Hubert Selby
LA PELEA
La calle estaba en silencio y una pandilla de negros en una esquina se dirigía hacia otra pandilla en la esquina opuesta, cada pandilla rompiendo al pasar las antenas de los coches aparcados; algunos llevaban piedras, botellas, tubos, palos. Se detuvieron a unos metros en mitad de la calle llamándose unos a otros negros bastardos y monos hijoputas. Apareció un coche, sonó su claxon al tratar de pasar, pero los chicos no se movieron y por fin el coche se alejó marcha atrás. Las escasas personas que estaban en la calle escaparon corriendo. Las pandillas seguían en mitad de la calle. Entonces alguien tiró una piedra, luego tiraron otra y treinta o cuarenta chicos se pusieron a gritar, tirándose botellas y piedras hasta que se les terminaron. Entonces corrieron unos hacia los otros blandiendo palos y agitando antenas de coche, maldiciendo, gritando, alguno aullando de dolor, se oyó un disparo y el cristal de una ventana que se rompe y la gente vociferando en las ventanas y uno de los chicos cayó y le pisotearon y se formaron grupos que se pegaban y apaleaban y daban patadas y gritaban y uno recibió un navajazo en la espalda y otro cayó y a uno le hicieron un corte en la mejilla con una antena y la carne desgarrada de la mejilla golpeaba contra los dientes ensangrentados y a alguien le abrieron la cabeza con un palo y rompieron otro cristal de una pedrada y unos cuantos intentaron llevarse aparte a otro mientras tres pares de pies le pegaban patadas en la cabeza y una nariz fue aplastada con unos nudillos de bronce y entonces se oyó una sirena por encima del tumulto y de pronto, durante una fracción de segundo, todos se quedaron quietos. Enseguida escaparon corriendo, dejando tres cuerpos en mitad de la calle. Llegó la policía y la gente bajó a la calle y los policías les mandaron echarse atrás e hicieron preguntas y por fin vino la ambulancia y a dos de los heridos tuvieron que ayudarles a subir a la ambulancia, al tercero lo tumbaron en una camilla antes de meterlo. Luego la ambulancia se fue, los policías se fueron, y todo volvió a quedar en silencio.
Hubert Selby
Última salida para Brooklyn