Mostrando entradas con la etiqueta Manuel Moya. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Manuel Moya. Mostrar todas las entradas

sábado, 26 de enero de 2013

Manuel Moya / Conspiración suprauniversal

Manuel Moya

Manuel Moya
CONSPIRACIÓN SUPRAUNIVERSAL

a Tomás Sánchez Santiago

A pesar de la lucecita verde que aparecía en el correo de mi ordenador, ayer prácticamente no pude pasarme por aquí, querido Tomás. Cuando muy de mañana traté de ganar la silla, vi que mi hijo -el más pequeño- otra vez se me había adelantado y ya estaba en mi puesto, bajándose -repito sus palabras-, “una película de alucinar, de ésas que a ti tanto te gustan, vaya, de las de volverte loco”. Yo tengo mi propia teoría sobre el asunto. Verás. Sé con toda garantía que mis hijos forman parte de una compleja fuerza de ocupación suprauniversal que, lejos de ocupar el territorio, se conforma con tomar aparatos estratégicos como televisores, ordenatas, teléfonos, impresoras, frigoríficos, duchas..., es decir, todo cuanto funcione por cable o esté conectado con dios sabe qué. Creo que mis hijos no son más que alienígenas que han usurpado la personalidad de mis verdaderos hijos, porque cuando les hablo, parecen no escucharme o si lo hacen es para pedirme -bueno, pedirme no es la palabra exacta- veinte euros para irse de marcha o vaya usted a saber qué, pero yo sé que ese dinero lo emplean en comprar armas y preparar la invasión. Tengo pruebas de que reciben instrucciones por estos mismos cables para tratar de volverme tarumba y he optado por hacerles creer que han conseguido su propósito, y me muestro dócil, obsecuente, generoso, como si no estuviera al tanto de que lo suyo forma parte de una conspiración suprauniversal, pero querido amigo, entre nosotros, durante los últimos meses he ido acumulando explosivos en el sótano. No sé lo que harás tú, pero yo, antes de rendirme, estoy dispuesto a llevarme por delante a estos malditos alienígenas hijos de la Gran Puta.




miércoles, 23 de enero de 2013

Manuel Moya / Qué va a ser de nosotros




Manuel Moya
QUÉ VA A SER DE NOSOTROS

Confundido, vuelvo a la habitación y busco por todas partes. No puedo entender qué es lo que quiere de mí. Mi mujer me observa pero prefiere quedarse en la puerta, con el corazón en vilo. Dónde estás, pregunto. Grito, dónde coño estás. Nada. El lamento sigue y sigue como si saliera del suelo. No lo hagas, no lo hagas, no lo hagas, suplica mi mujer a mis espaldas, por dios, Javier, no lo hagas. Ya ha pasado otras veces: tengo doce años, acabo de descargar la escopeta sobre mi hermano y estoy llorando, no puedo parar de llorar. Pero mi mujer me grita que vuelva, que por dios no lo haga, que tenemos dos hijas, que qué va a ser de nosotros.


domingo, 20 de enero de 2013

Manuel Moya / Pulgares



Manuel Moya
PULGARES


Al abuelo lo habíamos despachado hacía meses al asilo. Se orinaba en la cama y hedía como un cocho. Pero a papá lo fregaron de verdad al botarlo de la gasolinera y, por los mismos días, Lita se marchó de casa y se fue a vivir ahorita no recuerdo dónde. Vivimos tranquilos unos meses, pues, pero cuando a papá se le acabó lo del desempleo, fuimos al asilo a recoger al abuelo que seguía hediendo a bodega. Su paga, mano, era lo uniquitito que nos llegaba. Mi padre andaba medio pendejo buscando trabajo en la milpa y dónde caía y yo cuidaba del abuelo y lo sacaba al sol todas la tardes. Todito estaba echado a perder. El abuelo se murió de madrugada. Lo encontramos tieso por la mañana y papá y yo nos quedamos mirando no más. Sin él, dijo papá, tú y yo estamos requetemuertos, así que tuvimos que enterrarlo en secreto aquella misma noche donde los chapulines, porque por allí no pasaban ni los coyotes. Días más tarde, ya en casa, nos dimos cuenta que ni siquiera disponíamos de su pulgar para firmar las mensualidades y allá que fuimos a desenterrarlo para cortarle el pulgar, que todavía estaría bueno, pero cuando llegamos, mano, encontramos la tierra removida. Pensamos que eran los coyotes pero no, habían sido nomás otros cabrones porque descubrimos con horror que se nos habían adelantado y le habían cortado los dos pulgares y allí que lo dejamos pues, para que se lo acabaran los cacalotes.