Ilustración de Sara Herranz |
Triunfo Arciniegas
UNA BENDICIÓN
Con estos tiempos tan jodidos. Mi marido es sicario, por ejemplo. Al menos tiene trabajo.
26 de junio de 2020
Ilustración de Sara Herranz |
Con estos tiempos tan jodidos. Mi marido es sicario, por ejemplo. Al menos tiene trabajo.
Días como serpientes, 2020 Triunfo Arciniegas |
Liudmila Petrushévskaia
LOS DOS FUEGOS
Podría tomar la iniciativa. Es una maniobra clásica: salir al encuentro del enemigo. Como cuando, en el bosque, se provoca un incendio para combatir otro incendio: si se cruzan en el punto adecuado, los dos fuegos se apagan.
Mi padre era un famoso ladrón de tiendas La Interpol, Scotland Yard y el FBI lo persiguieron durante años. Pero nunca podían agarrarlo. Era demasiado astuto. Entonces, una noche… ¿Me oyes? Entonces, unas Navidades, cayó muerto en unos grandes almacenes, con los bolsillos repletos de joyas robadas. Así es como lo pillaron. Finalmente lo cazaron. Pero ya era demasiado tarde. Simplemente murió. Lo último que dijo fue «Feliz Navidad». Y pasó a mejor vida, burlándoles en su castigo.
Sophie Duguet no entiende qué le sucede: pierde objetos, olvida situaciones, es detenida en un supermercado por pequeños robos que no recuerda haber cometido. Y los cadáveres comienzan a acumularse a su alrededor.
Hoy por fin he entendido una de sus bromas. Estaba observando cómo tejían las mosquiteras en la segunda casa de las mujeres. Me he sentado junto a una mujer llamada Tadi y le he preguntado qué haría con las conchas que había ganado, y ella me ha contestado que su marido las usaría para comprarse otra esposa. «No puedo tejer este saco de mosquitera lo suficientemente rápido», me dijo. Todas nos caímos al suelo de la risa.
Había una vez un hombre mumbanyo que quería matar a la luna. Había descubierto que su mujer sangraba cada mes y la acusó de tener otro marido. Ella se rio y le dijo que todas las mujeres están casadas con la luna. «Mataré a esa luna», decidió el hombre, y se subió en su canoa. Al cabo de muchos días llegó al árbol al que está atada la luna con una cuerda de rafia y desde el que salta cada noche al cielo. «Baja para que te pueda matar —le dijo el hombre a la luna—, que me has robado la esposa.» La luna se rio. «Todas las mujeres son primero esposas mías —dijo la luna—. Así que eres tú quien me ha robado la esposa.» Eso hizo enfurecer aún más al hombre, que trepó hasta la rama más alta del árbol y tiró de la cuerda de rafia. Ésta no se movió, así que se puso a trepar por ella hacia la luna. Muy pronto empezaron a pesarle los brazos y, aunque se había alejado del árbol, seguía sin estar cerca de la luna. «Suéltate», le dijo la luna. Y el hombre, que ya no tenía fuerzas, se soltó y cayó directamente en su canoa, y remó de vuelta a casa, para compartir a su mujer con la luna, como hacían todos los hombres.