Rudacoff
llevaba en un hospicio desde los tres meses, y ya tenía veintinueve años. Su
madre lo abandonó en la puerta de una charcutería y se fugó con un traficante
de armas sueco. Y su padre de profesión
alcohólico se tiró por un puente de Alcoy cuando él tenía veinte días de
vida. A pesar de que en el hospicio solo
comía pan migado con malta y guisantes,
como se pasaba todo el día con la monja que regentaba el hospicio en brazos, ya
que era paralitica y no tenían silla de ruedas, se hizo un tío muy fuerte,
aunque de aspecto aparentaba cincuenta y siete años. Todo el día desde las
cinco de la mañana, hasta que tocaban retreta, con la monja acuestas de aquí
para allá; que si llévala al comedor, a la capilla a rezar, a la sala de juntas
o al retrete, a Rudacoff se le puso un pecho, unas espaldas y unos brazos que
metía miedo. Salía muy poco del hospicio, aunque las monjas le decían que se fuera
los sábados por la noche a pegar un “casquete”; él se quedaba viendo en un canal de televisión
películas de Chuck Norris. Solo salía cada quince días, para comprarles a las
monjas tabaco y vodka. En Septiembre se celebraba la feria del pueblo, una
feria que duraba cuarenta y tres días, y cuando se enteró del evento, como
nunca había estado el primer día de feria decidió abandonar el hospicio: no
dijo nada, y se fue. Pero como no llevaba dinero, antes de llegar a la feria se
colocó un pañuelo cubriéndose el rostro
y atracó una farmacia, y en la misma puerta del recinto ferial, vio que
se le cayó la carteta a un cojo, la pisó con el pie, y cuando el cojo se fue,
la cogió y se la metió en el bolsillo. Un bizco que tenía un puesto de castañas
lo vio, pero Rudacoff le dijo por señas, señalándose su propio cuello que si decía algo le rebanaba el pescuezo. Ya
dentro de la feria, se compró un paquete de palomitas y un refresco, mientras
miraba atónito a derecha e izquierda todas las atracciones que había. Cuando
llegó a la altura de los caballos del Tío Vivo, vio que había un tumulto de
gente, se acercó dándoles con el puño en las costillas a los que se resistían a
dejarlo pasar y se colocó en primera fila. Allí había dos tíos sin camisa,
navaja en mano, dispuestos a rajarse, mientras la gente hacia apuestas, para ver quien pinchaba primero. Los
encargados de las apuestas estaban sentados frente a una pequeña mesa, y eran
los dos guardias de seguridad que custodiaban la feria. Rudacoff aquello no lo
podía permitir, se abalanzó sobre el más grande de los navajeros, y de una
patada emulando a su héroe Chuck Norris le mandó la navaja a tomar por culo, el
tío se acojonó, y en un momento desapareció del lugar. Todavía quedaba el
navajero más pequeño, se dirigió hacia él, y este al verlo tiró la navaja, pero
como escarmiento para que aquello no lo hiciese más, con la mano abierta empezó
a pegarle hostias. Lo propios guardias de seguridad, como sabían que el duelo
entre los navajeros ya habían terminado y no habría sangre, disolvieron la
concentración, quedándose ellos con el dinero de todas las apuestas, y
exhibiendo sus porras, para que nadie protestase. Cuando ya le había dado al
peleón más de cincuenta hostias y tenía la cara como un tomate, este se marchó
inflado de hostias y medio cagado. Siguió su curso paseando por la feria y
cuando llegó a la altura de la noria, vio gente mirando hacia arriba y
gritando; se había averiado la atracción y a una vieja con más de ochenta años
le había dado un jamacuco quedando atrapada justo en lo más alto. Rudacoff no
se lo pensó dos veces; se encalomó por la estructura de hierro de la noria y
tiró para arriba, pero cuando estaba a escasos dos metros de la vieja, notó
como algo caliente le chorreaba por la cabeza, la vieja del susto se le meó
encima. Aquel gesto a Rudacoff le pareció muy feo, y lo mismo que subió por
aquel nudo de hierros, comenzó a bajar y cuando ya estaba a media altura le
gritó a los mirones de abajo: ¡¡¡-la vieja me ha meado, así que ahí se queda!!!
De la mala leche que pilló le dio hambre, y como llevaba pasta de lo que había
trincado se fue a un chiringuito a comer algo. Allí entabló amistad con un
soldado de élite del ejército ruso, y se fueron a un cine que había cercano a
ver la película “Sonrisas y Lágrimas”. El militar se emocionó y a pesar de que
ya la había visto seis veces la película, comenzó hacer pucheritos y a llorar,
y Rudacoff exclamó: ¡¡¡- Vaya cagada de película y vaya enclenque y mierda de
soldado!!! Se salió del cine y allí entre un mar de lágrimas dejó al militar.
Volvió a la feria, se paró en una de las casetas de tiro, y allí se ligó a dos
hermanas caucasianas a cuál de las dos más feas, que resultaron ser dos
ladronas, que lo emborracharon y le robaron todo el dinero que tenía. Cuando se espabiló de la
borrachera, estuvo tres días deambulando por la feria, y ya cansado y sin
dinero, se dio cuenta de que aquello no era para él y que su sitio estaba en el
hospicio cargando con la monja invalida. Volvió y lo recibió la monja que
estaba de guardia, dándole la mala noticia, que el mismo día que se fue, a las
pocas horas, a la paralitica le había dado un infarto, y se quedó más muerta que
carratuca. Aquello le conmovió mucho, y del mal trago Rudacoff se fue directamente a la cocina a beber un
vaso de agua, y allí se topó con una cocinera enana que las monjas habían contratado, y nada más
verlo le dijo:¡¡¡-Quiero tener un hijo tuyo!!!- Aquello todavía le impacto más,
y en un arrebato de ira, se fue otra vez a la feria, y como tenía tanta fuerza,
se lio a zarandear la montaña rusa; aquello se vino abajo, y mató a dos
sacerdotes ortodoxos que estaban diciendo misa. Lo hicieron preso, y lo
deportaron a una cárcel siberiana, donde a día de hoy Rudacoff se halla
cumpliendo condena
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Hace 19 horas