Mostrando entradas con la etiqueta Ramón Gómez de la Serna. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Ramón Gómez de la Serna. Mostrar todas las entradas

viernes, 28 de diciembre de 2012

Ramón Gómez de la Serna / La cleptómana



Ramón Gómez de la Serna
LA CLEPTÓMANA

Era poderosa y aristocrática, pero tenía la obsesión de las cucharillas.
Es esa una cleptomanía corriente, sobre todo en los palacios reales, y por eso hubo reyes que cambiaron las de oro por otras de similor, para evitar que se llevasen costoso "recuerdo de S. M".
Poseía cucharillas de los mejores hoteles del mundo, de las casas más nobles —con el escudo en el agarradero–, y hasta algunas arrancadas a las colecciones napoleónicas.
Un día, sin poder resistir mi curiosidad, le pregunté qué se proponía almacenando tantas cucharillas. Entonces la cleptómana me dijo en voz baja: 
—Vengarme del mundo... Dejarlo sin una cucharilla...Que muevan el café con tenedor.



martes, 25 de diciembre de 2012

Ramón Gómez de la Serna / La caracola

Caracol
Cartagena de Indias, 2011
Fotografía de Triunfo Arciniegas

Ramón Gómez de la Serna
LA CARACOLA

Al ponernos al oído aquella caracola escuchábamos ruido de mar y gritos de náufragos.


jueves, 24 de mayo de 2012

Ramón Gómez de la Serna / La mano

Ramón Gómez de la Serna

LA MANO

El doctor Alejo murió asesinado. Indudablemente murió estrangulado. Nadie había entrado en la casa, indudablemente nadie, y aunque el doctor dormía con el balcón abierto, por higiene, era tan alto su piso que no era de suponer que por allí hubiese entrado el asesino. La policía no encontraba la pista de aquel crimen, y ya iba a abandonar el asunto, cuando la esposa y la criada del muerto acudieron despavoridas a la Jefatura. Saltando de lo alto de un armario había caído sobre la mesa, las había mirado, las había visto, y después había huido por la habitación, una mano solitaria y viva como una araña. Allí la habían dejado encerrada con llave en el cuarto. Llena de terror, acudió la policía y el juez. Era su deber. Trabajo les costó cazar la mano, pero la cazaron y todos le agarraron un dedo, porque era vigorosa corno si en ella radicase junta toda la fuerza de un hombre fuerte.¿Qué hacer con ella? ¿Qué luz iba a arrojar sobre el suceso? ¿Cómo sentenciarla? ¿De quién era aquella mano? Después de una larga pausa, al juez se le ocurrió darle la pluma para que declarase por escrito. La mano entonces escribió: «Soy la mano de Ramiro Ruiz, asesinado vilmente por el doctor en el hospital y destrozado con ensañamiento en la sala de disección. He hecho justicia».