había bajado el nivel de las aguas. El unicornio se arrojó a la oscuridad y al tocar el líquido comenzó a hundirse. Ante la cercanía de la muerte rogó a un dios por su vida. Este lo transformó en un narval, dejándolo conservar sólo el cuerno como memoria de un pasado que desaparecía en el océano del tiempo.
En las noches claras, cuando el viento rompe el crepúsculo del agua en ondas oscuras, añora galopar bajo el vientre de una doncella desnuda como la luna como una pecera de fondo.
A veces atraviesa a algunos bañistas con su afilado cuerno buscando a Noé desde tiempos remotos.
Tomado de Libro de animales. Caracas: Monte Ávila, 1994
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